Iván Erre Un joven esperaba a su abuela, tras señalarle la fila preferencial para hacer el segundo pago del pasaporte. Ella entró y él se plantó a la salida. Echó un vistazo a los edificios de La Alpujarra y a los que, por vestir elegante, entrarían a esos edificios. Hora: ocho y media de la mañana. Madrugaron: a la abuela no le gusta llegar tarde a las citas. Pasaba el tiempo y el joven detallaba el monumento de Arenas Betancourt, cuando la abuela se le apareció, con la nariz roja y sangrándole: se tenía que quitar el pirsin para la foto. Ella se estancaba la sangre con un papel: forzó la sacada, se lastimó y quien la atendía le dijo que saliera, que no hay afán. La gente de la fila, los celadores y los engalanados, de paso, se enteraban de la función. Una señora, que esperaba a su esposo con su hija, calmó a la abuela, hablándole despacio y regalándole un pañito húmedo: «Tranquila. No es nada. Intentemos hacerle fuerza». Le subían la punta de la nariz para ver dentro y, al intent...
(Itagüí, Colombia, 2002):licenciado en Literatura y Lengua Castellana (Tecnológico de Antioquia); maestrando en Educación (Universidad Santiago de Cali).