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Mostrando las entradas de enero, 2022

En otras noticias

Fuente: Confidencial   Hace una columna hablaba de ver las cosas que pasan, de no ser un compartimento estanco y darme cuenta de lo que sucede a mi alrededor, en términos de injusticia y barbarie. En esta ocasión hablaré de las tres masacres y de los cuatro líderes sociales asesinados (y el cuerpo encontrado de una lideresa) la semana pasada. (No puedo asegurar que fue una de las semanas más sangrientas, pero sí es cierto que, para iniciar este año, es una de las más indignantes). El 17 de enero en Orocué, Casanare, se encontró el cuerpo, a orillas del río Meta, de la «lideresa campesina, médica, reclamante de tierras» y presidenta de la veeduría de Orocué, Luz Marina Arteaga Henao, que había desaparecido el miércoles 12 cuando salió de su finca. Este atentado fue el cuarto en lo corrido del 2022 y sumó un número —una historia, un recorrer, un espíritu— a los 1289 líderes asesinados desde el acuerdo de paz. El mismo lunes ocurrió la séptima masacre del año de cuatro personas —tres ho

Terquedades retóricas

I Se puede decir que hay tres clases de autores. Primero, los que escriben sin pensar: escriben de memoria, basándose en reminiscencias o incluso copiando directamente de otros libros. Esta clase es la más numerosa. En segundo lugar, los autores que piensan mientras escriben: piensan para escribir, y son muy frecuentes. En tercer lugar, los que ya han pensado antes de ponerse a escribir: escriben solo porque han pensado. Son muy escasos. Schopenharuer:  Paralipomena , § 273, p. 590   — La clase más numerosa: los memorialistas y Jennifer Arias (que ya tiene un verbo como Abudinen: jeniferear). Esta clase no piensa, en el verdadero sentido de la palabra, sino, evoca. Es fácil para estos autores sentarse a escribir (fácil porque ya todo está hecho). La única dificultad es pasar lo vivido a palabras escritas. Pero pensar en forma, lo que es pensar pensar, tal vez al poner en tela de juicio alguna cosa, o al agarrar con pinzas una actuación, o al comparar con un aprendizaje nuevo l

No es asunto mío

Grabado (detalle): ejecución del rey Charles I. Fuente: Getty Images En las plataformas de películas frecuentemente se encuentran documentales sobre los problemas de la Tierra, sobre cómo salvarla, cómo dejar de llorar sobre la leche derramada y tomar acción, sobre las denuncias de talas, de aguas contaminadas, de especies en extinción, de pérdida de verdor en las ciudades, sobre actores (he aquí un aliciente: a veces los profesores aburren) que nos jalan y se jalan las ojeras por el cambio climático. Hay quienes las ven, quienes pasan de largo, serenos, o quienes se aspavientan y forman el acabose porque les da miedo, les atormenta el fin (así sea como prevención), les duele en el alma y «hay que cuidar las matas y todo, pero no». Puede que el mensaje de peligrosidad, urgencia, números rojos y caos sea el que preocupe a nuestra persona, pero es algo de lo que no se librará tan fácil como seguir derecho o hacerse el bobo: el cuidado y la salvación del planeta es el paradigma del sigl

Anualidades

Sísifo por José de Ribera (1650) El año muere como mueren los cuerpos y mueren las mariposas. Solo que el año y los años que vivimos se repiten una y otra vez hasta que dejamos de presenciarlos. (Incluso con nosotros —quienes los inventamos, organizamos y distribuimos— fuera del conteo, no dejan de parar). El Año Nuevo es una ilusión merecida después de aguantar el Viejo —o después de que el Viejo nos aguantara—. Es una ilusión, digo, porque es una nueva puerta en el camino —sustantivo católico malogrado—, un nuevo aire en el reloj, una oportunidad —en mi municipio, básico sustantivo de propaganda—. Y, nada quede por decir, el Año Nuevo es un regalo: sobrevivimos y nos sobrevivieron: la Tierra sigue girando —preciso: alrededor del Sol—, con nosotros en ella. Necesitamos que el Año Viejo agonice y muera para envejecer y rejuvenecer —en menor medida con el paso del tiempo— con planes, rutinas de ejercicios, estudio sobre el estudio sobre el estudio, trabajo sobre el trabajo sobre el t

Romper los mandamientos

Moisés destruye las Tablas de la Ley. Jean Le Pautre, s. XVII Hay periodos de estancamiento literario en los que nada sale a flote (ni se sumerge). Las palabras no cuajan y uno se pregunta cómo ha hecho para escribir otras cosas, revisa carpetas y parece leer a otro autor. Una buena salida para ello es saber cómo empezar en cuanto al tema. Y qué mejor recomendación que la de Fernando Ampuero, a raíz de la pregunta ¿cuál es su decálogo literario?: «Los decálogos de los escritores se basan, a mi modo de ver, en el primero que se escribió en la historia, que es el de Moisés: los diez mandamientos, unas reglas muy útiles para la vida moral en la sociedad. Un escritor lo que tiene hacer con sus personajes es violar, sistemáticamente, esos mandamientos. Para que los personajes de una historia funcionen, alguien tiene que mentir, robar, matar y desear a la mujer del prójimo. Hace dos mil años estamos deseando a la mujer del prójimo y no nos cansamos». Los cuentos que finalizan con «Y vivieron

Caníbal

Bobalicón , Goya, 1815-1819 Carlos Carecrimen corrompe con cautelosa cólera. Conspira cuando cupido conmueve. Contagia con canibalismo calurosos colegas. Compromete circunstancias crudas, casi crueles. Contento controla conocimiento, cuidadoso cuando citas comienzan. Corrompe cariño cuando conoce calor. Coloso corporalmente, canalla caprichoso, catalogado como cínico cilindro, conociendo colerosos crímenes cual castigador contento.  ___ Publicado en Ecológica  (El Pedregal, Colombia), no. 8 (diciembre de 2017): p. 12.