Sobrepasó el techo de la granicería con el sombrero ladeado y testeó la intermitencia de la brizna que apuraba al chancero de una sola pierna, al avance en retroceso no importa quién se choque pobrecito contra él; a las encarnizadas en montarse al ferrocarril museologizado, del que sacan partes de exposición en donde hay cafés pudientes y galerías con minuciosos vendedores de corbata y chanclas, para sacarse unas fotos con lo que no circulan más que en oficina; y a los, ya es mucho más de tres, indecisos si en El Bombo o al Pilón, donde, en el espacio abierto de la casona, tienen encerrado al loquito cuya primera vista es en fotos de colegial y un cumpleaños de cachaco, lo arreglaban las cocineras, y ahora no es más que un hombre sentado en su cama, mirando a un cuadro irreconocible, él en aquellos tiempos (?)... Le da igual la movida, porque no le afecta, y mete la mano en la bolsa de culonas, su entretenimiento bucal, relación con los soldados tomándose su sopita o galanteándole a la...
(Itagüí, Colombia, 2002): licenciado en Literatura y Lengua Castellana (Tecnológico de Antioquia); maestrando en Educación (Universidad Santiago de Cali).