Brett Ryder A R. Ocupamos dos asientos, casi diagonales al frente del escenario, con solo un pilar obstaculizando nuestra vista [1] . Empezó el show , se apagaron las luces, el señor al lado mío me tomó confianza y me compartía sus impresiones del momento, y mi acompañante, a las primeras gracias del presentador y de los artistas, no hacía sino verme, como esperando que riera para ella reír... Ante mi provocada seriedad [2] , ella volvía la cara... Otra maroma: el voluntario al que le tiran los cuchillos con la cabeza cubierta. Por fuerzas mayores me reí [3] . Mi acompañante, en cambio, se asombró; mas al notarme riendo, también se ríe y con ganas... Hasta que le dije, algo malhumorado: «Mire pa’llá; no se preocupe por mí», dejó de hacerlo. Con este episodio introduzco la dependencia a la «familia». No a una biológica ni profundamente sentimental; a una institucionalizada. Hablo de quienes se han creído el cuento de que le deben su vida a una universidad, a una iglesia, a u...
(Itagüí, Colombia, 2002): licenciado en Literatura y Lengua Castellana (Tecnológico de Antioquia); maestrando en Educación (Universidad Santiago de Cali).