Fotografía: CONNECTAS |
I
Vamos a llegar tarde, pero llegaremos. A esta máquina
no le estorba nada. Y aun así se me hace raro tu desaliento: únicamente
nosotros dos de viaje. Ya alternamos la incomodidad del día, cuando no hay qué
comer ni dónde cambiar de posición, y de noche, cuando la esperanza de comer y
de estirarse son súplicas al Divino. Pero como te digo, es cuestión de actitud:
al amanecer mira el cielo, al atardecer mira el horizonte, al anochecer
mirémonos y contémonos cosas. Eso es lo que hacíamos antes, desde que me
ayudaste a subir y a escoger asiento-cama. Y yo te seguí. Al fin y al cabo, si
nuestro destino era el mismo corriendo, ahora lo es más errando... Tú dudas...
Más que todo porque llevamos dos días sin comer (rumbo al tercero), y te arde
el sol en la espalda (cuando te sientas) y en la barriga (cuando te acuestas).
A mí en específico me arde la nalga (de día) y la columna (de noche). Por
cierto, ¿qué horas son? Tú eres el único de la hora porque guiabas ambos
destinos, ¡y vaya uno a preguntarte, ceñudo! Mucha barba... Tú también tienes
el espejo y la cuchilla, pero «no nos preocupemos por sandeces, Josué, que esta
cosa da en un carriel en falso y nos mata de cuenta nuestra». ¿Cómo nos va a
matar esta máquina de cuenta nuestra? ¿Qué es dar en un carriel en
falso? Es imposible caernos… O bueno, uno nunca sabe… Mejor sería estar adentro…
II
¡Gente! ¡Cristianos! —Patea suavemente a
su compañero—. Ah, cogiste sueño. ¡Anden, corran, suban, encarámense a La
Bestia: ya comió: tiene la barriga hinchada! ¡Por fin tendré a otro hombre, a
una mujer con quien rezar el rosario! ¡Y lo más seguro es que traigan comida!
Este animal ya comió, pero nosotros ayunamos como santos. Hay que abrirles
espacio. ¡Sí, sí, sí! ¡Corran, corran! ¡Bien, falta uno! ¡¿Por qué le dejan la
maleta más cargada al muchacho?! ¡Corre, por Dios! ¡Estás a punto! ¡Una mano!
¡Un salto! ¿Saltó con una mano?... ¡Ay! ¡Dios mío…!
—¿Qué fue eso, Josué? ¿Quién grita?
Cristo… Sus piernas… Las ruedas se las
mordió en un momentico… Brusco e instantáneo… Acero hambriento de carne… Y su
familia… Ninguno se atrevió a saltar ni por el hijo ni por el bolso…
III
—Josué, esa gente de ahí quiere hacerse a
nuestro lado… Diré que no. —Josué pide que los deje.
¿Y sus lágrimas? ¿Solo caras tristes?
Puede que me haya equivocado y no eran sus familiares, pero entonces ¿por qué
no le dieron la mano, a propósito de su carga? ¿Por qué después de gritar (más
por el leve movimiento del tren y por las gotas que alcanzaron a sus
pantalones) no fueron en su ayuda? ¿Por qué se despidieron mientras él se
retorcía? No merecen viajar con nosotros. Esta noche, en el rosario, los
tiramos de cuenta nuestra.
Comentarios
Publicar un comentario