Mi única pertenencia: el cuerpo con sus berrinches y
temblores. Él me proclamó entres los que me recibieron y él me despedirá de los
míos.
Su nuncio es placa conmemorativa en los lugares que
habité... Los calores y las inocencias provocadas él las arrastra con los
tobillos, él las ofrece a los que compartirán con él sus trayectos.
No tiembla ante el común desenlace de sus compatriotas;
se adelanta para probar a qué sabor le recuerda; y es el sabor de la súplica,
del heroísmo y de la humillación, tres ingredientes que lo conforman desde lo
que lo amamantaron por primera vez...
El sabor de mi única pertenencia solo lo conozco yo,
porque solo yo lo he probado a cada instante.
A quienes les ofrecí una degustación, que no la bandeja
completa, apenas si probaron sus propias salivas, el asiento en sus bocas...
Mis distancias las he marchado yo; mis instantes saben a
mí.
¡Y conmigo mueren!
Felicitaciones por la mención y la publicación.
ResponderBorrarEs un texto interesante.
Saludos,
J.