Antonini
de Jiménez Castillo, profesor español en la Universidad Católica del Norte, dio
un conversatorio en la Asamblea de Risaralda sobre el 12 de octubre. Alguien
compartió un fragmento:
Era imposible la
reconciliación dialéctica entre dos civilizaciones, una que era civilización y
la otra que no era civilización. Imposible... Una tiene que perecer.
Lógicamente tenía que perecer. ¿Cuál? La primitiva. ¡Como perecieron los
cartagineses de manos de los romanos; como lo hicieron anteriormente los
fenicios de manos de los cartagineses; como lo hicieron igualmente los iberos
de manos los fenicios! Pues esto, en Europa, nadie tiene ningún problema con
aceptar esto: pues como tenían que hacer los indígenas de manos de Occidente,
¡claro! ¡Y bendito sea el Señor que así ocurrió! Y bendito sea el Señor que así
ocurrió.
Por
lo que se sabe, miles de internautas y una senadora se indignaron y, por
supuesto —si de Jiménez, un académico, lo expone, cualquier baboso también—,
otros se alegraron. En su página, donde montó la charla completa, las observaciones: un señor Bustos escribió ocho puntos en los cuales lo refuta, cada uno extenso
y citando extractos. Otros, los de su gallada, lo felicitan: «Enhorabuena»; «Magistral»;
«Eso profe, duro como siempre»; y dos sic: «... de acuerno» y «Gracias colon».
Un
apunte sociológico: Bartolomé de las Casas era sevillano —como Antonini— y la
característica de sus gentes es la exageración. Por ello su obra es un
documento con sesgos indomables, una hipérbole. ¡No haberlo sabido antes!
Siempre es hora de cambiar...
En
Pereira, la autoridad indígena Julio Albero Narayaza lo rechazó. Muy a pesar
mío, gageó su discurso y si el profesor lo escucha, se perpetuará en que son
menores, no son personas, son casi humanos; y que proteste, que salga en
defensa de su pueblo, poco o nada le vale al español; antes bien, un secuaz
opina: «Los nativos tenían su destino sellado el día que cruzaron el estrecho
de Bering». Como están las cosas de incendiadas, este hombre no podrá hablar de
historia en la Asamblea. Quizá en otro momento (cuando nos olvidemos o
aceptemos a Antonini).
El
señor ponente ya subió una defensa donde cae en lo mismo y enreda las cosas
para hacerlas menos comprensibles. Dice algo acalorante seguido de una
neutralidad o un saber común, para dar furtivos latigazos y, bueno, sigue
siendo él y su pelo asegurado con la cachucha para atrás... Y un roce: el
gobierno y las ideologías indigenistas son culpables de lo que pasa.
Indígenas
emberas, hostigados por las aturdidoras que mandó el alcalde de la localidad de
Santa Fe, se manifestaron en contra del albergue La Rioja y, más general, en
contra del desplazamiento que sufrieron de sus resguardos por grupos al margen
de la ley y en contra de los acuerdos incumplidos por las autoridades. Los
medios fuertes anuncian que lincharon policías, dañaron vidrios con palos y
tiraron piedras en el centro de Bogotá; uno que otro abre la ventana para
escuchar a los heridos del otro bando, a la muchacha de diecinueve que perdió a
su hijo por los golpes y los gases del ESMAD y a los heridos que no van a
centros médicos por miedo a ser judicializados.
Una
mujer indígena con su bebé a la espalda tira una piedra. No sé, una compañera
diría «¡Qué chimba!» y le tomaría una foto. Yo la vi muy cómica y guerrera.
Volviendo
a La Rioja, dos tanques de quinientos litros abastecen a mil doscientos emberas
—en un edificio con capacidad para cuatrocientos—, los niños no comen y si
comen vomitan —ciento ochenta han sido trasladados a urgencias— y hay VIH,
tuberculosis y más enfermedades.
El
Juzgado Noveno de Control de Garantías legalizó la captura de dos hombres que
no fueron judicializados a falta de traductores. Procederían ilegalmente si les
dan una condena sin informarles. Pero una vez alguien sepa emberá y lo ofrezca
al Juzgado, ay. ¿Qué es mejor: que los ignoren o que los entiendan? Apuesto a
que nadie denunciará la violencia que los desplazó ni la del albergue. Encima
Petro no la vale como recurso para hacer públicas las malas condiciones
salubres y de hábitat. Sin ella, ni siquiera este escrito se escribiría ni
generaría un avispero la situación de miseria.
Polo
Polo, indígena de la comunidad de Isla Gallinazo —como lo censaron y como
aparece en el Sistema de Información
Indígena de Colombia—, asumió que estaban rabiosos y los trató de
hampones. A Risitas, por otro lado, le dieron picos monjas y señoras el 22 de
octubre. No cabe duda: unas de las que la víspera inundaron de volantes sobre
El Club de la Vitamina D, les zamparon sus labios temblorosos y deshechos. (Los
señores probaron atar un letrero en un puente y, cuando volví a recorrerlo,
todo estaba limpio... «Ve, les pudo», oí. Cosas que le pasa a la marea
blanca...).
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