Y el viento en el rostro..., Diego Aristizábal |
De
vuelta
silencio
a las 12
en la
puerta cerrada
en la
calle en la moto
en el
balcón en el cemento
en el
tinto dulce-amargo
en la
risa ahogada (joven)
en el
diálogo de siglos
en la
sombra a la vuelta
con mi
sueño con mis grises
en los
postes en las escalas
en un
televisor en una radio
en el
fogón prendido
en la toz
en un cigarrillo
en una
Biblia en el evangélico
en los
grillos en nuestros pulmones
en el
violeta de una mujer
que se
asoma y nos ve
y se tapa
y se aleja
***
Estampilla
de junio
Grita niño, grita,
que la tarde es una
boca desplegada
—con sus rosados,
con sus mojados.
Y se torna paisaje,
luz luz lucesita,
como ver el Cauca
desde Tarso,
escuchando viejos romances
de pueblo.
Y se mece el verde monte,
suenan las pieles de quince
años contra el charco,
el viento sobre los cabellos.
Y la tarde se hizo eterna:
como flor de asturias querida.
***
Nuboso
A esta hora,
en este monte,
los periódicos se esponjan,
se enternecen.
Las nubes se equivocan de océano,
las guacharacas de selva
y las señoras de cama.
A esta hora ya muchos
hombres trabajan,
muchas mujeres trabajan,
muchas risas trabajan.
En este monte humedece lo cálido,
se encharcan las calles,
los racimos, los zapatos,
y esas piernas tuyas
—de pelitos en vida—
abren mi retorno.
Se están quemando las arepas
y las muchachas cosiendo
ríen y juegan en sus límites.
Bañadas, tranquilas.
Hoy no hará falta extender la ropa:
o no hay qué lavar o no hay qué lavar.
Sólo me queda tu sexo
—de pelitos tibios—
contra mi pierna
—palpitando a fugitivo.
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