Martha Liria. Fuente: Noticias Caracol |
Martha Liria Sepúlveda,
la mujer de 51 años que, gracias a la sentencia C-233 de la Corte
Constitucional de Colombia de extender la eutanasia a pacientes no terminales,
tenía programado el domingo diez de octubre, a las siete de la mañana, para
aplicarse la eutanasia activa (valga la acotación etimológica: eu, bien, y thánatos, muerte: «buena muerte» o «buen morir»), siendo la primera
persona colombiana en recibirla, si no fuera por el Comité Científico
Interdisciplinario que canceló el procedimiento rectificando la decisión del
primer Comité.
Ante esto, y posiblemente
influyendo desde la invocación moral-religiosa a los doctores, la Iglesia
Católica, en voz de monseñor Francisco A. Ceballos E., de la Congregación del
Santísimo Redentor, obispo de la Diócesis de Riohacha, presidente del
Departamento de Promoción y Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal de
Colombia (¡uf!), se pronunció el seis de octubre.
Referiré y comentaré el Comunicado a la a la [así aparece y así
seguirá] opinión pública a propósito del
caso Sra. Martha Liria Sepúlveda Campo. Sin más preámbulos (que son muchos:
hay que ver las noticias antes, durante y después —este escrito suma otras
páginas al tema— del procedimiento), empecemos.
Ante las múltiples
peticiones de fieles católicos que piden orientación o un pronunciamiento de la
Iglesia Católica en Colombia, en cuanto al testimonio de la señora Martha Liria
Sepúlveda Campo, quien ha pedido la eutanasia activa para darle fin a sus
sufrimientos, como Obispo de la Diócesis de Riohacha y Presidente del
Departamento de Promoción y defensa de la vida, manifiesto lo siguiente:
¿Cómo se presenta el
obispo? Como alguien a quien le piden intersección, para que oriente, para que ilustre a las ovejas
con su «lucidez».
De acuerdo con nuestras más profundas [lo subrayado es de mi
cosecha] convicciones cristianas, la muerte no puede ser la respuesta
terapéutica al dolor y al sufrimiento en ningún caso. La muerte propiciada
mediante el suicidio asistido o la
eutanasia no resulta compatible con nuestra interpretación de la dignidad de la
vida humana, como sí lo es la utilización de los cuidados paliativos.
Según él (y la Iglesia en
general), la muerte, por medio del suicidio asistido (concepto desviante y
comprometedor: a diferencia de la eutanasia, que administra el personal médico,
el suicidio asistido ocurre cuando el paciente se autoadministra el medicamente
que otro le provee) no es la respuesta; de modo que los cuidados paliativos sí
lo son: lo que Martha necesita es conllevar su esclerosis lateral amiotrófica
(ELA) con la ayuda de otras personas, a fin de no morir antes de tiempo, sino
de preservar la vida —que no la existencia: según Freire: «Existir es más que
vivir porque es más que estar en el mundo. Es estar en él y con él. […] Trascender,
discernir, dialogar (comunicar y participar) son exclusividades del existir»—
solo por vivirla, aunque sea sin interés, independiente a las motivaciones de
la persona, parecido al canon sacramental ex
opere operato («del trabajo realizado»), como si Dios habitara la vida
porque es vida y no ex opere operantis («de
la actividad del agente»): Dios habita la vida porque hay una persona de por
medio; o Dios habita la vida gracias a que una persona existe en ella. Pero
dejemos estas consideraciones.
Como pastor de la Iglesia
católica, con mucho respeto y mucho cariño, le quiero manifestar a mi hermana Martha que no está sola, que
el Dios de la vida siempre nos acompaña. Que su tribulación puede encotrar
[falta la N de no] un sentido
trascendente si se convierte en una llamada al Amor que sana, al Amor que
renueva, al Amor que perdona.
Justamente, y para
alimentar la contradicción, el Dios de la
vida es el mismo que ella invoca: Dios
no me quiere ver sufrir a mí.
Martha, la invito a
reflexionar serenamente sobre su
decisión; ojalá, si las circunstancias se lo permiten, lejos del acoso de los
medios de comunicación que no han dudado en tomar su dolor y el de su familia,
para hacer una suerte de propaganda de la eutanasia, en un país profundamente marcado
por la violencia.
¿El obispo tendrá en
cuenta el tiempo de reflexión que tuvo Martha, desde que saludó su enfermedad
hasta ahora que busca la eutanasia como fin del dolor sufrido y por sufrir? ¿O
acaso dirá serenamente para que se
desentienda de todo lo pensado y trabaje con los elementos de la Iglesia, en
especial los que se hacen días antes del procedimiento? ¿La autodefinida propaganda de la eutanasia es una
invitación a la violencia? ¿Qué relación implícita —o explícita— hay entre la propaganda de la eutanasia —que,
insisto, es su interpretación del acoso de los medios de comunicación— y
la violencia que ha marcado al país? No creo que haga falta recordar, en la
época de La Violencia, a los padres conservadores incitando al odio
bipartidista desde los púlpitos, la ingenuidad maliciosa de rezanderos con que
ha «hecho patria» la Iglesia, ni la propaganda antieutanasia de los medios
católicos, colmado con Vatican News.
Conviene meditar las palabras del Papa Benedicto
XVI cuando afirmó que «La verdadera
respuesta, ante el dolor, no puede ser, de hecho, dar la muerte, aunque sea
dulce, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de un
modo humano» (Ángelus, 1/1/2009).
Otra vez repensar, con base en este juicio, lo pensado. Y la cita de autoridad para una mujer católica
apostólica romana. Sin embargo, eso de testimoniar
el amor, o resulta una imposición de la cual no hay efugio, o Martha la
replantea con la muerte digna.
Para rodearla en su reflexión, invito cariñosamente a todos los
católicos para que nos unamos en oración por nuestra hermana Martha, por su
hijo, por sus familiares y por los
profesionales que la están asesorando, para que el Dios de la Vida, que es
Amor Sumo, la colme con su misericordia. También invito a Martha Liria a la
Eucaristía que ofreceré el próximo nueve de octubre de 2021 [el sábado antes de
la fecha prevista], a las ocho de la mañana [una hora después de la hora
prevista], desde la Iglesia Catedral Nuestra Señora de los Remedios de
Riohacha, en la cual oraremos por su vida, para que el Señor, quien asumió el
dolor hasta la muerte y una muerte de cruz, le dé el valor de acompañarlo,
hasta la misma cruz.
Hasta el final le proponen la nueva —implantada— reflexión. Y une a todos los católicos (que son mayoría en Colombia) a rezar por ella, para que siga viviendo… La invita a misa y a seguir los pasos de Jesucristo, a asumir el dolor hasta la muerte, porque así lo hizo él y así (me imagino que es lo que pretende) lo deben hacer los católicos: acompañarlo, cargar la cruz aún sin movimiento o próximo a perderlo…
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