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Revisión compartida

Dos árabes leyendo en un patio, Edwin Lord Weeks

Hace días revisamos, un compañero y yo, un texto mío antes de ser publicado. Las frases que menos esperaba incomprensibles le resultaron difusas y algunas ideas no le quedaban claras —y para mí eran más que explícitas—. Meditando el encuentro, recordé a Rafael Aguirre, de cuya mano me inicié en la creación literaria, que decía que hay interpretaciones de lectores que el escritor no esperaba. (Umberto Eco saldría a decir que la interpretación tiene límites, y agregaría un libro de juicios). Pero yo, más que darles pie a interpretaciones nuevas, o diferentes (que las hubo), me encontré con la lectura por parte de otro, inmediata (nos sentamos en un rincón de la Biblioteca Diego Echavarría Misas, con el cielo por testigo), y la confrontación, la necesidad de hacerme entender y de explicarle, más allá del texto, lo que quiero decir.

Antonio Caballero Holguín, que descanse en paz, aclaraba en una entrevista que en sus artículos políticos hacía lo máximo posible por ser muy trasparente e inteligible para que nadie hiciera fiesta con hermenéuticas de doble filo, malintencionadas, en busca del Schadenfreude. Mi texto no era solo político; era una écfrasis con intentos poéticos, por lo que no trataba de dejar las cosas a modo de manual pedagógico. Puede que la lectura del compañero no era del todo hábil: muchas aclaraciones eran de índole gramatical y otras, muy jugosas, de complementos a las frases, de reforzamiento del sentir. Y ahora el texto crea mejor lo que deseaba: la indignación por los inmigrantes haitianos expulsados de la frontera sur de Estados Unidos con más argumento, más ejemplos y más descripción de las condiciones de vida (las galletas de barro que consumen para embolatar el hambre, las maletas llenas con las que salen de Haití y la reducción a bolsas con las que se acercan a la frontera gringa, etcétera). 

Las recomendaciones de ese lector, que a la vez se desempeñó como editor, ultimó algo que yo juzgaba no se le podía agregar más letras. Si hubieran sido más lectores, más complementos tendría y, por tanto, más sugerencias anotaría para trabajarlas. No obstante, era solo uno. Y la frase de Mónica Maud cobró valor: «De los otros, ¡tan valiosos para nuestra formación!». Y la pregunta que siempre acompaña el aprendizaje: ¿cuánto he escrito y no he examinado? Y lo más trágico: ¿cuánto he publicado y no he retroalimentado con otro, sea quien fuese? Nadie más que yo (a veces únicamente una persona) lee estas columnas antes de enviarlas. En este caso el tiempo escasea, el cual sí debe emplearse de buen modo al detallar un libro sobre un tema científico, o una revista que se preocupe por su conjunto (portada, sumario, editorial, créditos, contenido, ilustraciones, contraportada…).

Uno de los agradecimientos de la segunda edición de Documentos de identidad (Tadeu da Silva) versa así: «Mi mayor agradecimiento a las personas que leyeron las primeras versiones del libro y me dieron valiosas sugerencias». Y esas sugerencias eran de especialistas, supongo yo, a diferencia de las de mi compañero y las mías.

Entonces entra al ruedo el papel del editor, además de los que individualmente suman su grano de crítica, para filtrar, seleccionar, hacer desistir, servir de garante de la obra y tener un gusto que sirve de base para otros. Drama que, para Eco, en el maremágnum de cosas sin criterio y sin distinción que se combinan y pasan en la red (para alguien inadvertido) de conspiraciones o teorías de bachillerato a citas académicas o de culto:

 

¿Es posible que existan en internet sitios que desempeñen esta misma función? Podría objetarse que por cada Fiera Letteraria, que era el único semanario de información sobre literatura y arte que un joven podía encontrar entonces en el quiosco, internet ofrece diez mil sitios análogos y, por tanto, surge asimismo en este caso el drama de la imposibilidad de seleccionar. Recuerdo que en mis tiempos también circulaban (gratis) revistillas de pago para poetas, pero en cierto modo (o por olfato o por consejo de alguien) entendí que era más de fiar La Fiera que los otros papeluchos. Y eso mismo podría suceder con la poesía en internet. Del mismo modo que tienen razón los que dicen que existen festivales y revistas, se presume que un poeta o un lector de poesía serios puedan recibir información adecuada para orientarse a sitios fiables.

 

Horquilla. ¡Qué ruido el de los precandidatos! El refinado instinto electorero los llevó al partido a hacer propaganda que, pobrecitos, se vuelve en su contra. Y a Benedetti se le sale por la culata lo de bulto de sal.

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