Compraventa electoral, Matador |
Al publicarse esta columna las elecciones
legislativas estarán hechas. Los resultados alimentarán el ansia de los
candidatos o les creará una depresión por no haber sido como pensaban (¡si el
ciudadano de a pie tuviera siempre el positivismo de un politiquero en campaña
no necesitaría de psicólogos —si tiene con qué ir a uno— y exhalaría con las
mejores vibras que alguien nunca tuvo en este país!). Sea quien llegue al
Capitolio, vale la pena retomar la cuestión de las elecciones (la democracia,
con todos sus artificios y manías, seguirá viva, aunque la violen y corrompan,
o viole y corrompa). La crítica viene de una frase de Séneca (De la vida bienaventurada o Carta a Galión, su hermano). Para dar
luces, el Joven exhorta acerca de la dote del error, que hereda el rebaño por
imitación, por mantener la corriente, cayendo al despeñadero en masa (como
hacían los nativos norteamericanos para cazar bisontes), ante lo cual, «Si nos
apartásemos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo
defensor de sus errores contra la razón; sucediendo en esto lo que en las
elecciones, en que los electores, cuando vuelve sobre sí el débil favor
[tamales, mercados, refrigerios o garcías márquez], se admiran de los jueces
que ellos mismos nombraron. Lo mismo que antes aprobamos, venimos a reprobar.
Que este fin tienen todos los negocios donde se sentencia por el mayor número
de votos».
Hay quien afirma que
el reparo es no seguir la turba y votar por el que nadie menciona, el que no
lidera las encuestas; pero la turba
es la campaña electorera, la propaganda a la salida del transporte público,
fuera de las universidades y sobre la publicidad de los paraderos de buses. Ese
es el conglomerado. Elegir el que menos porcentaje concentra es sumar un número
al escrutinio, por lo que nada habría de nuevo o diferente en esa decisión. Y
qué paradoja esta: «Lo mismo que aprobamos, venimos a reprobar»… La cara por la
que se votó es la cara que recibe las piedras y se caricaturiza, la que se
insulta en las arengas y se dibuja en el pavimento. Una suerte de escoger al
verdugo, solo que este se expone en las chivas con su séquito, sacando a los
vecinos (a los votos) y a los perros del sofá al balcón a que les prometan un
nuevo sistema de salud, educación gratis, un hueso por semana, más y mejor
empleo; a fin de cuentas, un cambio radical (arma de doble filo) de la política
del terruño que recorre en cuatro ruedas (multiplicadas por tres, una para el
sonido, otra para los que no van en la acera regando periódicos y panfletos
pero sí bombas a granel a las indígenas y sus hijos, y otro para) el «amigo
joven estudioso del pueblo».
¡Y ni qué decir del
cubrimiento mediático! Están esforzándose por los títulos de sus reportes y
noticias: «Cómo votar y no morir en el intento»… ¿Veremos un decálogo del
(buen) votante, o el voto y otras historias, o los trabajos y los votos, o la
vuelta al mundo en ochenta votos? En fin. Lo que sí se ve es que aun los niños
les dicen a sus compañeritos, como si se vanagloriaran por su vida social,
«Estaba politiqueando»; «…»; «¿Practicamos lo de inglés?».
Pasando a otro
aspecto de los medios (que si no repiten ir a las urnas solo se les oye decir
Biden —and his speech with subtitles—,
Unión Europea, relaciones, comercio, Putin, El
temible francotirador que se unió a Ucrania para pelear contra Rusia,
informes de la utilización de bombas racimo e inversores), se les pasa por alto
Chocó y las denuncias directas de la Iglesia contra el Estado: la «solución» de
las capturas, la complicidad entre la fuerza pública y el Clan del Golfo, la
riña del ELN por el control territorial. Resulta increíble que a los obispos,
basados en los diálogos con líderes, en las visitas a los territorios, en las
misiones humanitarias, se les refute y disminuya la cifra del setenta por
ciento de chocoanos en riesgo con cuatro desplazamientos, simplemente, según el
ministro del Interior porque no lo ha dicho la Defensoría del Pueblo. Ahora
bien, ¿que no lo diga significa que no existe esa situación que denuncia la
iglesia, o significa que no sabe lo que sucede en Chocó, o que el propio
ministro elude una realidad innegable, y que aun así niega?
Horquilla. La periodicidad de las columnas pasará de ocho a cada quince días, esto con el objetivo de curtir el cuero de las ideas (y porque los tiempos se me han vuelto una faja de menor talla). Si no fuera por De la divina providencia («[…] para tener noticia de sí, es necesario alguna prueba, pues nadie alcanza a conocer lo que puede si no es probándolo»), la anterior hubiera sido la última, cosa que ni da ni quita.
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