Resuenan las denuncias de
las 43 exnumerarias auxiliares del Opus Dei en Argentina, Paraguay y Bolivia.
Sus historias se repiten —con variaciones— a lo largo del mundo (93 000
miembros divididos en prelado, sacerdotes, numerarios —profesionales; la élite—,
auxiliares y supernumerarios —civiles con poder en la sociedad—): reclutaban a
niñas de 12 a 16 años, de familias pobres, con la oferta de educarlas en el
Instituto de Capacitación en Estudios Domésticos (ICIED) de Bella Vista, Buenos
Aires (localidad donde se asentó Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador de la
Obra de Dios y cercano al Generalísimo, en su visita de 1974 a Argentina),
donde las instruían para coser, lavar, cocinar, servir la mesa y planchar; las
adoctrinaban; les vigilaban los libros y las películas «que les pasaban siempre»
y no las dejaban ir al supermercado solas (eso que no tenían para comprarse
nada: el trabajo era gratis y sin prestaciones sociales y con algo de aportes
jubilatorios... A los sacerdotes les piden, a fin de mes, que den cuenta de sus
gastos ordinarios).
Esas «disposiciones» las aceptaban al escribir una
carta a mano donde afirmaban vocación: pobreza, castidad y obediencia... Detengámonos
aquí. Balaguer, en Camino —editada
críticamente por Pedro Rodríguez García (en una foto copia de Aldo Valletti en Saló)—, su obra fundacional, dedica
varios puntos a ella: 617: «Obedeced, como en manos del artista obedece un
instrumento —que no se para a considerar por qué hace esto o lo otro—, seguros
de que nunca se os mandará cosa que no sea buena y para toda la gloria de Dios»;
620: «Si la obediencia no te da paz, es que eres soberbio»; 622: «¡Qué bien has
entendido la obediencia cuando me has escrito: "obedecer siempre es ser
mártir sin morir"!»; 627: «Tu obediencia debe ser muda. ¡Esa lengua!»; parte
del 803: «Agradécele a Dios ese don: ¡ser instrumento para buscar instrumentos!».
La obligación diaria, habitual, fija de servir como
apóstol no tardó en ser replicada. A Torancio, una de las denunciantes, la «ascendieron»
a jefa de cocina, por lo cual empezó a estresarse. «Fijate el lavado de cabeza
que te hacen que yo les decía que me iba porque era mala imagen para ellos.
Sentía que no servía, que había fallado a dios. Eso es lo que te dicen». —Las
dudas vocacionales eran problemas sicológicos tratados con psicofármacos «para
neutralizar la voluntad».
Impresiona el mando que infligen a sus sirvientas.
El lenguaje las abrasa y construye muros ante los muros ya existentes; poder
sobre el poder: si la organización actúa como Dios, ¿quién contra ella? Las
mujeres enganchadas fueron objetivo fácil. (Asemejan a la oferta de empleo con que
los militares fantasearon a los jóvenes de Soacha; diferencia: la promesa de
estudio). Cuando empezaron a recibir dinero, se lo entregaban a la directora de
residencia. Y lo más crucial es el tiempo en ese ritmo de oraciones, de
disciplina —látigo de cáñamo para flagelarse la espalda una vez a la semana— y
de cilicio —alambre con púas centimétricas dos horas al día—, de aislamiento en
residencias y 15 horas laborales.
Una exnumeraria de alta jerarquía le confiesa a Paula Bistagnino, periodista con más de una década investigando la Obra, que «Vas a saber
todo pero nunca vas a entender lo que se siente estar ahí, en ese estado de
manipulación de conciencia»; veamos otro testimonio de Lucía Giménez para la DW: «O sea a vos no te da tiempo de pensar [...], de
hacer crítica a lo que estás haciendo que no te gusta y tenés que aguantar
porque vos estás en una entrega total a Dios».
La reforma del papa (monitoreo anual —antes era cada cinco años—, control por parte del
Clero y al líder, Fernando Ocáriz Braña, lo frustrará el báculo) no va de la
mano con las denuncias; pero abre un resquicio donde antes no lo había:
aproximadamente un siglo haciendo de las suyas y cuarenta con prelatura
personal.
Una comisión del Opus, arreglada por socios de otras
regiones —ellos mismos, en definitiva—, se abre a escucharlas; el victimario puliéndose
los caninos y limándose las uñas. Los mueve el desarrollo humano y cristiano.
Su contenido y su intención, créanlo o no, critíquenlo o haláguenlo, es santo.
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