La estrella de mar se adhiere a la palma del cartógrafo. Le subimos las
medidas a un cuarto y nos pide rebajarles a las triunfantes comisarías de
indulgencia. Pide mucho. En este
pueblo no hay ratones gordos, porque no los queremos, y los gordos se fueron,
porque no les avisamos. ¿Quiere analizar los climas tenues y los sarcófagos
abismales de la alcaldía? Retorne diez metros y fragüe un canal de milicias.
Cierre las posibles hendiduras. Por ahí se le meten los niños, y los niños no
son agradables sino cuando el Festival de la Manigua. Aviéntelos, su señoría,
aviéntelos y cruja. Hace innúmero un turista nos invitó a su casa. Fuimos y nos
dio de beber. Bebimos los marcos de las bugías, pero sabían a lunes. Sontag nos
lo advirtió: él aclara las iniquidades, él se lubrica los permisos y falsea los
retenes. Lo hemos observado claramente, muy a la luz de los nocheros. En el
atrio suele botar espuma de entre las fauces, y le limpiamos los collares de
molusco. Dice que un indio se los regaló, pero de aquí a más allá no hay
indios; hay camiones transportando a los venezolanos que aún llegan a sus
destinos, a sus promesas de níquel y argamasa. ¿Ya le contaron lo que le pasó a
los de La Bestia? ¿Nuestro enemigo le ha dicho cómo es él y por qué lo aborrecemos?
¿No? Eso mejora las relaciones, mejora y aumenta las posibilidades de
abandonarlo a mitad del firme. Usted sabe defenderse y, el joropo, eso bien nos
lo han compartido... Vienen los que quieren estar en el momento preciso de las
escopetas, el de los escritores y las ráfagas. Señor, darían lo que fuera
(platinos, ejes, suelas) por tomarle una foto a la sangre que ensucia los
cuadros y abstrae las paredes. Yo tengo una de las fallas de ministro. Se las
mostré y guardó señas para el último desquite. Es raro, y lo sabemos los que
una vez fuimos asistentes públicos (la mayoría fuimos, en algún momento, sin
querer y sin notarlo, hombres). Las persianas se decoloran, las mesas tienen
rayones de enamorados con anemia y sin tortícolis. Los indios, comunicadores en
otro extremo, nos precisan las casualidades a las que nos atenemos por caminar.
Sin su augurio, ¿qué le haríamos a la selva? En Tierralta, muy abajo, un
jesuita vio su iglesia por vez… –no quiero decir última–. Posiblemente afirmó
algo muy hondo. Algo para Roma. Demás que lo dijo. No lo sabemos y sabiendo
poco la vivienda se hace más grande. La cinta que me perdí nunca la volveré a
ver. Era parte del ciclo y ¡vaya uno a pedirles que la retomen! «Pasó, y lo
pasado no los atrae». ¿Cuál? Los futuros quieren leer el Informe y tenerlo para mostrar a sus abuelas. O si no, ¿para qué
los peones del grifo detentan la cercanía urbana del camaleón? ¿Están de
acuerdo al afirmar que Freddie Steele es de Urrao? Los Moreno lo aceptarían en
su clan sin melindres. Ojalá fuera mi amigo para besarlo un diciembre y
sentarlo a la diestra del abuelo (que aún se toma). Eso sí, que no hable. Los
cursos intensivos de castellano me embarazan. Los dictaría si la obligación
fuera en dólares. Pero no. Freddie en Angel
negro pudo ser Marko. Es grave, bebe leche como un mamón y su pequeña
ingenuidad la detienen sus juanetes. Él me agrada, y era el posible enemigo de
la mujer. ¿Cuál mujer que no huela a bienaventuranza, a idilio o a una cartuja
de Portugal? Ayer un bus se fue a Cali sin dos pasajeros y ocho maletas.
¿Siente la ausencia un bus, como sienten la ausencia dos chigüiros? He oído
puentes. Solo oigo y escucho, porque mi morada se destruyó y me sacaron muy de
prisa. Debieron enterrarme un poco. Se los hubiera pedido, si hablara su
lengua... ¡Irreverente Magia! ¡Qué placer recibirla de nuevo! El bebé llora por
sandeces: despistaron a su madre. Cardenal Sandri lo rasgueó en una misiva a un
obispo de Caldas. Si no me creen, suban sus cabezas a los tilos y manden por
una cuchara de miel, o de pasta fina, o de lluvia sin arlequines. Faría tiene
los errores del novel: mucho “Pues” y no mira a la lente, grave yerro, dicen
mis cabras. A su izquierda está Lavrov,
Mejillas Caídas, en las declaraciones inesperadas de la intervención a los
edificios de grano y a las estaciones de plumas. En todo caso, mi señor, las
góndolas supervisan el área y los pelágicos vaivenes dan buenos tercios.
Créame: debajo de las camas los esmeralderos guardan su equipaje de acción
inmediata. Solo que a los ríos se adentran en el sobaco de Taraira. ¿En
Trinidad aún se conversa la joya crónica de Lozano? Me detengo en la canción
transcrita por el que me prestó el libro. ¿Cuál era? Un tratado. Si era de
Europa, no... Era de Suramérica, si mal no me fallan los radiadores. Sea lo que
fue, los cariños a Magia deberían ser cariños a mi persona (disculpe canónigo,
así lo dije). El embrague es difícil de ubicar si no se tiene la mínima lectura
de cuatro horas, me avisó mi cirujano de cabecera. Y lo que sale de su boca, olor
a pleitos y ajo, es de cumplir: verbigracia el símil de los furúnculos y la
humedad de las paredes, más que todo con la imagen mental de las sureñas.
Investiga el hombre, señor, y pronto dejará herencia a su hijo con trastorno de
personalidad. Hace meses le pedí que fuera yo su hijo, pero me hizo caer a la
boga de los infortunios, y, siéndote sincero, lo tuve, lo hice, me retó. A esa
muchacha la visitan los menos queridos del linaje. Ella los acepta y les pide
una recomendación fuera del negocio. En ocasiones les riñe los caninos o las
herraduras. Así lo aceptan. Por ejemplo las veces que un chandoso, de gordo que
lo nutrían, se abalanzó a un piojo de animal. Lo hubiera hecho uña si no se
cayera y rodara su espalda hasta los pies del vehículo. ¿Tortura? ¡Abrimos los
cofres y la inadvertida plata se esfumó! Las repisas siguieron intachables y
los pesquisidores no hicieron su rutina de saboreo. Aceptamos la derrota de un
vaso. ¿Lo ha hecho usted? Debería hacerlo así sea para que no lo linchen en la
catedral. Mire lo que le hacen a un sacerdote; no mire lo que le podrían hacer
a su integridad isleña. Hemos leído casos donde los responsables somos nosotros
mismos y, ¡cómo negarlo!, en esos momentos estábamos en otro país, dando
cuentas de las masacres rentadas, a domicilio. Se me ocurren los filos de un
camaleón. Ese es mi actuar. ¿Quiere verme? Usted será el muñeco. Discente el
estómago. Mejor hagamos la pólvora. A José lo perdimos en diciembre, y el que
no le rinda culto, merece ser... La papelera de los directores es no quemar los
bombillos. Lo sabemos por un Festival Internacional que dirigieron en otra
laguna, donde las tapas eran color morado y los ponchos tenían el logo de la
compañía impronunciable. Bueno, alguno de nosotros lee ese idioma, pero lo amenazamos
con derretirle los dientes si nos hacía conocedores de su desbaratada inopia. Y
silenció los presurosos glifos de bareque. Se le burbujearon las ánimas al
saber lo que le haríamos. Ellas reforzaron nuestro cariño. Lunes de
programación horrífica o amorosa, y prefiero venirme a la tienda en que usted
se encuentra a ofrecerle mis servicios por el sitio de calvarios amarrados a la
copa de los mangos. Desde ahora le presto una ayuda, señor, y en la camaradería
nos entendemos sin chistes. Pague.
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