Las Edades y la Muerte, Hans Baldung Grien, 1541 - 1544 |
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Fortuna veleidosa.
Shakespeare:
Hamlet
Ni los dones más capaces la encerraron a su gusto:
Escipión, los césares, Castillo Armas, Ydígoras Fuentes ni don Tista (cuya mujer lo abandonó en la vejez por otro fósil con
boina) la dominaron, la encorralaron, se enriquecieron con sus
huevos —ahora tan lujosos—. Ninguno la asaltó el Domingo de Trinidad y la hizo
suya; ninguno le ofreció un producto —o si logró hacerlo ella no se lo tomó— para que diera su número de tarjeta o el escondite de
las llaves de la casa... Lidia la bautizan. Hubo un señor que la aprovechó: erigió
un edificio de apartamentos, vivió su robustez y lo mató el coronavirus... La
compañera se asoma raras veces al balcón y saluda a quienes siguieron la
tragedia. El Opus Dei tuvo mucamas gratis por más de veinte años: les susurraron
estudio, empleo, salario, labor divina, resarcimiento mundano general, y ¡vaya
a que por lo menos dieran grados superiores en el Instituto! ¿Y qué sucede?
Francisco —si bien por otro
juicio— le amputa inmunidades y las mujeres reventadas denuncian.
¿Cuántos menganos la ensillaron, la montaron, la galoparon y la frenaron en
seco? ¿Alguien la tatuó o la quemó para detenerla? La nana que abandonó a don
Tista perdió a su boina y no regresará con nuestro desafortunado.
Siquiera nadie lo muge —su inacción lo desearía.
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Publicado en El Creacionista (Puebla, México), año 3, no. 47 (septiembre de 2022): p. 19.
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