Acabábamos de ver Pocilga (Pasolini, 1969). La organizadora prendió la luz y abrió el
espacio para conversar. Un hombre, en la primera fila, se ladeó en silencio,
reconcentrando las ideas en su movimiento, para compartir su interpretación. En resumidas cuentas, la
película es un ataque a las «élites poderosas», a los reyes y a los
aristócratas. A los cerdos. Significó las estrellas en la almohada del señor
Klotz y el monte lunar como Plutón, el dios del infierno romano, donde se
juegan las franquicias, los peores cometidos. No estoy seguro si sudaba, pero
el brillo en su melena y en sus brazos peludos resplandecía con él. Desbordaba
los ojos, arrancaba una sonrisa y la detenía, volteaba para alcanzar a todo el
público. «Yo porque leo desde los dieciocho —tiene cincuenta o menos— y sé
mucho sobre la gnosis», dijo. (Las comillas son aproximadas). Mencionó antiguas
civilizaciones y ritos malignos. Tomó un libro del bolso —El péndulo de Foucault— y explicó la portada de la edición
Bompiani-Lumen. Me disculpo: olvidé su abigarrado e inalcanzable soliloquio,
muy seductor para los espíritus sin oficio o encantados por los misterios
sensoriales.
Una señora con
problemas auditivos —Ñ— le pedía repetir sus teorías y el con gusto lo hacía.
De los que habíamos, fue el que más habló. Lo desearía en próximos encuentros.
Esos personajes alegran la extensión y la trama incomprendida: me predispuso un
comentario sobre la malvada opinión de la crítica. Era atenerme o no a la
introducción.
Nos quedamos en la
entrada de la biblioteca. Fredy no había abierto. El conspirativo —R— no cedió.
Antes bien, se detuvo a evangelizar sobre la holística y el conocimiento
negado. Lo apuré: «Camus formula el límite...». Me interrumpió, casi igual de
poseído que ahora, acercándoseme: «No. Camus era nadaísta y masón. Él
pertenecía a los grandes entendidos. Lo que pasa es esto: el Sísifo niega un saber que la mayoría no
posee...». ¿Debía corregirlo o asentir? Para que me hallara, tendría que
aludirle hermeneutas. Y no conozco a ninguno ni sabía alcanzar sus argumentos
cabalísticos, multiversales y fuera y dentro de la realidad. «¿Cómo yo?»,
pensé. Iba a por el límite, el no mañana y el agotar lo que se tiene. Así, con
palabras claves, lo convencería. Si lo hubiera hecho...
Para no dejar en el
aire la aseveración, y prevenir adhesiones, traigo una cita de las primeras
páginas del Sísifo: «Y si es cierto,
como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con
el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a
preceder al gesto definitivo». Narra al problema filosófico de si la vida debe
ser vivida o no. Que mencione al alemán en su postura de instruir con el
ejemplo despeja afirmaciones insustanciales. Camus no niega un saber que asume.
Y sobre si era
nadaísta, le comenté a una compañera y se rio. Se dice de Jesús que fue el
comunista inicial. Tengo entendido (reculo a la ignorancia con la que voy a
cine) que el nadaísmo bebió del existencialismo y, tal vez, del absurdismo. No
lo silencié rápidamente —Eco—. Está seguro de su verdad (¿le añado comillas o
la dejo así, exhibiéndose?). Algún otro, con más autoridad, lo increpará. Sea
lo que fuere, él pretendía enseñar a quien no paraba de escucharlo. Tengo una
excusa: la literatura que sale de ese hombre y yo canalizo. Por mí, que diga
esos y más disparates. Me sirven. Proveen la desabastecida bodega. Antes de R
era un Julian catatónico. Y si el señor Herdhitze calló a los pueblerinos,
yo los urjo a hablar. ¡Eres la orgía de la expresión, R!
Fredy nos abrió. R
preguntó por el cactus convaleciente de Ñ —hace ocho días trajo su colección en
una canasta de legumbrería—. Antes de salir me invitó: «Si usted quiere saber
lo que yo sé, lea los gnósticos». ¡Eso haré, maestro! Despidiéndonos, la
compañera resolvió una duda: «¿Y usted tiene estudios?» «No, pero yo desde
joven leo y me gusta la filosofía. Mi formación es autodidacta». Ah ya... De ahí el júbilo. Me adhiero entonces al aforismo de un perturbado: «La academia
tortura y desilusiona. ¿Qué más pedirle?». Y no por ello demerito a los
autodidactas por excelencia: Zuleta, Moore... Es más, él tiene razón.
Quien quita.
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