Mauro, esperando el metro, se propuso, firme y veraz —contadas ocasiones lo hacía— formarse un límite y seguirlo. «Es hora
de encontrarme. Obedeceré una vida. Mis antepasados existieron sin entenderse
con uno. Pero yo, conscientemente, hablo.
La mía será especial. Una ciencia o una religión. (Apuesto a que mis vistas me
engañan. Debe de haber otros antes que yo, preguntándose sobre lo que me
preguntaré)».
La voz de la estación informó que el tren se demorará. Lluvias
o algo por el estilo. «Si llueve, las piedras trituradas se mojan y el río
crece, crece mucho». No se asomó a ver las piedras. Tomó asiento y,
poniéndose las manos entre los muslos, continuó: «Soy Mauro, de La
Estrella, Valle de Aburrá, Área Metropolitana, Antioquia, los Andes, Colombia,
Suramérica... Son las ocho del 24 de septiembre de 2022. Mi madre y mi padre
son de acá y yo moriré —lo más seguro— acá. Esta ubicación de espacio y tiempo me afirman en donde estoy. Al
pensar deberíamos cumplir el ritual de las cartas: lugar y fecha, y de ahí en
adelante el mensaje, y se termina firmando (siendo uno mismo, o dándole a eso un autor, un espíritu). Fuera preliminares, me ofrezco a divulgar
la expresión americana —Lima— y su inteligencia. Sumergirme en su historia, sin
envidia ni resentimiento, para encausar mi vitalidad. Miles de investigadores
dedican su mente a una persona, se vuelven sus biógrafos, sus intérpretes y sus
promotores. Yo seré como ellos, para América».
Mencionó
su continente y volvió en sí y en los que se aglomeraban sobre la plataforma. «Mis iguales. Compartimos batallas,
próceres, huelgas. Pecamos al mirar hacia afuera. Lo repito. Miramos hacia
afuera y ¡con qué ganas! Eso de allá es cultura, es civilización, es repetible.
En cambio, esto es débil, famélico,
pesaroso. Mi objeto es entregarme a la virtud que nos rodea —la hay— y
demostrarle a muchos nostálgicos la muestra poderosa de un lugar que apenas
nace.
»En nosotros se condensa —y se
condensará— lo diverso y lo contradictorio de los siglos por venir. Ambiguos,
tristes, ensimismados, heroicos y salvajes. Esta resina no ha tocado el piso, y
si lo hace, ¡miren el reguero de hojas secas, de estiércol y pensadores
negándonos independencia! Mauro se opone. Beberé de Alfonso Reyes, de Galeano,
de Martí, de los originarios y de los libertadores. Más que todo de ellos. Si
busco el pensamiento y la acción velada, en los indígenas encontraré la muestra
indispensable. Los que habitaron antes de la dialéctica, los ceremoniosos de la
Pachamama. La minga, el sumak kawsay,
la naturaleza y los mitos y las leyendas que nos competen. Su grito me usurpará
como medio. ¡Siervo de los americanos! ¡Suma continental! ¡Chicha y diálogo!».
Más
llena la plataforma, los usuarios lo miraban con extrañeza: Mauro se agitaba
levemente. Le quemaba pensar en lo que venía intuyendo desde la adolescencia.
Planeaba convertirse en hombre. Además de las piernas inquietas, las manos
sudorosas y los pelos de punta, era uno entre muchos. No pasaba desapercibido.
Sin embargo, todos esperaban el tren.
«¡Cuero y playa! ¿Olvidar a los
afrodescendientes? Ni loco. Césaire y Olivella, las panteras y los leones. Ay,
“Muchos mundos se hacen”, sin duda. El exilio eterno o provocado, la lejanía
africana, las raíces en tierra de colonos, en tierra propia, a las malas. De
los palenques nace la autonomía, el jugo contra la apropiación forzada. Mi baúl
es pequeño: soy blanco y oteador. Pero esto que hierve es sincero, es una
inspiración íntima, es la natural escucha de sí. ¡Y los gitanos con su romería,
con su asentamiento y su danza! (¿Tengo la capacidad de reunir a todos en una
reflexión, en un mirar de nuevo? No. Mas lo que he temido se desenvuelve y me
inunda). Seré genuino donde me encuentre. Serán genuinos quienes me escuchen.
Las teologías y las liberaciones levantarán la mano. El plan fue resuelto por
los graves campesinos o las bahías de pasión, navegadas en términos de presente.
Porque si bien el futuro chuza, la sangre es actual. Las relaciones brasileñas,
norteamericanas, atraerán los celos de sus pasados». El área era inhabitable. Miles de voces, de estornudos, de
suelas, de risas, de manos chocando, de respiraciones en el cuello, de sudores
y de frío condensando los vahos en un bloque macizo y alarmante. Empezaban a
cruzar la línea amarilla.
«Que estas personas me oyeran... ¡Compilaré
las cartas, la ley de origen, los manifiestos y los comunicados indígenas!
Entregaré ejemplares bajo la consigna de Walsh —urgente y fructífera—:
“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a
mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de
cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. Vuelva a
sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”. Aunque si un ministerio
apadrina la edición, más llevadero su alcance. Y con la ayuda de muchos dioses
será tradición global, quiéralo o no, pues habla del mundo. ¡El natalicio de un
nuevo ser americano, abundante como estos amigos!». Lo estrujaron. Lo venían estrujando. ¿Qué les iba a decir? Los
amaba por que existían con él. Extranjeros o autóctonos —en especial
autóctonos—, los amaba por igual, se dejaba balancear por ellos, se entregaba a
ellos... Realizaba su gran proyecto. Sería muy extraño amalgamarse en su país
si estuviera fuera de él. Lo primero son los sentidos, estaba seguro. La
metafísica a los incorpóreos. Él no; él era crónica, inmersión. Abrigaría el
adiposo calor humano y el abismal frío de los rieles. Surgió en su dictamen los
que defienden una causa desde un lugar diferente de donde se libra; y los
quienes luchan, se contaminan o se purifican ahí. Mauro prefiere la contextualización. Él contextualizará a los
pueblos de sus cunas. Agendó, en el transcurso de sus ideas, ir a lugares
cardinales: a montañas, islas, llanuras, nevados, ciudades, caseríos, selvas,
bosques, granjas, jardines y auditorios. «Pero tengo que montarme al tren, si quiero hacer algo. Demora,
¿cuánto aplazas? Yo diferí mi empresa ontológica. Si fuera hombre de acción,
antes de los dieciocho ya leería sobre el tema. Buscaría charlas, ciclos de
cine, conferencias, reuniones... Flemas, estrujón y gripe. Nos hacinaron. ¿Y la
voz? ¿Se tiró alguien? Eso rumoran. Por favor no, que nadie muera. Sin la vida,
¿para qué esforzarse? La base de mi futuro es la vida y mantener vivos a los
nuestros. Formaría, con esa persona que se suicidó, un semillero de Estudios
Nuestramericanos».
El
personal que intentaba salvar a las embarazadas y a los viejos de la asfixia y
del atropellamiento, era parte del problema. Mauro los observaba regresar a un punto
seguro fuera de la línea amarilla. Sus elucubraciones lo doparon. Reanudó.
«¡Por fin! Una “verdad pequeña en que sentarme”. ¿Cuántos de los que balancean el sofoco tienen una? Estoy dispuesto a regalarles esta verdad. Es que, desde un principio, no es mía. La correteé, eso sí, y me cedió acompañarla. Desde acá abajo solo veo bolsos y chaquetas. Ojalá fueran jíqueras y ruanas. Pronto...». La voz anunció la cercanía del tren. Se levantó, respirando con más soltura, el viento calmándole la fiebre, y un inesperado camino lo dejó pisar la línea. «Dejar salir es entrar más rápido», repitió la voz. «Saldrán mis compañeros y entraré a inhalar su aire encapsulado. Hará calor dentro. Yo haré parte de ese calor. Lo abrigaré con mi afán». Se asomó y vio al tren acercarse. Observó los cascajos mojados, amontonados, y los rieles imperturbables. En varias ocasiones los contemplaba vacío de pensamiento. A diferencia de hoy, un día sin igual, en que por muy tarde que fuera, la máquina de su energía se concentrará en un designio. Mauro adelantó más de lo debido. No tuvo misericordia la masa apretujada ni los operarios que abrieron acceso para las embarazadas y los viejos colombianos. El conductor del tren frunció el rostro al ver un pequeño hombre ser lanzado de la fila horizontal de posibles mártires. No mencionó palabra, no miró al conductor. Cerró los ojos, incrédulo. Ahora que podía direccionarse en fin de América, lo mataban. La inercia lo molió y la lluvia le limpió los huesos. De la generalidad salió una queja. Los ocupados odian los suicidas, solo que Mauro no lo era. Y ellos ¿qué iban a entender? El de hace un rato, el que los demoró, tampoco era uno; era la lluvia desbordando los ríos, la que ahora enjuga el acero con sangre. Este es el sacrificio. El sello de la carta. ¡Y quién le negaría el amor que les profesó aun cayendo! Y sin escrúpulo la voz: «Dejar salir es entrar más rápido»...
Itagüí, septiembre 24 de 2022
No sé por qué esos espacios, esos no-lugares al decir de Augé, siempre se prestan a la reflexión. Una que no lleva a ningún lado, pero reflexión al fin.
ResponderBorrarSaludos,
J.