Domingo de Ramos
—¿ya salieron? —le pregunté
a Yesenia.
—los de la banda están
tocando en la entrada de la portería; el padre y los de la procesión se
metieron más al fondo de la unidad.
—esperemos: cuando salgan,
me avisa.
nos informábamos por los
sonidos que nos llegaban a la casa: habíamos salido con anterioridad a ver el
horario de la procesión a la iglesia pero, cruzando la portería, como por arte
de magia aparecieron unas señoras cruzadas elevando ramos, ansiosas por subir
al punto de encuentro cargando a Jesús y a la Virgen y llamando a las que se
asomaban en los balcones para que se les unieran. entonces nos devolvimos: no
teníamos que ir a la procesión; la procesión vino a nosotros. yo me quité la
camisa y los zapatos, y me terminé de secar acostado, leyendo, mientras
tanteaba, según los discursos del padre que llegaban a mis tímpanos sobre los
techos de las casas juntas y traspasando las paredes interiores. tuve que
calmar a Yesenia: se apuraba a salir debido a la impaciencia que le generaban
los novedosos instrumentos en el ambiente de guacharacas, motores de vehículos,
sopladores de hojas y cadenas de bicis:
—no: cuando ellos salgan,
salimos.
y salieron y me demoré
poniéndome los zapatos, la camisa y el perfume que en la salida anterior no me
eché... y nos integramos a los feligreses...
—ah, hubiéramos cogido unos
ramos de la mata de la casa —recapacité observando los estandartes verdes y
flacuchentos, meneados al son, en principio, de la banda, pero, después, a medida
que esta se posicionaba en la vanguardia, al son de las voces del padre y de su
«mano derecha», los dos que hablaban por micrófono. los parlantes los llevaba
un Renault sobre el techo. así pues, las alabanzas y los cánticos a Jesús,
atrás; la parafernalia, el carnaval y el espectáculo, guiándonos adelante. ¿qué
simboliza esto? no me detendré a significarlo; mejor, ¿qué nos dice ese ramo
seco, raquítico, descolorido y tembloroso de ese señor, el único que lleva un
ramo en su familia? ¿acaso lo guardaba desde pandemia, tiempo de celebrar en
privacidad los misterios, y lo airea ahora en el recorrido presencial? a mí me
daría pena salir con un ramo como ese, tan consumido que, al menearlo, pareciera
romperse a pedazos. es más: ¿eso es un ramo o un chamizo, un bastión o una
lanza?
tan
siquiera él lleva algo para menear, cosa que tú no.
pues llevé en mi mano la
sombrilla y, en la otra, la mano de Yesenia. en todo caso, no abrí la
sombrilla: la opacidad del cielo dominical, deslumbrada por un instante
efímero, no lo precisaba. incluso briznó; ¿o fue el agua bendita que el padre
nos tiraba a quemarropa? él, avistándonos a Yesenia y a mí, acercó a su
monaguillo, recargó el acetre y, disimulando una sonrisa, nos lanzó dos tiros
de agua en la cara: uno porque sí y uno por cerrar los ojos y sobresaltarme.
(en los días del distanciamiento social, un padre en Michigan bendecía los
objetos con una pistola de agua; y uno de Sabanalarga, bendecía a los creyentes
con fumigadora... he la sagacidad adaptativa de la Iglesia).
las marchas y las
procesiones tienen aspectos en común: quien dirige está de aquí para allá,
animando a los marchantes con sus arengas o sus loas; siempre hay uno
inmediatamente inferior al que dirige: en el caso que nos atañe, una cincuentona
afrancesada, de pelitos de diente de león por todo su cuerpo, pequeña y de
cabello corto, con una cachucha y riñonera, leyendo de una hoja los estribillos
que el padre se sabía de memoria y le corregía a veces levantándole el dedo, su
batuta. el retrato que acabo de hacer bien aplicaría, matices de por medio,
para el de una revolucionaria estudiantil. otra semejanza son los grupos dentro
del grupo: anoté cuatro: Amigos de Jesús, Jóvenes con Jesús, Evangelizada y
Evangelizadora en Misión, Parroquia Comunidad San Pablo y Parroquia Nuestra
Señora de los Ángeles, la convocante de la actividad. en una marcha, estos
grupos se dividen espacios, volantes, paredes, a ver quién revolotea más en el
lapso de la manifestación. no viene mal agregar que el dirigente conoce las
diferencias y las similitudes: a ratos nombra a unos y les saca aleluyas; a
ratos nombra a otros y les saca hosannas; a ratos nombra aquestos y les saca
vivas:
—a ver dónde están los hombres:
¡viva Cristo Rey!
—que viva –responden, si así
se puede llamar a ese quejido insinuado.
—¡eavemaría! ¡qué desgano el
de estos hombres! ya no hay hombres, bendito sea Dios... a ver las mujeres:
¡viva Jesús en mi corazón!
—¡qué viva! –no hace falta
decir que ellas sí cumplen su tarea.
—muy bien niñas: ganaron los
hombres.
las que pensaban que las
iban a felicitar desinflaron su orgullo en una carcajada. los maridos reían
para no presentarse muy aguafiestas y se contentaban con volear los ramos. mas
ya en la parroquia (la mayoría de pie: no faltó quienes eludieron la procesión
y aseguraron puesto desde antes de salir) les susurraban a sus mujeres que nos
los hicieran caer mal en público.
yo, gracias a Dios, me quedé
afuera y, ante la escasez de espacio, me quedé un momento para que Yesenia
viera a los de la banda subirse al bus donde se irían a tocar instrumentales
separados de la procesión y acompañados de contradanzas empalagosos y
coloridos.
Lunes
Santo
a las ocho, con Luz, en la
Terminal del Norte. compramos los tiquetes de miniván para San Pedro de los
Milagros, hicimos del uno y nos enredamos hallando el abordaje nuestro. le
preguntamos a uno de tantos conductores y nos redirigió cerca de donde
entramos. le mostramos nuestros tiquetes al conductor y nos dijo: «por poco y
los dejaba»... déjenos y lo creo, dije
en silencio. el chofer era un desquiciado suicida: se adelantaba los camiones
lentos en las curvas, le pitaba al que venía casi que a chocarlo por metérsele
en su carril, y paraba a subir a los que le extendían la mano en el camino.
falta decir que, según los tiquetes, nos tocaba en los asientos seis y cinco,
juntos, pero fuimos separados. una injusticia sumada a la migaja de espacio. al
llegar a San Pedro nos prometimos no volver a subir a una miniván:
—ni por el putas, ¿me oyó?
—sí: ¡qué vamos a pagar por
un viaje de esos!
nos bajamos a una cuadra del
parque principal. el sol refrigeraba y quemaba la piel. dimos un rodeo antes de
sentarnos a ver cómo organizábamos la excursión. decidimos y entramos al Café
Dante, un café con tres billares, dos meseros que a la vez son cajeros, muchos
viejos campesinos que invitaban a sus amantes pagando con monedas y aun así
quedaban debiendo, espacioso y descuidado, como quienes lo frecuentan. Luz
pidió un café con leche y una empanada; yo un tinto y un buñuelo. la empanada
de Luz salió con un pelo, justo a la más quisquillosa de las mujeres: se comió
la mitad. pedí otro buñuelo. ella fue al baño y le tocó pagar quinientos: no
valió que fuéramos clientes.
pagué y nos enrumbamos a la Basílica
Menor: sus pinturas en el techo, como en la Capilla Sixtina; las de la nave
central, del catalán José Claro; las de «los techos contiguos a los tres
accesos de la fachada principal», del santarrosano Salvador Arango Sánchez; y
la de los laterales, de Juan Múnera Ochoa. avistamos el oro de los objetos
litúrgicos, la estrechez de los confesionarios, los escasos feligreses de esas
horas y, accediendo al ápside, le eché una monera a los bombillos en forma de
flores cerca del Señor de los Milagros. le pedí unas cosas sin saber que era
milagroso y bajé cuando un señor iba subiendo las escalitas que yo subí. Luz no
me acompañó; se hizo la que examinaba las estatuas.
de nuevo en el parque, dimos
unos pasos a la izquierda y he la casa cural; más a la izquierda, el caminito a
El Calvario, un parque de recogimiento construido por la Comunidad Eudes: su
ascenso tiene señales de viacrucis y, en lo alto, hay tres estatuas, traídas de
Francia por Pedro la Croix, sacerdote, cuyas inscripciones están en latín: solo
una me grabé: ecce mater tua.
descansamos cerca de las imágenes, comimos pera y disfrutamos de la fluctuación
de techos y montañas que se nos presentaba. bajando, unas monjas y unos
seminaristas (?) catequizaban niños.
relataría el caminón que nos
pegamos por carretera para ir a ver la vaca gigante, pero no la encontramos;
tan solo la vimos a unos kilómetros de distancia.
mejor nos devolvimos a
almorzar en un restaurante cerca de la capilla Nuestra Señora del Carmen y del
cementerio San Lázaro: Luz, chicharrón, patacón, ensalada y otras delicias con
jugo de coco y hierbabuena; yo, bandeja de cerdo y jugo de coco en agua. el
sitio era una asimilación tropical: piso de grava, paredes verdes, amarillas,
con matas, cuadros, máscaras y utensilios variopintos.
nos complació estar solos.
nuevamente en el parque,
dimos vueltas por lo ya conocido, nos sentamos a contar los basureros con forma
de lechera y fuimos a comprar el tiquete de ida; «cuando se vayan a ir, se
acercan»; entonces dimos un rodeo y lo último que nos llamó la atención fue el
Juniorato San Juan Eudes y una escenografía romana parqueada a la punta de un
parque.
de venida me mareé.
Martes
Santo
actividad en el Nevado del
Ruiz: de los hoyos salen gases volcánicos. los soldados y los funcionarios
ponen la cara. los vecinos, algunos, se oponen a la ruta de evacuación. en los
observatorios lógicos se mueve con mayor intensidad el café y las decisiones.
el material magmático, las recámaras, las fumarolas... ¿explotará? ¿qué se nos
dice? profesionales de las alcaldías: ¿hemos de atemorizarnos?
Miércoles
Santo
el sol cenital lo ubicó en
Las Ballenitas: reposaba el almuerzo debajo de un árbol, en una manga que le
dio dolor de espalda baja por su inclinación. a la mañana se recordó estar
solícito con la hora, y el vistazo a la sombra de una pelota de piscina,
ralentizado su trayecto en el aire por un ventarrón proveniente de una cancha
de arena, le llevó a observar su reloj y a levantarse de un salto. se paró en
un sitio sin más sombra que la suya, que la de su cabeza viendo sus piernas sin
prolongación en el suelo: «¿y a quién le hablo ahora?», se alegró.
—¡Luz! ¡es verdad: no hay
sombra!
—¿cómo que no hay sombra? ¿y
la de este árbol qué?
—¡no hay sombra ladeada! ¡la
sombra está debajo de los objetos! ¡el sol toca el techo! ¡véalo encima!
las materas, las columnas de
una cafetería arrinconada, los palos de hierro de la cancha. él caviló en base
a la noticia leída: «un minuto va a durar el fenómeno: ya tuvo que pasar»; pero
él no precisaba diferencias: ni una sombra.
—¡venga más bien y se compra
un tinto, yo le doy la plata!
él aceptó. caminando a pasos
largos, se asombraba de lo que los bañeantes se perdían. «aunque las noticias
no fueron lo máximo pues»: se le aparecieron vagando por las recomendadas en el
celular.
Jueves
Santo
Another
Day in Paradise se
reprodujo en mi sueño. una hecatombe de imágenes esperanzadoras y atribuladas
me quitaron la cobija, me aruñaron la cara y me despertaron asfixiado y con un
retorcijón en el estómago.
«lo que cuesta el paraíso».
bebí agua de la canilla, me
eché en la espalda y tatareé la canción:
You
can tell from the lines on her face
You
can see that she's been there
Probably
been moved on from every place
'Cause
she didn't fit in there
«y el think twice del coro…».
me preparé desayuno: arepa
con quesito, café y pan. en la nevera había un sartén con hogao que no toqué:
puede que papá lo utilice para el espagueti. a la primera mordida de arepa, o
montándole el quesito en el lomo, Gonzalvo ofrecía esta casa, en la que me
desperté sobresaltado y dengoso, en la que disolvía el café en la aguapanela,
en la que la música de los vecinos entra sin estorbo y nos somete:
—vea, esto va del rancho
para acá: a un lado y al otro tiene dos casas: esos son los límites; a este
otro lado no tiene sino ese prado que él —mi papá— encerró. todo eso de allá
para acá es su propiedad. usted, con dos apartamentos o un parqueadero, paga lo
que invierta.
—grande... ¿y el lote viene
de allá?...
—... hasta acá, sí señor.
espacioso; ¿no?
—la verdad sí...
«un cliente potencial... me
como el desayuno mientras me ofrecen. papá se levanta, ¿anunciado por las
voces?, abre la puerta, va al baño y me pide que saque a la perrita no más
desayune. mientras él duerme, Gonzalvo le vende la casa, el refugio... oh...
piensa dos veces, hombre: no vaya a ser que se te acabe el paraíso por una mala
decisión».
—hermano, yo lo dejo: tengo
que ir a tumbar un racimo y a desyerbar un patio. cualquier cosa me habla.
—listo Gonzalvo. hablamos
pues...
»¡veneno para cucarachas, pulgas,
chinches, ratas, hormigas!... ¡veneno para las cucarachas!... —y a la de la
tienda—: mujer, dame un litrón y dos vasos si es tan amable...
ah... él no nos comprará el destierro.
***
representación de la Última
Cena: el padre sentencia a los que les aplicará el lavatorio de los pies:
—¡«yo les aseguro que uno de
ustedes me entregará»!...
todos nos levantamos del
asiento para dar con Judas.
el padre le pasa el
micrófono a sus discípulos. una niña, con su vocecita gaga, inquiere:
— «¿seré yo, Señor?»
No,
Juan; no eres tú.
Viernes
Santo
ayuno desde las ocho hasta
las doce. comí un pan agridulce con un vaso de agua.
—¿se vale agridulce? —me
asesoré con las muchachas.
—sí; y como Dios nos invita
a compartir, guárdenos.
pero me comí el último que
había.
Luz, religiosa a su manera:
de contacto íntimo con Dios, me desconfiguró aclarándome dos particularidades:
—estoy ayunando.
—¿de verdad?
—sí: agua y pan hasta las
doce.
—¿pero ayuno bíblico o ayuno
literal?
—no sé cuál es el bíblico —me
imaginé unos preceptos de la Escrituras, como el de comer con un bastón en la
mano y marcar con sangre la puerta de la casa—. pues ayuno para estar como
Jesús.
—o sea: está sin comer y
¿qué más hace?
—más nada.
—usted está literalmente
ayunando.
—¿y eso es malo?
—debe orar, leer la Biblia,
decirle a Dios el propósito de su ayuno, qué quiere que él le dé a cambio. o
también si lo hace para enaltecerlo.
me puse entonces en la
dinámica de oración y de súplica.
lo principal: no permitas
que me enloquezca.
Sábado
Santo
hay quienes se enfadan por
cuestiones trascendentales, como la peliaguda situación de la Iglesia con el
Estado nicaragüense: anduvieron las procesiones dentro de los templos, no por
el virus ni por bombardeos; por la persecución de Ortega, a quien el sumo
pontífice estimó desequilibrado. mas hay otros que se arrancan los pelos y
ultrajan ediciones porque algo no les sonó como ellos estiman que debe
sonarles: en el estudio preliminar a los Ensayos
de Montaigne, ese alguien acorraló en paréntesis la palabra «piedra» de la
frase: «ha hecho de su biblioteca una carabela de piedra», y anota al margen:
«de papel, bobo!» (sic). yo no advierto error alguno: Ezequiel Martínez se
valió de la metáfora para convertir a su castillo en una carabela, debido a los
viajes librescos que emprendía Miguel, sabedor del mundo a pesar de su
residencia y de los medios de comunicación de ese entonces. en todo caso, y
empleando la plastilina, a nuestro alguien le vendría bien buscar el variado
Castillo de Colomares, homenaje a Colón y a su empresa: allí concentrará las
razones por las cuales no es boba la comparación de Ezequiel.
páginas adelante, elimina,
cruza el artículo «el», reputándose corrector de estilo: «la tabla pitagórica
le inspira [ ] terror que una momia que
hablara», y escribe un escolio: «igual». no me pronunciaré al respecto... la
«mejora» se denuncia a sí misma.
en otra ocasión subraya y,
con tres lianas, centra su cuidado en una cita: «nadie discute hoy, y por
diferentes caminos han llegado Scheler y Driesch a la misma conclusión, que las
diferencias entre la inteligencia y los instintos son simplemente de grado. es
el veredicto de la biología como de la psicología». oh, vil: no me argumentarás
que te basas del instinto y que expondrás este medio para defenderte: lo tuyo
no es instinto, es intromisión.
utilicé, criticándolo, su
inmersión desmedida en algo intrascendental.
cuán superior es la crisis
de Nicaragua, la expulsión de un sacerdote panameño por cumplir su oficio. sin
embargo, cuán divertido es perderse en bagatelas cuyo ausente adversario no va
a problematizar.
Domingo
de Pascua
se acabaron las vacaciones.
y el Nazareno resucitó.
le saqué el cuerpo a la
procesión de El Pedregal y elegí la de Yarumito. esos son el tipo de decisiones
que se toman en las celebraciones católicas: un cocao de sacerdotes cumplen su
trabajo en un sinfín de países, de ciudades, de municipios, pueblos,
capillas... con razón la cuantía de su impacto en la sociedad. si bien Dios nos
aguarda en su Reino, ellos nos ejercitan en la Tierra. ¡y no de cualquier
forma! la Iglesia, donde se le permite obrar, hace milagros. ¿o no es un
milagro, con ciertas excepciones, su ahínco evangelizador? ¡que alguien los
detenga! ¡incluso los monaguillos de Nuestra Señora de los Ángeles pregonan: «el
católico no se cansa; ora, alaba...».
lo olvidé.
en todo caso, para mí es
Dios quien los arrebata de su molicie y los ubica en un objetivo universal,
agotador pero enfocado. y, viceversa a los ociosos, que «Si no se los ocupa en
labor concreta que los refrene y constriñe, se lanzan desordenadamente, aquí y
allá, en el vago campo de las fantasías», a los creyentes se los encamina a un
fin general cuyos dogmas fomentan raíces de hierro.
Hace tiempo que no le dedico tanto tiempo a una festividad religiosa. Al menos esta vez la lectura amenizó el paso.
ResponderBorrarSaludos,
J.
José: entonces lo escrito valió para algo. Saludos.
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