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Semana Santa (2023)

Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles

Domingo de Ramos

—¿ya salieron? —le pregunté a Yesenia.

—los de la banda están tocando en la entrada de la portería; el padre y los de la procesión se metieron más al fondo de la unidad.

—esperemos: cuando salgan, me avisa.

nos informábamos por los sonidos que nos llegaban a la casa: habíamos salido con anterioridad a ver el horario de la procesión a la iglesia pero, cruzando la portería, como por arte de magia aparecieron unas señoras cruzadas elevando ramos, ansiosas por subir al punto de encuentro cargando a Jesús y a la Virgen y llamando a las que se asomaban en los balcones para que se les unieran. entonces nos devolvimos: no teníamos que ir a la procesión; la procesión vino a nosotros. yo me quité la camisa y los zapatos, y me terminé de secar acostado, leyendo, mientras tanteaba, según los discursos del padre que llegaban a mis tímpanos sobre los techos de las casas juntas y traspasando las paredes interiores. tuve que calmar a Yesenia: se apuraba a salir debido a la impaciencia que le generaban los novedosos instrumentos en el ambiente de guacharacas, motores de vehículos, sopladores de hojas y cadenas de bicis:

—no: cuando ellos salgan, salimos.

y salieron y me demoré poniéndome los zapatos, la camisa y el perfume que en la salida anterior no me eché... y nos integramos a los feligreses...

—ah, hubiéramos cogido unos ramos de la mata de la casa —recapacité observando los estandartes verdes y flacuchentos, meneados al son, en principio, de la banda, pero, después, a medida que esta se posicionaba en la vanguardia, al son de las voces del padre y de su «mano derecha», los dos que hablaban por micrófono. los parlantes los llevaba un Renault sobre el techo. así pues, las alabanzas y los cánticos a Jesús, atrás; la parafernalia, el carnaval y el espectáculo, guiándonos adelante. ¿qué simboliza esto? no me detendré a significarlo; mejor, ¿qué nos dice ese ramo seco, raquítico, descolorido y tembloroso de ese señor, el único que lleva un ramo en su familia? ¿acaso lo guardaba desde pandemia, tiempo de celebrar en privacidad los misterios, y lo airea ahora en el recorrido presencial? a mí me daría pena salir con un ramo como ese, tan consumido que, al menearlo, pareciera romperse a pedazos. es más: ¿eso es un ramo o un chamizo, un bastión o una lanza?

tan siquiera él lleva algo para menear, cosa que tú no.

pues llevé en mi mano la sombrilla y, en la otra, la mano de Yesenia. en todo caso, no abrí la sombrilla: la opacidad del cielo dominical, deslumbrada por un instante efímero, no lo precisaba. incluso briznó; ¿o fue el agua bendita que el padre nos tiraba a quemarropa? él, avistándonos a Yesenia y a mí, acercó a su monaguillo, recargó el acetre y, disimulando una sonrisa, nos lanzó dos tiros de agua en la cara: uno porque sí y uno por cerrar los ojos y sobresaltarme. (en los días del distanciamiento social, un padre en Michigan bendecía los objetos con una pistola de agua; y uno de Sabanalarga, bendecía a los creyentes con fumigadora... he la sagacidad adaptativa de la Iglesia).

las marchas y las procesiones tienen aspectos en común: quien dirige está de aquí para allá, animando a los marchantes con sus arengas o sus loas; siempre hay uno inmediatamente inferior al que dirige: en el caso que nos atañe, una cincuentona afrancesada, de pelitos de diente de león por todo su cuerpo, pequeña y de cabello corto, con una cachucha y riñonera, leyendo de una hoja los estribillos que el padre se sabía de memoria y le corregía a veces levantándole el dedo, su batuta. el retrato que acabo de hacer bien aplicaría, matices de por medio, para el de una revolucionaria estudiantil. otra semejanza son los grupos dentro del grupo: anoté cuatro: Amigos de Jesús, Jóvenes con Jesús, Evangelizada y Evangelizadora en Misión, Parroquia Comunidad San Pablo y Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles, la convocante de la actividad. en una marcha, estos grupos se dividen espacios, volantes, paredes, a ver quién revolotea más en el lapso de la manifestación. no viene mal agregar que el dirigente conoce las diferencias y las similitudes: a ratos nombra a unos y les saca aleluyas; a ratos nombra a otros y les saca hosannas; a ratos nombra aquestos y les saca vivas:

—a ver dónde están los hombres: ¡viva Cristo Rey!

—que viva –responden, si así se puede llamar a ese quejido insinuado.

—¡eavemaría! ¡qué desgano el de estos hombres! ya no hay hombres, bendito sea Dios... a ver las mujeres: ¡viva Jesús en mi corazón!

—¡qué viva! –no hace falta decir que ellas sí cumplen su tarea.

—muy bien niñas: ganaron los hombres.

las que pensaban que las iban a felicitar desinflaron su orgullo en una carcajada. los maridos reían para no presentarse muy aguafiestas y se contentaban con volear los ramos. mas ya en la parroquia (la mayoría de pie: no faltó quienes eludieron la procesión y aseguraron puesto desde antes de salir) les susurraban a sus mujeres que nos los hicieran caer mal en público.

yo, gracias a Dios, me quedé afuera y, ante la escasez de espacio, me quedé un momento para que Yesenia viera a los de la banda subirse al bus donde se irían a tocar instrumentales separados de la procesión y acompañados de contradanzas empalagosos y coloridos.

 

Lunes Santo

a las ocho, con Luz, en la Terminal del Norte. compramos los tiquetes de miniván para San Pedro de los Milagros, hicimos del uno y nos enredamos hallando el abordaje nuestro. le preguntamos a uno de tantos conductores y nos redirigió cerca de donde entramos. le mostramos nuestros tiquetes al conductor y nos dijo: «por poco y los dejaba»... déjenos y lo creo, dije en silencio. el chofer era un desquiciado suicida: se adelantaba los camiones lentos en las curvas, le pitaba al que venía casi que a chocarlo por metérsele en su carril, y paraba a subir a los que le extendían la mano en el camino. falta decir que, según los tiquetes, nos tocaba en los asientos seis y cinco, juntos, pero fuimos separados. una injusticia sumada a la migaja de espacio. al llegar a San Pedro nos prometimos no volver a subir a una miniván:

—ni por el putas, ¿me oyó?

—sí: ¡qué vamos a pagar por un viaje de esos!

nos bajamos a una cuadra del parque principal. el sol refrigeraba y quemaba la piel. dimos un rodeo antes de sentarnos a ver cómo organizábamos la excursión. decidimos y entramos al Café Dante, un café con tres billares, dos meseros que a la vez son cajeros, muchos viejos campesinos que invitaban a sus amantes pagando con monedas y aun así quedaban debiendo, espacioso y descuidado, como quienes lo frecuentan. Luz pidió un café con leche y una empanada; yo un tinto y un buñuelo. la empanada de Luz salió con un pelo, justo a la más quisquillosa de las mujeres: se comió la mitad. pedí otro buñuelo. ella fue al baño y le tocó pagar quinientos: no valió que fuéramos clientes.

pagué y nos enrumbamos a la Basílica Menor: sus pinturas en el techo, como en la Capilla Sixtina; las de la nave central, del catalán José Claro; las de «los techos contiguos a los tres accesos de la fachada principal», del santarrosano Salvador Arango Sánchez; y la de los laterales, de Juan Múnera Ochoa. avistamos el oro de los objetos litúrgicos, la estrechez de los confesionarios, los escasos feligreses de esas horas y, accediendo al ápside, le eché una monera a los bombillos en forma de flores cerca del Señor de los Milagros. le pedí unas cosas sin saber que era milagroso y bajé cuando un señor iba subiendo las escalitas que yo subí. Luz no me acompañó; se hizo la que examinaba las estatuas.

de nuevo en el parque, dimos unos pasos a la izquierda y he la casa cural; más a la izquierda, el caminito a El Calvario, un parque de recogimiento construido por la Comunidad Eudes: su ascenso tiene señales de viacrucis y, en lo alto, hay tres estatuas, traídas de Francia por Pedro la Croix, sacerdote, cuyas inscripciones están en latín: solo una me grabé: ecce mater tua. descansamos cerca de las imágenes, comimos pera y disfrutamos de la fluctuación de techos y montañas que se nos presentaba. bajando, unas monjas y unos seminaristas (?) catequizaban niños.

relataría el caminón que nos pegamos por carretera para ir a ver la vaca gigante, pero no la encontramos; tan solo la vimos a unos kilómetros de distancia.

mejor nos devolvimos a almorzar en un restaurante cerca de la capilla Nuestra Señora del Carmen y del cementerio San Lázaro: Luz, chicharrón, patacón, ensalada y otras delicias con jugo de coco y hierbabuena; yo, bandeja de cerdo y jugo de coco en agua. el sitio era una asimilación tropical: piso de grava, paredes verdes, amarillas, con matas, cuadros, máscaras y utensilios variopintos.

nos complació estar solos.

nuevamente en el parque, dimos vueltas por lo ya conocido, nos sentamos a contar los basureros con forma de lechera y fuimos a comprar el tiquete de ida; «cuando se vayan a ir, se acercan»; entonces dimos un rodeo y lo último que nos llamó la atención fue el Juniorato San Juan Eudes y una escenografía romana parqueada a la punta de un parque.

de venida me mareé.

 

Martes Santo

actividad en el Nevado del Ruiz: de los hoyos salen gases volcánicos. los soldados y los funcionarios ponen la cara. los vecinos, algunos, se oponen a la ruta de evacuación. en los observatorios lógicos se mueve con mayor intensidad el café y las decisiones. el material magmático, las recámaras, las fumarolas... ¿explotará? ¿qué se nos dice? profesionales de las alcaldías: ¿hemos de atemorizarnos?

 

Miércoles Santo

el sol cenital lo ubicó en Las Ballenitas: reposaba el almuerzo debajo de un árbol, en una manga que le dio dolor de espalda baja por su inclinación. a la mañana se recordó estar solícito con la hora, y el vistazo a la sombra de una pelota de piscina, ralentizado su trayecto en el aire por un ventarrón proveniente de una cancha de arena, le llevó a observar su reloj y a levantarse de un salto. se paró en un sitio sin más sombra que la suya, que la de su cabeza viendo sus piernas sin prolongación en el suelo: «¿y a quién le hablo ahora?», se alegró.

—¡Luz! ¡es verdad: no hay sombra!

—¿cómo que no hay sombra? ¿y la de este árbol qué?

—¡no hay sombra ladeada! ¡la sombra está debajo de los objetos! ¡el sol toca el techo! ¡véalo encima!

las materas, las columnas de una cafetería arrinconada, los palos de hierro de la cancha. él caviló en base a la noticia leída: «un minuto va a durar el fenómeno: ya tuvo que pasar»; pero él no precisaba diferencias: ni una sombra.

—¡venga más bien y se compra un tinto, yo le doy la plata!

él aceptó. caminando a pasos largos, se asombraba de lo que los bañeantes se perdían. «aunque las noticias no fueron lo máximo pues»: se le aparecieron vagando por las recomendadas en el celular.

 

Jueves Santo

Another Day in Paradise se reprodujo en mi sueño. una hecatombe de imágenes esperanzadoras y atribuladas me quitaron la cobija, me aruñaron la cara y me despertaron asfixiado y con un retorcijón en el estómago.

«lo que cuesta el paraíso».

bebí agua de la canilla, me eché en la espalda y tatareé la canción:

 

You can tell from the lines on her face

You can see that she's been there

Probably been moved on from every place

'Cause she didn't fit in there

 

«y el think twice del coro…».

me preparé desayuno: arepa con quesito, café y pan. en la nevera había un sartén con hogao que no toqué: puede que papá lo utilice para el espagueti. a la primera mordida de arepa, o montándole el quesito en el lomo, Gonzalvo ofrecía esta casa, en la que me desperté sobresaltado y dengoso, en la que disolvía el café en la aguapanela, en la que la música de los vecinos entra sin estorbo y nos somete:

—vea, esto va del rancho para acá: a un lado y al otro tiene dos casas: esos son los límites; a este otro lado no tiene sino ese prado que él —mi papá— encerró. todo eso de allá para acá es su propiedad. usted, con dos apartamentos o un parqueadero, paga lo que invierta.

—grande... ¿y el lote viene de allá?...

—... hasta acá, sí señor. espacioso; ¿no?

—la verdad sí...

«un cliente potencial... me como el desayuno mientras me ofrecen. papá se levanta, ¿anunciado por las voces?, abre la puerta, va al baño y me pide que saque a la perrita no más desayune. mientras él duerme, Gonzalvo le vende la casa, el refugio... oh... piensa dos veces, hombre: no vaya a ser que se te acabe el paraíso por una mala decisión».

—hermano, yo lo dejo: tengo que ir a tumbar un racimo y a desyerbar un patio. cualquier cosa me habla.

—listo Gonzalvo. hablamos pues...

»¡veneno para cucarachas, pulgas, chinches, ratas, hormigas!... ¡veneno para las cucarachas!... —y a la de la tienda—: mujer, dame un litrón y dos vasos si es tan amable...

ah... él no nos comprará el destierro.

 

***

 

representación de la Última Cena: el padre sentencia a los que les aplicará el lavatorio de los pies:

—¡«yo les aseguro que uno de ustedes me entregará»!...

todos nos levantamos del asiento para dar con Judas.

el padre le pasa el micrófono a sus discípulos. una niña, con su vocecita gaga, inquiere:

— «¿seré yo, Señor?»

No, Juan; no eres tú.

 

Viernes Santo

ayuno desde las ocho hasta las doce. comí un pan agridulce con un vaso de agua.

—¿se vale agridulce? —me asesoré con las muchachas.

—sí; y como Dios nos invita a compartir, guárdenos.

pero me comí el último que había.

Luz, religiosa a su manera: de contacto íntimo con Dios, me desconfiguró aclarándome dos particularidades:

—estoy ayunando.

—¿de verdad?

—sí: agua y pan hasta las doce.

—¿pero ayuno bíblico o ayuno literal?

—no sé cuál es el bíblico —me imaginé unos preceptos de la Escrituras, como el de comer con un bastón en la mano y marcar con sangre la puerta de la casa—. pues ayuno para estar como Jesús.

—o sea: está sin comer y ¿qué más hace?

—más nada.

—usted está literalmente ayunando.

—¿y eso es malo?

—debe orar, leer la Biblia, decirle a Dios el propósito de su ayuno, qué quiere que él le dé a cambio. o también si lo hace para enaltecerlo.

me puse entonces en la dinámica de oración y de súplica.

lo principal: no permitas que me enloquezca.

 

Sábado Santo

hay quienes se enfadan por cuestiones trascendentales, como la peliaguda situación de la Iglesia con el Estado nicaragüense: anduvieron las procesiones dentro de los templos, no por el virus ni por bombardeos; por la persecución de Ortega, a quien el sumo pontífice estimó desequilibrado. mas hay otros que se arrancan los pelos y ultrajan ediciones porque algo no les sonó como ellos estiman que debe sonarles: en el estudio preliminar a los Ensayos de Montaigne, ese alguien acorraló en paréntesis la palabra «piedra» de la frase: «ha hecho de su biblioteca una carabela de piedra», y anota al margen: «de papel, bobo!» (sic). yo no advierto error alguno: Ezequiel Martínez se valió de la metáfora para convertir a su castillo en una carabela, debido a los viajes librescos que emprendía Miguel, sabedor del mundo a pesar de su residencia y de los medios de comunicación de ese entonces. en todo caso, y empleando la plastilina, a nuestro alguien le vendría bien buscar el variado Castillo de Colomares, homenaje a Colón y a su empresa: allí concentrará las razones por las cuales no es boba la comparación de Ezequiel.

páginas adelante, elimina, cruza el artículo «el», reputándose corrector de estilo: «la tabla pitagórica le inspira [  ] terror que una momia que hablara», y escribe un escolio: «igual». no me pronunciaré al respecto... la «mejora» se denuncia a sí misma.

en otra ocasión subraya y, con tres lianas, centra su cuidado en una cita: «nadie discute hoy, y por diferentes caminos han llegado Scheler y Driesch a la misma conclusión, que las diferencias entre la inteligencia y los instintos son simplemente de grado. es el veredicto de la biología como de la psicología». oh, vil: no me argumentarás que te basas del instinto y que expondrás este medio para defenderte: lo tuyo no es instinto, es intromisión.

utilicé, criticándolo, su inmersión desmedida en algo intrascendental.

cuán superior es la crisis de Nicaragua, la expulsión de un sacerdote panameño por cumplir su oficio. sin embargo, cuán divertido es perderse en bagatelas cuyo ausente adversario no va a problematizar.

 

Domingo de Pascua

se acabaron las vacaciones.

y el Nazareno resucitó.

le saqué el cuerpo a la procesión de El Pedregal y elegí la de Yarumito. esos son el tipo de decisiones que se toman en las celebraciones católicas: un cocao de sacerdotes cumplen su trabajo en un sinfín de países, de ciudades, de municipios, pueblos, capillas... con razón la cuantía de su impacto en la sociedad. si bien Dios nos aguarda en su Reino, ellos nos ejercitan en la Tierra. ¡y no de cualquier forma! la Iglesia, donde se le permite obrar, hace milagros. ¿o no es un milagro, con ciertas excepciones, su ahínco evangelizador? ¡que alguien los detenga! ¡incluso los monaguillos de Nuestra Señora de los Ángeles pregonan: «el católico no se cansa; ora, alaba...».

lo olvidé.

en todo caso, para mí es Dios quien los arrebata de su molicie y los ubica en un objetivo universal, agotador pero enfocado. y, viceversa a los ociosos, que «Si no se los ocupa en labor concreta que los refrene y constriñe, se lanzan desordenadamente, aquí y allá, en el vago campo de las fantasías», a los creyentes se los encamina a un fin general cuyos dogmas fomentan raíces de hierro.


Itagüí, abril de 2023

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Comentarios

  1. Hace tiempo que no le dedico tanto tiempo a una festividad religiosa. Al menos esta vez la lectura amenizó el paso.

    Saludos,
    J.

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  2. José: entonces lo escrito valió para algo. Saludos.

    ResponderBorrar

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