Villamaría,
abril 7 de 2023
Madre:
Supe
que estás enferma del colón y que tienes fiebres y calambres, pero que, aún
enferma y adolorida, acompañas a papá en su recuperación del accidente. Eres
algo superior a un ejemplo: eres, para mí y para mis allegados, a quienes les
he contado tus peripecias, una invencible jefa del clan, una matrona
omnipotente.
Y
no porque salgas siempre bien librada; no; sino porque abordas las complejidades
que se te presentan con tu semblante sano, de enfermera intachable. Sabes cómo
ponerle las íes al destino, pararlo en seco y, mientras él te hace caso, tú te
recoges el cabello, te planchas con las manos las patas de gallina y te amarras
los cordones, y le das luz verde: «Atácame con toda o no me vengas a hacer
perder el tiempo».
De
ese modo te he visto a lo largo de mi existencia, de ese modo te hemos adorado
y de ese modo, tú lo provocaste, realzaremos tu imagen de diosa en los
pedestales de nuestros respetos. Los que te seguimos profesamos la religión de
tus enseñanzas y de tus discursos: «Cálmate, Jonás»; «Arrímense, mis niños»; «¿Descansa
en ustedes, o en mí, la tarea de proclamar entres las personas el bien después
de mi prédica?».
—En
nosotros, tus hijos y allegados, descansa la tarea, madre. La realizaremos y la
proclamaremos a lo largo y ancho de nuestras cercanías, porque somos lentos
exploradores montunos. Con lo que tenemos de ti ya nos damos una idea del
continente, de las constelaciones que nos apuran a cumplir nuestra función en
la obra del Pantocrátor. Mas como tú no nos diste órdenes de unirnos a lo
general, sino a nosotros, a nuestras atmósferas, a nuestros empaques de unos
metros, nos desentendemos de la alianza con los libres planetas, con las almas
de las penínsulas.
Madrecita:
aporreada, convaleciente, moribunda incluso, nos atiendes a los que, por
casualidad y por gracia divina también, somos tus hijos. ¿Cómo lo haces? ¿Alguno
de nosotros te da los ánimos que nos faltan a todos? Oh, preciosura, grandiosa americana
en el extranjero, si te tuviéramos para decirte lo mucho que eres para los que
no valemos ni un centavo sin ti.
Concédenos
una bendición, las dos manos en los cachetes, como un atril, los dos hombros
para dos cabezas desvalidas...
La
separación de los cuerpos nos tiene amorfos, corrompidos, desfasados entre lo
intestinal y lo celeste. El Atlántico... sus aguas... su sal... Solo tú lo has
probado... solo tú sentiste el desgarro de irse de Colombia, del pueblo, de los
que te vieron crecer y de los que has velado, de los que has velado y de los
que les has pagado misas, de los que les has pagado misas y de los que te
aconsejan en sueños: «Haz lo propio de tu raza. Te acompañaremos de todas
formas, mujer. Cuenta con nosotros pues nosotros contamos contigo. La
recompensa a tu atención la convertimos en buenas nuevas. Haz lo propio de una
mujer soberbia, altiva y elegante. Estamos en ti, protegiendo, con el dorso de
nuestras sinceridades, tu cuerpo; estamos en ti. Te acompañamos: somos tu raza,
¡tus muertos!».
¡Ah!
¡Bebemos la chicha de las impaciencias! ¡Nos colmamos con tus palabras! ¡Viva
estás y vivos nos tienes! ¡Elehó! ¡Elehó por ti, suprema! ¡Clavaría mi lanza en
el cielo, en la nube que se perdió del rebaño —¡elohé!—, y la metería en el
corral danzarín del semidiós que nos obsequiaste: ¡la tierra! ¡Bendición,
decaída reina! ¡Liba con tus antepasados el parto de la chacra!
Desfallezco
en las presiones de tus rodillas. No permitirás que me caiga. ¡Soy lo que
aprecias, tu aprecio de sobornos e insomnios!
Desfallezco
mimándote...
Procuras
el bienestar de tu mamá también: unos mariachis el sábado y una cena de cocinero
homosexual el domingo. Administras tus posesiones en la distancia. Lo lejano
nunca ha sido una evasiva para ti. O te ofreces o no te ofreces, ese es tu
funcionamiento. Nos pediste venir esos dos días a pasar con tu madre, a
reemplazarle, nosotros, tu asistencia. Es notorio que somos malos ministros y
delegados. Las representaciones que nos han encargado terminan desde que
abrimos los pliegos y los leemos. Mas nos elegiste. Somos tus peones. Ofrecer
lealtad a otras reinas es darnos de baja de la madre nutricia: tú. ¿Miento si
otros se han atrevido a negarte y tú los has apartado de tus listas
benefactoras? Obraron pésimo: forcejearon por el infierno. Los que te seguimos
no nos apartaremos de ti: la condena nos aterra y los relatos de los condenados
nos dan escalofríos, nos perturban las extremidades y nos congelan la
circulación de armonía que emana de tus bienes.
Lo
que eres en el amor lo eres, en parecidas cantidades, en el capricho.
Ser
exiliado de ti es no solo acabar con el honor; es acabar con el hombre. Quien
da la vida, al negarla, la reclama. Tienes el derecho divino, humano,
portentoso. Y estamos conforme a tu ley: es justa con los que son justos y se
ciñen a tus preceptos: matarás a los que te maten; odiarás a quienes te odien;
apartarás a quienes te aparten; blasfemarás a quienes te dediquen una sátira,
un encomio. Los seres de tu gloria te la encendemos, te la calcamos. Pecadores,
rencorosos, medianos o príncipes, bajo tu regazo nada nos distingue: el mundo
se aniquila. Tú eres la sintonía que nos acompasa, el sostén cabalístico al
cual pertenecemos. Eres, madre; ¿ser no es lo máximo en tu enseñanza?
Pero
es un cúmulo cerrado: permanecerán los que llamaste y no a los que excluyes. Y,
buena con nosotros, es ese bien el que nos colma. No entendemos ni nos dejamos
engatusar por el relumbrón.
Mandarás
los instrumentos y a los rancheros; mandarás el pan de otras tierras menos
congestionadas. Lo mandarás a tus hijos, los que te pertenecen, los que se
endeudaron por tu doctrina. Manizales recibió de tu pecho la juguetona
aspiración del seno rutilante. Es obvio y es una bobada hacerte notar la
desprovisión en la que nos encontramos, así como obvio y bobo es que nadie
fuera de los tuyos se entere de la palabra transformada en puño y caricia.
Llevando la condición que nos compone a rangos más generales, es lo que hay,
duela o no aceptarlo, duela o no sentirlo por trozos en la carne, a la manera
de quemaduras o latigazos de colas ecuestres.
Aquí
estaremos el sábado y el domingo, cumpliendo tu orden, alivianando a tu mamá de
la falta en la que nos obligaste a sufrir. El fin de semana unos enfermos le
darán mensajes de recuperación a una enferma. ¿Hasta cuándo soportaremos
tirarnos a la enfermedad y no tener tu salud demoledora? ¡Que estés enferma en
otro clima no es motivo de repulsión!: ¡estás en otro clima, cosa que a
nosotros nos aterraría probar!
Vuelve
a calmarnos. Te lo pido.
Quelán
P.
D. El Castillo: zona de amenaza media. Ayer anduvo por estos lares la policía
regalando tapabocas: tendremos ceniza y lapilli acumulándose sobre los techos,
las matas, los cultivos y los animales y nosotros para rato. Y en la cabecera
municipal se exhiben antiguos cuatro por cuatro parameros, se ofrecen muestras
artísticas y gastronómicas y se preparan concursos en nombre de la reactivación
del sector turismo afectado por la contingencia... No todo el municipio está
afectado, pero los afectados no estamos para esas reivindicaciones. El alcalde
Orbay le pega a los dos bandos. Veremos si le alcanza el chorro. Reza por
quienes no huiremos de nuestras casas, mamá, y preferimos invocarte en la
inquietud. (No dejes de mandarnos los mariachis y la cena: cantaremos y
comeremos por el estratovolcán).
Una carta, como mínimo, conmovedora e interesante.
ResponderBorrarSaludos,
J.
José: como mínimo es suficiente.
ResponderBorrar¡Gracias por comentar!