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Carta a la benefactora

Madre y niño, Ferdinand Hodler

Villamaría, abril 7 de 2023

 

Madre:

Supe que estás enferma del colón y que tienes fiebres y calambres, pero que, aún enferma y adolorida, acompañas a papá en su recuperación del accidente. Eres algo superior a un ejemplo: eres, para mí y para mis allegados, a quienes les he contado tus peripecias, una invencible jefa del clan, una matrona omnipotente.

Y no porque salgas siempre bien librada; no; sino porque abordas las complejidades que se te presentan con tu semblante sano, de enfermera intachable. Sabes cómo ponerle las íes al destino, pararlo en seco y, mientras él te hace caso, tú te recoges el cabello, te planchas con las manos las patas de gallina y te amarras los cordones, y le das luz verde: «Atácame con toda o no me vengas a hacer perder el tiempo».

De ese modo te he visto a lo largo de mi existencia, de ese modo te hemos adorado y de ese modo, tú lo provocaste, realzaremos tu imagen de diosa en los pedestales de nuestros respetos. Los que te seguimos profesamos la religión de tus enseñanzas y de tus discursos: «Cálmate, Jonás»; «Arrímense, mis niños»; «¿Descansa en ustedes, o en mí, la tarea de proclamar entres las personas el bien después de mi prédica?».

—En nosotros, tus hijos y allegados, descansa la tarea, madre. La realizaremos y la proclamaremos a lo largo y ancho de nuestras cercanías, porque somos lentos exploradores montunos. Con lo que tenemos de ti ya nos damos una idea del continente, de las constelaciones que nos apuran a cumplir nuestra función en la obra del Pantocrátor. Mas como tú no nos diste órdenes de unirnos a lo general, sino a nosotros, a nuestras atmósferas, a nuestros empaques de unos metros, nos desentendemos de la alianza con los libres planetas, con las almas de las penínsulas.

Madrecita: aporreada, convaleciente, moribunda incluso, nos atiendes a los que, por casualidad y por gracia divina también, somos tus hijos. ¿Cómo lo haces? ¿Alguno de nosotros te da los ánimos que nos faltan a todos? Oh, preciosura, grandiosa americana en el extranjero, si te tuviéramos para decirte lo mucho que eres para los que no valemos ni un centavo sin ti.

Concédenos una bendición, las dos manos en los cachetes, como un atril, los dos hombros para dos cabezas desvalidas...

La separación de los cuerpos nos tiene amorfos, corrompidos, desfasados entre lo intestinal y lo celeste. El Atlántico... sus aguas... su sal... Solo tú lo has probado... solo tú sentiste el desgarro de irse de Colombia, del pueblo, de los que te vieron crecer y de los que has velado, de los que has velado y de los que les has pagado misas, de los que les has pagado misas y de los que te aconsejan en sueños: «Haz lo propio de tu raza. Te acompañaremos de todas formas, mujer. Cuenta con nosotros pues nosotros contamos contigo. La recompensa a tu atención la convertimos en buenas nuevas. Haz lo propio de una mujer soberbia, altiva y elegante. Estamos en ti, protegiendo, con el dorso de nuestras sinceridades, tu cuerpo; estamos en ti. Te acompañamos: somos tu raza, ¡tus muertos!».

¡Ah! ¡Bebemos la chicha de las impaciencias! ¡Nos colmamos con tus palabras! ¡Viva estás y vivos nos tienes! ¡Elehó! ¡Elehó por ti, suprema! ¡Clavaría mi lanza en el cielo, en la nube que se perdió del rebaño —¡elohé!—, y la metería en el corral danzarín del semidiós que nos obsequiaste: ¡la tierra! ¡Bendición, decaída reina! ¡Liba con tus antepasados el parto de la chacra!

Desfallezco en las presiones de tus rodillas. No permitirás que me caiga. ¡Soy lo que aprecias, tu aprecio de sobornos e insomnios!

Desfallezco mimándote...

 

Procuras el bienestar de tu mamá también: unos mariachis el sábado y una cena de cocinero homosexual el domingo. Administras tus posesiones en la distancia. Lo lejano nunca ha sido una evasiva para ti. O te ofreces o no te ofreces, ese es tu funcionamiento. Nos pediste venir esos dos días a pasar con tu madre, a reemplazarle, nosotros, tu asistencia. Es notorio que somos malos ministros y delegados. Las representaciones que nos han encargado terminan desde que abrimos los pliegos y los leemos. Mas nos elegiste. Somos tus peones. Ofrecer lealtad a otras reinas es darnos de baja de la madre nutricia: tú. ¿Miento si otros se han atrevido a negarte y tú los has apartado de tus listas benefactoras? Obraron pésimo: forcejearon por el infierno. Los que te seguimos no nos apartaremos de ti: la condena nos aterra y los relatos de los condenados nos dan escalofríos, nos perturban las extremidades y nos congelan la circulación de armonía que emana de tus bienes.

Lo que eres en el amor lo eres, en parecidas cantidades, en el capricho.

Ser exiliado de ti es no solo acabar con el honor; es acabar con el hombre. Quien da la vida, al negarla, la reclama. Tienes el derecho divino, humano, portentoso. Y estamos conforme a tu ley: es justa con los que son justos y se ciñen a tus preceptos: matarás a los que te maten; odiarás a quienes te odien; apartarás a quienes te aparten; blasfemarás a quienes te dediquen una sátira, un encomio. Los seres de tu gloria te la encendemos, te la calcamos. Pecadores, rencorosos, medianos o príncipes, bajo tu regazo nada nos distingue: el mundo se aniquila. Tú eres la sintonía que nos acompasa, el sostén cabalístico al cual pertenecemos. Eres, madre; ¿ser no es lo máximo en tu enseñanza?

Pero es un cúmulo cerrado: permanecerán los que llamaste y no a los que excluyes. Y, buena con nosotros, es ese bien el que nos colma. No entendemos ni nos dejamos engatusar por el relumbrón.

Mandarás los instrumentos y a los rancheros; mandarás el pan de otras tierras menos congestionadas. Lo mandarás a tus hijos, los que te pertenecen, los que se endeudaron por tu doctrina. Manizales recibió de tu pecho la juguetona aspiración del seno rutilante. Es obvio y es una bobada hacerte notar la desprovisión en la que nos encontramos, así como obvio y bobo es que nadie fuera de los tuyos se entere de la palabra transformada en puño y caricia. Llevando la condición que nos compone a rangos más generales, es lo que hay, duela o no aceptarlo, duela o no sentirlo por trozos en la carne, a la manera de quemaduras o latigazos de colas ecuestres.

Aquí estaremos el sábado y el domingo, cumpliendo tu orden, alivianando a tu mamá de la falta en la que nos obligaste a sufrir. El fin de semana unos enfermos le darán mensajes de recuperación a una enferma. ¿Hasta cuándo soportaremos tirarnos a la enfermedad y no tener tu salud demoledora? ¡Que estés enferma en otro clima no es motivo de repulsión!: ¡estás en otro clima, cosa que a nosotros nos aterraría probar!

Vuelve a calmarnos. Te lo pido.

 

Quelán

 

P. D. El Castillo: zona de amenaza media. Ayer anduvo por estos lares la policía regalando tapabocas: tendremos ceniza y lapilli acumulándose sobre los techos, las matas, los cultivos y los animales y nosotros para rato. Y en la cabecera municipal se exhiben antiguos cuatro por cuatro parameros, se ofrecen muestras artísticas y gastronómicas y se preparan concursos en nombre de la reactivación del sector turismo afectado por la contingencia... No todo el municipio está afectado, pero los afectados no estamos para esas reivindicaciones. El alcalde Orbay le pega a los dos bandos. Veremos si le alcanza el chorro. Reza por quienes no huiremos de nuestras casas, mamá, y preferimos invocarte en la inquietud. (No dejes de mandarnos los mariachis y la cena: cantaremos y comeremos por el estratovolcán).


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