Cuestiono a los locutores de fútbol cada que dan por
hecho que todo el país observa un partido: se dan la importancia de voceros y
se atreven a esgrimir el delicado «todos»: «Yo no veo ese partido: a mí no me
cuenten.»
Pues bien: el que
habla se equivoca y, no contento con equivocarse —si es que advierte el
equívoco—, se contraría...
Lo que duraron los
niños en la selva del Guaviare, tomaba la forma de un locutor al acabarse las
noticias y me decía: «Todo el país se unió y se concentra en los niños
perdidos». Y ya que los encontraron, me mantengo aún en lo que dije.
Medios, políticos y
gente a la cual sacarles un reconocimiento a los indígenas, a sus saberes
tradicionales y a su nivel de relación con la naturaleza —que les permitió
sobrevivir a los azotes del entorno—, era una tarea de años.
¿No es increíble que
la Operación Esperanza contara con el apoyo de los colombianos? De los
colombianos pendientes del rescate, interesados por los niños. (¿Me permito
decir todos? Es que somos un tropel). ¡Y la conjunción entre el Ejército y las
comunidades indígenas!
Se siente raro que
tanta disparidad se una, se cohesione... Así sucedió.
Y en lo que aparezca
Wilson, que los niños se recuperen y que las amenazas del frente Carolina
Ramírez no se cumplan; y a todo el país, a toditico, que se solidarice y
entienda, ahora que está patente, esa realidad.
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