delatripa |
El
peso de las escuelas, de las fábricas y de los bancos recae en los celadores,
en sus chaquetas infladas, en su puesto, en sus radios, en sus armas cogiendo
frío, en sus estuches evadiendo calor; la luz, solo hay luz en su cabina de
seguridad; los pasillos, las zonas de comida, las oficinas, el centro de
reuniones y la mesa ejecutiva están a oscuras, los ojos no los abren, las
linternas se resisten a asistir; en unos hombres, en unas mujeres cuyas casas
no dependen sino de un perro inofensivo, un niño durmiente o una anciana
goterosa; tienen una noche para dar pasadas que tienen por objetivo circular la
sangre en sus piernas, en mover las hojas del calendario y decidir qué turno
les tocó para el día del nacimiento.
Los parapentes, las fotocopiadoras, los riscos y las
grutas descansan; el transporte se reduce para los menudeados pasajeros, en su
mayoría acompañados de maquillaje y de sudor de habitación barata, sudor no
lavado, glamuroso; el conductor, alguien a quien el trasnocho es inofensivo, un
cafeinómano, un adicto a los energizantes, un viejo sin casa propia, prende la
luz, cuenta las monedas o los billetes y escarba su montón de monedas, el
montoncito que le dará de comer y de tomar la mañana que viene, y le dará
gasolina al carro ajeno, y no se la echará en cara al propietario porque lo que
le debe rebasa las propinas que él mismo se concede; y ni contar lo de los «muchachos»; «¡El que se va se va y el que venga bienvenido!», gritan las mujeres, oyen los hombres, y la devuelta se
va, se mete en los senos probados, en los senos lechosos; sube y baja, se
detiene, apaga el carro, no hay a quién subir, tampoco a quién bajar, no tiene
a nadie pero sube, no sube es pero con nadie.
Sus niñas, monas regordetas, fueron llevadas por sus
abuelos, y duermen, todos duermen en la cúpula del apellido, pero la mamá
destapa las botellas, las cervezas baratas, nada comparable a lo del centro de
la ciudad capitalina, a sus ceniceros de vidrio, a los vasos alargados con sal
en los bordes y limón natural o procesado en su interior y la botella con una
servilleta en la boca; el oficial bebe a pico y se las entrega, de la mano de
la señora, a sus trabajadores, igual de sucios de polvo de cemento, igual de
irritados los ojos y de secas las glándulas; hoy le adelantaron el tercer piso
al de la fábrica textil; ese revirtió la vereda en un barrio; los apartamentos
al borde de la reserva forestal, la cercanía con los oficiales, la canalización
de los nacimientos a su favor, la regaladera de trago a los desempleados, a los
que solo los atienden de verdadera urgencia, lo hicieron amo y señor; el bar,
dispuesto a la manera de las heladerías barriales, le pertenece; la mamá les
pone la música de despecho a las mujeres; y a don Pedro, el jorobado del
Pedregal, la mano derecha del socio, lo incitan a beber.
Le terminaremos pagando arriendo al todopoderoso.
Algunos perros se acuestan con las ganas de mear; sus
dueños llegaron con el tiempo preciso para comer y dormir; los sacaron antes de
salir al trabajo, y los sacaron a medias, pues tenían el tiempo preciso para
coger el bus y no ser despedidos; los gatos se desmiembran entre los
materiales, los costales de arena, los adobes partidos, las varillas cortadas,
y se cagan en el espacio de construcción de don Pedro; son una pandilla; cuando
alguien baja, sacando a su fox terrier, se acercan a las puntas, menguando
velocidad, y se recogen en sus pies, detectando; suena una botella caída; tiene
toda una pendiente por caer y sonar; los perros del electricista lloran su
ausencia; y cuando instala la luz en la obra casi acabada, los saca.
Una religiosa; «¡No me toque, no! ¡Que yo la amo mucho, no! ¡Siempre,
siempre la voy a amar!» «Vamos pa la casa.» «No
quiero, no quiero. Escuche la canción de mi hermana, no, no, no. O llevo esa
mierda pa otro lado.» «Vamos pa mi casa.» «No, no.
¡Yo a usted la amo mucho!» «¿Entonces pa qué se emborracha?», apagan la música. «Usted no sabe cuál es la última vez.» «No.» «¿Usted
sabe cuál es la última vez?» «No.» «¡Puta!» «¡Vos!» «¡Gonorrea hijueputa! ¡Lárgense malparidos! ¡Él es un
asolapado malparido! ¡No me voy a ir y qué, y qué! ¡No me voy a ir, gonorrea!
¡No me voy a ir, hijueputa, y qué! ¿Nos vamos a morir? ¿Nos vamos a morir? ¿Nos
vamos a morir? ¡Esa hijueputa se tiraba a mi cama, se tiraba a mi cama y me
tiraba escupas! ¡No me importa! ¡Asolapado carechimba hijueputa! ¡Asolapado
carechimbo gonorrea! ¿Sí? ¿Y qué soy yo? ¿Qué soy yo? ¡Malparido hijueputa!», ríen los costeños, «¿qué me dijo malparido hijueputa? ¿Qué me dijo? ¡Qué me importa!
¡Malparido loco hijueputa carechimba! Porque no lo conocés. ¿Qué pensó? ¡No me
importa!»; la agarran y forcejean; le dice su enemiga, «¡No me toqués la cara!»; «¡No me
importa! ¡No me importa! ¡Malparida hijueputa! ¡Suélteme! ¡Malparido!
¡Suélteme! ¡No me importa! ¡Me quiero morir ya! »; «¡Hijueputa
loca!»; «A lo
bien, está como loca», dicen; «¡Suélteme, carechimba! ¡Suéltemeeee! ¡No me importa! ¡No
me importa!»; «¿No le da pena? ¡Qué vergüenza! ¡Qué pensará la gente!»; «¡No me
importa! ¡Suéltemeeee! ¡Suélteme don Luis!»; un perrito le ladra; cierran el bar; «¡Suélteme! ¡Suélteme don Luis por favor! ¡No voy a decir
no me importa! ¡No me importa! ¡No me toque! ¡Suéltemeee!»; «¡Ay no!»; «¡Maldito!»; «¡Cállese,
ya! ¡Malgeniada, ya!»; don
Pedro la calma; «Uno por
uno. Uno por uno»; «Entienda, entienda»; «Vamos pa
dentro»; «¡Yo me
enloquezco! Gladys, pere, pere; Gladys, espere, pere»; «Cht»; «Gladys»; «Siéntese
que le voy a dar una solución.»
Itagüí, viernes 13 de 2023
___
Comentarios
Publicar un comentario