Detalle de portada. Más allá del límite, Israel Zzepda, 2011 |
I
Salir a tomarse un tinto en el bar donde nadie lo conoce
a uno y poner en práctica el amor con la mesera o con el obrero tomándose los
diez mil encontrados de camino a casa: “La amaré agradeciéndole, sonriendo y
pidiendo las otras con un llamado suave, cuando ella y yo nos veamos... Y lo
amaré a él emborrachándolo”. Pero ese amor no se fundamenta en nada, o no le
veo fundamento: es como ir a misa porque hay que ir a misa y evacuar la iglesia
porque todos la evacúan; es reclamar un mandado porque mandaron a pedirlo;
bautizarse en cuantas religiones lleguen al pueblo. La trascendencia no se
dilata y aun así da la sensación de dulce compromiso, de encapricharse por el
bien del otro: procurarle el bien: si se le cae la cerveza levantarla y tomarla
por mucho líquido que haya perdido y no reclamarle las papas que se le
olvidaron. Comprometerse con nada:
eso, lo fácil, lo superficial, lo perecedero, es lo que gusta, el fin a seguir,
la acomodaticia mansión. Ella me ama más a mí, revolvamos las fichas, que yo
pensando en amarla con genuflexiones y ritos de urbanismo[1]; quien piensa actuar actúa
con las ovejas saltarinas, el río resucitado, las moscas sobre la almohada.
Teorías, proyectos borrascosos: dejé mi interés en solo
venir y cavilar lo que pude haber pensado antes en mi alcoba, lejos de gente
que bien no debería gastarse en mis atenciones, cerebro de bicho, injerto
vocacional, flor de empleado público. Mas su atención me da forma, pone en
tierra lo leído, es, si nos juntamos, praxis... lo que le falta al
determinista, al de los agüeros, al indefectible vendedor de su libre albedrío
a las campañas que lo tomen. Mientras, este amor se evapora, no leva anclas ni
se dirige a rumbo, es meditativo, no pastoral, un relleno de vacaciones
prolongadas. Vasallo de una parte del todo, de una capa de la cebolla, reptil
crepitante en su indecisión. No doy muestras de ser más que por lo que me hace:
la familia, el ambiente, el devenir en aulas, las procesionales políticas sin
fondo. Me levanto, saco la ropa, tomo en un vaso, tarareo la canción por
ritual, por cinético arrastre, cordero de la propaganda. Señalaría tener apoyos
para que ellos elijan por mí, cederles la última palabra, ponerles a su
disposición los equipos que me fueron dados y confiar en que ellos sabrán
actuar como se debe... como debí... Nata del determinismo, indolente de la
dialéctica, la dupla vital, que también funciona en el amor: el cielo y la
tierra, lo vigotskiano y lo bizantino, Bartolomé de las Casas y Ginés de
Sepúlveda... Parece que hace mucho tiempo no oye la palabra “voluntad”, no la
ejerce, nadie se la pone a prueba. ¿Y cómo ejercitarla si solo sale a
emborracharse tras pensar cómo emborrachar a un obrero[2]?
II
Dice sor Inés de la Cruz: “Amor no busca la paga / de
voluntades conformes”. Podemos entender por “conformes” yo, los fatalistas, los
resignados, los inactivos vigilantes de los heroísmos ajenos, tullidos agentes
de la apatía, abúlicos ceros a la izquierda o ni a la izquierda: los que no se aúnan
a la historia por desconocerse como hacedores, seres históricos, insertados en
un medio dado pero cambiante a partir del perrenque particular. Dos citas del
recifense: “... somos los únicos seres capaces de ser objeto y sujeto de las relaciones
que trabamos con los otros y con la historia que hacemos y que nos hace y
rehace”; y “el mundo fue dejando de ser para nosotros simple soporte sobre el que estábamos, y [...]
se transformó o se ha venido transformando en el mundo con el cual estamos en relación...”
Para amar y no caer en tontos mecanicismos se debe saber
cómo amo y cómo han amado para saber qué corregir y qué seguir: insertarse a
una tradición, beber de ejemplos, crear a partir de. No enseñorearse de la
historia como inicio y fin de ella, porque eso es eyectarse por engreimiento,
sino comprenderse en y con raíces: de este modo verá que las cosas vienen dadas
y, si se inserta a esas cosas, entrando a ser parte de la ecuación, de la
estadística, hace parte, así mismo, de su fin, y no como eje terciario: elige y
se corrobora, se mantiene firme y cambia; milita lo que lo inserta a la
historia: su campo profesional, su pareja, sus destinos, su proyecto; se
inserta, protoplasma ágil, como dinamizador de algo establecido.
Y la manera de posicionarse es definir el contrario del
ideal: en una crónica de Molano una mujer menciona, a modo de trayecto
biográfico, que se fue con un hombre, el papá de sus hijos –a secas-, porque a
su madre no le caía bien; y que la sola oposición de su mamá le sirvió de
estímulo para irse con quien no profesaba amor; y decía[3]: uno no ama a alguien o
por alguien; uno ama contra alguien. Hay un tercero, pues, que se suma y
repercute. La otredad de un segundo, el elegido a primera vista, no es la única
negociadora; hay terceros y hasta cuartos. Vuelvo a sor Juana: “Su ser es
inaccesible / al discurso de los hombres, / que aunque el efecto se sienta, /
la esencia no se conoce[4].” Pero como toda decisión
implica mover redes invisibles, y toda decisión viene de redes desconocidas, no
por eso deja de elegir, de sentirse en el “efecto” aunque la “esencia” vague
por nosotros y articule nuevos trámites, amoríos: siempre nos preciamos del
amor, pero el amor cambia de objeto, se obsesiona en otras causas, renueva sus
fulgores en diferentes receptarios: si hoy se ceba en bíceps, mañana en tonos, pasado
mañana en inteligencias o en alardes.
III
Para con la que atiende y el atendido hay un avance en el
amor: la presencia. Al salir de casa y atreverse a algo el hombre intenta
acercarse con ternura a los otros. La ternura, como dice el teólogo brasilero,
descartadas las “concepciones psicologizantes y superficiales
que [la] identifican como mera emoción y excitación del sentimiento”, como
integración del ser en el ser: movimiento de tortuga: solipsismo vacuo. El
salir conllevó retirarse de la guarida a lo común—dentro de leyes secuaces de
lo privado— y descentralizarse del espectro, así sea, imaginativo.
Direccionarse en el otro y con el otro a sus saberes; inscribirse a su
historia.
La
“valoración de su vida”, ternura en el reconocimiento fuera de sí: otredad que
define, amparo de las definiciones: conociendo al amado se conoce quien ama:
Ambrosio Fornet en una introducción:
Uno de
los mayores méritos del relato, en opinión del autor, es su irreductible
autoctonía: se trata de “una historia imposible de situar en Europa”. Pero al
mismo tiempo —añadimos
nosotros—, inseparable de la historia europea,
porque Europa era el Otro en cuyo rostro patriarcal América podía reconocerse a
sí misma como algo diferente...
Ellos
me dan luces de lo erróneo... y ellos tienen sus espejos, imágenes retratadas:
la mesera su hogar, sus compañeros; el de los diez mil sus crías, sus deberes
con los bultos... La vista humana como refracción de humanidad: visos que rozan
las hélices e indican el antecedente. “Frecuentarnos para saber a quién se
dirige el verbo y cómo dirigirlo. Obedecer a mi amor amando a las linderas.
Pedir otra cerveza y llevar al borrachín, pues sus pesos se unieron a los
míos... que alcahuetean bebida. Ella y yo le dimos su jugo, su vaso, la
pregunta de bienestar. No hemos cambiado mucho, ni estamos comprometidos en
causas prometedoras, pero tampoco hemos perdido... Y quizá alguno de los tres
será el problema a dejarnos en dos, pues “está ociosa la muerte / donde no hay
vida””
Carlos Figueroa
Itagüí,
enero de 2023
[1] Que ni ella ni él estudian; pero la
Iglesia y los políticos dan cuenta de algo amorfo que aprenden por reflejo en
las mesas redondas internacionales.
[2] O a quien ocupe la mesa aledaña.
[3]
No tengo el libro a la mano y las
versiones digitales están incompletas.
[4]
Y Leonardo Boff: “Los caminos
que van del corazón de un hombre al corazón de una mujer son misteriosos.”
El Creacionista, Puebla, México, año 5, no. 64, febrero de 2024.
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