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Factores

Color aditivo, Carlos Cruz-Diez, 2002


¿Supo a lodazal la rana? ¿Aúllas su leche en tus intestinos? Esa hinchazón de publicidad, y ese clamar de infortunado, ¿es una venganza? ¿O te convirtieron los gusanos en su hostal? Perro, ¿da mico la inaguantable súplica a los cielos? Eres una migaja, y el artesano, si es que así lo glorias, te puso a chillar en mi cerebro, y a traer de vuelta al perro sarnoso de la india María, fiel inerte.

 

***

 

Desprecio total al eco de los domicilios cerrados. Cantar, regañar, caerse enreda la acumulación del estruendo en los interiores de la tusta, repitiendo el canto del que se baña escuchando Gitana de Colón (esa parte de «La nota es porque es imposible seguir viviendo esta agonía / Quiero que sepas lo que yo siento / Aunque nunca podrás ser mía»), el regaño al gato que se apoderó del sofá o el chillido insoportable de la anciana al caerse. Es ocho mil veces insoportable: dentro del andamiaje óseo se gesta la locura. Y no se atrevan a callar a los clamores con un grito: en tal caso, se odiarían.

El eco no es tangible, les doy la razón; pero cobra aliento y pelambre dentro de los curtidos.

***

 

Me desharía de las bolsas negras con las que recojo las necesidades de mi perrita. Compramos un rollo y la abundancia rebasa los bolsillos de las pantalonetas gaminas. Sasha es remilgada: si no la motivo, solo pasea... Hay que demostrarle interés: «¡Haga chichí!... ¡Mire esa llanta!... ¡Qué verdura de prado!», y vergüenzas por el estilo. Y como la mayoría de las veces no da del cuerpo, volvemos y no acumulo las bolsas cerca del rollo; las dejo en las pantalonetas, y me recalientan, me estorban. Lo que me impide deshacerme de ellas es la segura noción de ahorrarme el tiempo de ida al rollo.

 

***

Imprescindible, al agotar las energías con poco menos de cinco horas de sueño, apartar un día para tumbarme en supino y contar lo que se atraviese: mosquitos patilargos y moscas vagabundas; tablas y manchas; cortinas y balcones en la unidad ricachona del otro lado; espacios entre las tablas y operaciones aritméticas con las tablas y los espacios; espantos y transformaciones de personalidad; glosas al minutero y combinaciones de vestimenta; emergencia invernal y la banda sonora de Nino Rota en El padrino a los cincuenta años del estreno; chirimías y fanfarrias; titiriteros y masones.

Otra cosa infinitamente necesaria son los niños y los villancicos asistidos por las maracas y las palmas. ¡Ah! «Zagalillos del valle, venid / Pastorcitos del monte, llegad», no me torturéis con vuestra ausencia; tened misericordia con mi infancia; solo vosotros podéis salvarla, con las vuestras propias.

Ya vendrán, ya vendrán, ya vendrán...

 

***

 

Me llevaría al fin del mundo los siete años de L.:

«Mami, regia, ande acompasada, levante el mentón, mire al final de la calle, apréndase los huecos y sáltelos. Antes de salir, yo le plancho la ropa y huela a muñeca. Sonría en las fotos y las amiguitas, si no le hacen caso, no son amigas. ¿Me oyó? Princesa, eres el aliento de Dios, y en ti me dispongo. Sepa los temblores que aguanto por su estabilidad; las hambres por su llenura; la tristeza por... ¡Mami! Venga le acomodo el moño. ¡Estás divina! Le empaqué desayuno y lonchera. Cómaselo todo y no me traiga ni un pedazo de arroz: se lo hice con ganas de engordarle los cachetes. Bendición. Me le manda saludes a la profe de nuestro equipo».

(Y un reproductor de audio con la voz de su madre, leyendo el fragmento grabado en la radio del Tecnológico).

 

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La perla que en este tiempo me exige es la obra completa de Perec. El bagaje me posibilitaría retratar las estancias del Aburrá Sur: avenidas, glorietas, hábitos de amarrar cordones; ¡cifraría a momias talleristas, y a los discípulos que los sucederán, creyéndose universales de tabardo con el panorama histórico en sus dientes podridos!

 

***

 

Carlos se acercó a borrar el tablero y tropezó con la angosta mesa donde se exhibía un bodegón (sombrilla opaca, piedra anémica redonda, libreta de ¿Polonia? englobaré: del Viejo Mundo, tres tomos una antología de Pessoa compilada y traducida por Ciro, las Elegías y uno de Redon, Buda, pan de tomate, bolígrafo y el demalas), tirando al piso al canino lleno, decapitándolo. Un paisajista le recomendó echarle «adhesivo instantáneo», y el profesor le dijo que él está acostumbrado a corregir desastres. Y sin notarlo, la cabeza encontró su cuerpo, que volvió a separar don Ramiro al terminar la sesión, curioso de la «estatuilla de San Agustín».

Ventaja del degollamiento: la rana es libre: siento su croar centuplicarse en mis desbarros.

 

***

 

Candidatura a no suceder

 

Petrificaría a los relojeros en eterna exposición de centro comercial. Los acompañarían las vendedoras de tintos en vasos color mayonesa y palillos sucios, mugrientos y reciclados; los detendría en el instante en que todos revisan la hora y la comparan con la del ojo cíclope de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, de la cual, una vez acabada la misa, llegan más compradores y amigos, haciendo tiempo mientras empieza otra. Les reservaría unos bancos de iglesia para que las mujeres y sus cafeteras tengan dónde apoyarse. Y, si están muy duchas en su trabajo y no necesitan apoyo, sentaría, remplazando a los humanos, radios y boinas desteñidas. Llevaría a todos los escolares del municipio, capacitaría a un nieto de los viejos para contar la historia, mencionar los datos y las fechas, atravesar anécdotas que no permitirían reproducir en el colegio y decirles que, si no les va tan mal como para morir antes de los sesenta, ocuparán esos lugares... con el fin de preocuparlos por el tiempo, ahora que no lo sienten, ahora que se les pasa entre vacaciones, colegio, descansos, clases y salidas pedagógicas, ahora que lo derrochan, para que después de sufrirlo en multitud de ocupaciones, después de regalarlo para bien de otro, lo vendan en el parque en ejemplares de cuero maloliente, con innovadores led o clásicos sin pila. Además, a quien disponga en esa labor, le pediría que les diferencie a los secundaristas el uso laico y religioso del tiempo, y su actual conjunción, basándose en la Encyclopaedia Herder: en el siglo XIV la Iglesia consideraba que el reloj mecánico usurpaba el poder divino del tiempo, al medirlo y al colocarlo a disponibilidad de tantos que no lo merecían. Y, a causa de ello, se opuso el tiempo eclesiástico —y aquí el guía menciona uno de los santos del 21: san Pedro Canisio— al tiempo de los mercaderes —la jornada laboral—. Les contrapone, asimismo, el calendario litúrgico y les cuenta un dato curioso: con la Revolución francesa se creó el calendario republicano, sin influencias clericales, que duró 13 años, y fue retomado efímeramente por la Comuna de París. Dicha tanta palabrería, les da un rato libre para que vayan y toquen a los viejos, se midan con ellos, soben las protuberancias de las señoras, se sienten sobre las radios de las butacas, «sintonicen» carrangas y mastiquen palillos. El guía, es de esperarse, se olvidaría de enlazarles la conjunción actual del tiempo laico y religioso: los vendedores de relojes comparan sus horas y minutos con la hora del pequeño ojo en el frontis de la iglesia, esa circular blancura, que fuerza las vistas miopes e informa a los viandantes en qué momento del día o de la noche se encuentran. Las profesoras le averiguarán al guía quién moldeó las piezas, en qué año, cuál es su material, quiénes fueron los modelos originales, y el ingrato le responderá que apenas sabe la historia de uno solo de esos viejos, pero que lo sabrá en un santiamén: llama al curador, le hace las mismas preguntas. Él le pregunta, a su vez, si leyó la lista. «No, señor, ni fui a la capacitación», responde el guía. «¿Y entonces cómo sabés lo del tiempo?». «¿Y usted cómo sabe que yo sé lo del tiempo?». «Yo soy quien hago las preguntas. Responda». «Me inquietan los misterios del tiempo, señor». «Ah, ¿sí? A mí me inquieta que dejen de visitarnos los colegios por falta de didactismo». «Entonces venga y dé la cara», termina colgando el guía. «Profesoras, ¿ya saben la conjunción actual del tiempo laico y religioso?». «No, aún no». «Pues lo que se propone la exposición es descubrir ese misterio; y nosotros somos parte de él». «Ajá... ¿y?». «Nada más. Se descubre el misterio y se acaba la atracción. Aunque, viendo a los ágiles muchachos destruir los meñiques de los viejos, rascarle las barbas, esconderse detrás de los tumultos para hacerse cosquillas, me viene un chispazo: puede que esos achacosos eternizados no merezcan, por méritos propios, estar ahí; mas lo están por agruparse. Fueron esculpidos por sus maneras de vivir. A lo que me lleva esto es a cuestionar si nuestra manera de vivir marca una generación, o un periodo, y si será esculpida en un futuro, haciéndonos eternos... ¿Ustedes les enseñan a sus estudiantes a merecer la eternización? ¿Ustedes, portadoras del saber, serán recordadas como a los padres de sus ciencias? ¿En algún momento una como ustedes, actualizada y con nuevos enfoques, le preguntará a un guía por el escultor, el material, el año y la historia de las modelos originales? Observen que unas vendedoras de tintos dieron pie a que ustedes quisieran saber quiénes fueron. Pero yo, un simple y alelado guía, no tengo por qué meterme en esos asuntos; y en los que debería meterme, profesoras, no sé nada... Y se acabó la moneda; vendrá otro grupo y otro colegio, quién sabe. Avisen a sus muchachos. Les dimos tiempo suficiente: la pareja de allá se emocionó más de lo debido. Si vuelven, y si no me han echado de aquí, prometo memorizarme lo que pidieron. O nos podemos encontrar en la verdadera Iglesia de Nuestra Señora, escuchamos misa, le compramos un reloj a mi papito y que él las saque de dudas».

 

El Pedregal, noviembre 26 de 2022


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Codex Sulpurista, Letrán, España, no. 5, febrero 19 de 2024.

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