El Nuevo Siglo, 2019 |
Cinco
y media de la tarde del diez de mayo de dos mil dos; Mampuján, corregimiento de
María La Baja, Bolívar.
Los paramilitares bajaron de los cerros y mandaron a
todos «los colaboradores de la guerrilla» a la plaza, en filas de
velas, pasando uno por uno.
—¡Eso mismo que hicimos en El Salado lo venimos a hacer aquí! —no podían olvidar el
rumor vivo de que, entre otras cosas, jugaron fútbol con el
balón de las cabezas.
A las ocho, clamando en medio de golpes y empujones
vieron en los cerros «cantidad de ángeles agarrados de las manos» y aplaudieron y
glorificaron a Dios porque no los iban a matar; y más aplaudieron al ver dos
manos plasmadas en la luna.
—¿Por qué no podemos hacer nada? —decían los paramilitares—.
¿Qué es lo que pasa? Vinimos a matar y no hemos matado a ninguno... ¡y nos
vamos a ir sin matar! —y no matarían: una llamada: inocentes.
—Verdaderamente ustedes tienen un Dios poderoso, porque los planes de
nosotros era matar hasta los perros.
—¡Se les da plazo pal día; que al día salgan!
Y salieron: a los graves los cargaban en hamacas, en su
mayoría temblosos.
A cinco que se llevaron —un pastor— les
reclamaban por orar:
—¡Qué tanto hablan!
—Vamos hablando con Dios.
Y regresaron.
—Ese fue otro milagro poque... eso no había sucedido: las personas que esa,
esa gente se llevaba... no volvían con vida.
Itagüí, enero 6 de 2024
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Huellas de la memoria, Santiago de Chile: Revista Brevilla, abril de 2024.
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