Luisa Fernanda Oquendo Acosada por la plaga de ratones en la finca, por ver mordiscos disonando los cuadros, las suelas, como tiros diminutos, retaliaciones a la moda de pueblo y a las botas de faena, doña Ana sacó parte de sus ahorros y madrugó a comprarse un minino en un punto agropecuario: uno mono, pequeño, para amaestrarlo a las reglas caseras y a su función entre los vivientes. La trajeron y se metió debajo de la cama, trinchera desde la cual aruñó la mano invasora, la de don Luis, mano que por apretar cemento y martillar edificios sangraba sin notarlo; mano que lo agarró — maquinaria morena — y lo puso frente a su cuidadora. Doña Ana orientó a su hija para dedicarse al crecimiento del gato — ¿y despertarle algún cogollo maternal no vislumbrado en sus quince venires? — : la leche, las amonestaciones, el arenero y la insistencia en el arenero, las alturas probadas, las inyecciones y el puesto de dormida. Rasputín, como lo llamaron, desconocedores del ascendente ocultista ruso, to
Comentarios
Publicar un comentario