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Adam Enrique Rodríguez |
Servir al monstruo, ser parte de sus entrañas, jadeo de
su correr, ensayo grotesco de poderío, y querer distanciarse, irse con una
liberación suprema. Era parte del adefesio y se ofreció en hermosura; avanzó
con él y lo dejó solo; partió doliendo con los «bárbaros»:
compartió su causa, sus tierras, toda la anchura de la sangre a redimir.
Que autoinmolarse fue extremo desvía la causa principal, como los que inician el siete de octubre y no el siglo pasado, sus palabras textuales, lo manifiesto de su muerte contra el genocidio. Es igual a apuntarle cuando se precisa de un extinguidor, de no más fuego en prendas desplazadas, de no más refugios en el país hurtado; es llamar terrorista a todos los que se «atraviesan» a las balas occidentales.
Él, como su compatriota, fue ardor de la postura
silenciada: si nadie lo viera, si nadie supiese de su gran acto, del alarido
global, moriría en los archivos de los azules, a quienes no les pasó nada, pues
previnieron y apuntaron; quienes desconocen al humeante.
Pero hay toda una siembra que lo continúa, que tampoco
quiere hacerse de a una garra para acumular poder agarrando botines cazados;
Bushnell se convirtió en estandarte de la bandera palestina, cargada voz de
denuncia y de rabia, odio insepulto porque vivo está el invasor, viva su
camarilla antropófaga, sus radicales agentes del crimen, en absoluto
“extremos”, dirían los letrados de las noticias, sus experimentados en el
despliegue del coloniaje.
El soldado activo es ahora uno de los elementos a
incorporar, véase Carpentier, al respeto que ofrece la trascendencia: es
absoluto en su gloria y esclarecedor en su actuar: por él, por su causa, la
causa de los mártires que se van sumando, nunca restando honor, no hemos de medir
en la defensa Palestina, de los países en los que cae el pie ogro del
imperialismo: la matanza “civilizada”.
Por ello no es de extrañar que él sea mal considerado por
los silentes espectadores, reflujo de derechos y pactos y cartas, los que
tienen la moral hacia Norteamérica y el desbarrancadero hacia el Medio Oriente.
Condenan y defienden lo que les paga condenar y defender: y si no defienden a
quien se les mandó, el primer ministro los declara no gratos para el cúmulo, el
domo, el cénit de las razones humanas, de la ciencia por siglos al servicio de
esta operación y de estos claros servidores del bien, privilegiados, hechos
ministros de Dios en plenaria.
Su existencia no es suma de dolor; es dolor entre
dolores, facción para los indecisos, presencia humana que se une a un pueblo y
con este se ilumina; es argumento que calla las togas, que les pasa su corte
por el hilo conector y las desmaya. Porque solo se muere en rechazo de otras
muertes si se sienten tan vivas que hacen imposible vivir, más aún cuando el
trabajo, la legalidad a la que se obedece y la maquinaria que fabrica los «demostraciones» es la propia, en la que se nació, a la que se sirve.
Una ofrenda de espíritu para los aletargados; un
dirigirse con más furia a los que prefieren callar; un soldado que se echa
gasolina, se encaja la gorra y se prende las piernas, el piso, y con el fuego
montándosele, acorralándolo, absorbiéndolo, él tiene dos palabras acompañadas
de quejidos, dos palabras que engloban los desastres de la muerte que los
signatarios, en documentos, pensaron acabar; y hoy se permiten repetir lo que
un día escribieron, y ocultar con maromas lo que Bushnell osó decir.
Vivirá entre nosotros el mensaje a los dos mundos porque
aún viven quienes nos apuntan.
El Pedregal, febrero 28 de 2024
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Telar Ambulante, Costa Rica, año. 3, vol. 2, mayo de 2024.
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