0:3:51am, Kutz Ek Moore, 2024 |
John cultivó cebolla de rama en la pecera que tocó surtir
porque, de vacía, criaba mosquitos y un verdor donde navegaban las hojas de los
naranjos, marchitas, cuarteadas. Al principio intentamos, la abuela y su
sirviente, mandarlo a destaquear, el sirviente solo la acompaña, a quitarle el
musgo en el tubo, la chucha que, escapándose de unos colmillos, de una
perrería, se lanzó, las tripas colgando, al agua. A esta chucha la recogí por
partes, de lo húmeda que terminó: la cabeza, toqué su nariz descolorida, el
tronco, dejó caer los órganos aguados, y la cadera, cogida la cola con una
bolsa de plástico. Todo lo metí a una caja de cervezas macheteada, tirada a los
abonos de madera podrida, a la mecedora azul que ocupábamos los nietos las tardes
que los gallinazos buscaban carroña y las guaduas les esparcían el olor lejos,
al monte, a las honduras del monte, más allá de los árboles que no pudieron
cortar los colonos, de lo que las trabas invitan a los grupitos de cinco a
internarse a la verdura. Y lo tiré al botadero donde se fermentan las cáscaras
de cuatro casas, unas más lejanas pero no por ello menos cumplidas, y los
tierreros que recoge un joven cada tanto detrás de su taller. Por eso cerramos
la pecera con plástico, pero un aguacero le martilló su espalda y le montó un
charquito encima, como riéndose de nuestras tentativas, de lo ingenuos que son
los dos monos sin oficio, bultos para el trabajador enseñado a revolver cemento
vivo, con las mismas palmas con las que sostiene los cachetes del segundo bebé
de la hija. Y no quedó de otra, lluvia y naturaleza y destino, que llenarlo de
la tierra del banqueo de doña Nora, y la del Gago, y con las tablas inservibles
y la tierra que lográbamos sacar de los alrededores, todo fue a dar en ese hueco;
yo paleé la tierra, esparciendo lo de un lado al otro, como el abuelo con las
tilapias, para que no quedaran vacías las partes. En menos de una semana los
cargueros y yo llenamos la pecera, y el agua volvió a hacerse presente, si bien
hizo charquitos entre lo que iba creciendo, para aplacar lo escurridizo, lo
menudo, las entradas, los entresijos de ese cúmulo de arcilla. Y lo aceptamos.
A los meses de no prestarle atención a un problema liquidado, creyendo incluso
que ni la pecera ni el agua estancada existía, atentos a los otros problemas
que, como el anterior, ocupaban la serie del embeleco, John fue a montar
estacas y a cubrirlas; y a la hora de pagarle, aunque no cobra mucho porque le
pedimos que cobre barato le encimamos algo más, cinco o diez mil pesos, porque
las obras públicas, muchas y fastidiosas, no lo han vuelto a contratar desde el
boleo en Samaria, él nos dice, en su forma de decir lenta, saltona y circular,
como si mantuviera hielos en los cachetes, que ahí le pueden sembrar cebollas
de rama... Mas ninguno de nosotros, la abuela y su fiel, porque toca,
sirviente, se va a matar la espalda con problemitas que no nos debemos buscar,
ya tenemos para rato con los que nos buscan, nos jalan de los pies, nos tiran
piedras y dañan las canillas plásticas y los tubos de dos sentándose encima. No
hay nadie más que él. Al segundo día, le llevé unas pacas de arroz que nos
sobraban y dos paquetes de avena para que variase el paladar, ya había
conseguido los gajos a sembrar, dos ramilletes tirados en el piso, junto al
balde donde mete el revoque y las botas de trabajo, y me despidió diciendo que
ese mañana iría a plantar las cebollas, para que los dueños del perro bravo, bulldog francés con una cabeza más que
“grande”, los pliegues inescrutables “en la piel de la frente y el lomo” y el
color leonado que no llegó a la raspadura de la cola mocha e insertada en la
grupa, lo metieran bajo llave en un cuarto: mínimo a cada visita se echa
bocarriba y abre la bocota y se lambe los fluidos desatados de la nariz. Al
otro día fui a ver su obra, cuyos frutos, más metido en el monte, donde no
llegan los marihuaneros ni las evangelizaciones evangélicas, dan prueba de su
mano, asomándome en la tela, casi montado a un limonero, y ahí estaban
creciendo, separaditas, bien distribuidas, y unos cilantros, la ñapa, en una
esquina, aparentando pequeñez, para el sancocho que desde ya se prepara. Los
aguaceros que mayo le tiró a junio les hacen bien, pues la tierra viene
fermentada desde abajo por trastos con historia, incluso me detengo a pensar
qué hay allí ubico un lugar, un conocido y un clima para acordarme, y, con los
soles de lluvia, soles que se asoman a multiplicarse en las miles de goticas en
las matas de plátano, en los techos de zinc, en los retrovisores de la moto,
con una fluorescencia edénica, envidiable, de idilio, de foto intervenida por
los ilustradores de la marca de leche o del candidato a gobernador con padrino
político, de prisma, de no necesitar las manchadas gafas y su cúmulo de grasa
en las terminales y en el puente; sol que despeja las vistas con el fin de
hacerse ver, de gozarse del mundo y del temporal y de los insatisfechos que se
quejan de no secarse sus ropas en un mediodía. John, mientras tanto, sin afán,
va a echarle ojo a su cultivo, que va a compartirme aunque le insistiera en el
lema zapatista, le rasca la barriga al demonio romo, a desbrozar con la mano
gruesa los matojos que entromete la lluvia y a ver hacia otro pedazo de monte
sin cultivo, sin maíz ni tomate ni yuca ni plátanos, haciendo un mandado
encontré uno metido en el cafetal que no es de nadie, ni cañas, y con los
naranjos y los limas y los limones sin coger, y los mangos a punto de dar
cosecha, y el cafetal que está pasado de una zoqueada...
El Pedregal, junio de 2024
***
Tú,
siempreviva,
confundiste
a la araña,
verde
acertijo.
Pares
de niños
santos:
entrar concedo
a
este mi cuerpo.
Tierno
piecito
pasaste
de una cera
a
crecer huertos.
Busca
enseguida
un
matarratón presto
a
curar males.
El
Pedregal, junio 8 de 2024
Sobre
los limos
la
gran mata de plátano
hace
presencia.
El
Pedregal, junio 9 de 2024
Aguas
terrosas
por
tiernos pastizales
de
vaquería.
Brioso
torrente
esparcido
en la selva
en
entresijos.
El
Pedregal, junio 10 de 2024
Esta
naranja
sobrenada
el alberque
de
las tilapias.
El
escondite
de
la lombriz rayada
es
el geranio.
El
Pedregal, junio 11 de 2024
Tronco
astillado
en
colina de luces:
siervo
del agua.
Pule
el torrente
el
canal a su paso,
la
cascarilla.
Mielero
verde:
de
a brinquito en el palo
y
ávida huida.
El
Pedregal, junio 12 de 2024
Ya,
guacharaca:
a
todos ha despierto
tus
buenos días.
El
Pedregal, junio 13 de 2024
Pasos
de lado
da el cangrejo en la zanja
y se detiene.
El
Pedregal, junio 14 de 2024
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La Tinta, "Hernolario literario", Tecámac de Felipe Villanueva, México, núm. 37, mayo-junio de 2024.
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