II
Abajo las lecturas desgranadas, los libritos con que se
cumplen los meses lectores, las cien páginas de obra escogida, las ediciones de
bolsillo, los panfletos, la selección espesada por prólogos, las obritas sin
significancia, lo secundario, los borradores publicados, el desperdicio
creativo, lo que se puede pasar por alto sin afectar la valía de la literatura
nacional y continental; importa más dedicarse, a pesar del tiempo y la
infinitud dedicada, esos progresos de hormiga que no adelantan como se quiere, a
los libros angulares, el nacimiento de la tradición, las cabeceras de las
cumbres, lo grandioso destilado por los pueblos, los que ameritan releerse
antes que pasar a la novedad editorial, los escritos por dioses, la obra cumbre
de una civilización, los que han pasado años como saltando claveles, lo
depurado, la summa, lo
imprescindible.
***
Siendo así, me aparto de Luterito y voy a la Biblia; los libros de mi biblioteca, regados
porque no la hay, para la Diego... O les saco un botín que me servirían para
librar unos pendientes no acuciosos a los libreros de La Playa; uno se puede
pasar la vida leyendo todo lo de un género para depurarlo, como el argentino
con lo policial, y sacarle ponencias y charlas, o pasar desapercibido pero con
la sustancia de las letras universales, no sé si pocas, y contento; si un amigo
publica una novela, se lee y se la critica y se sigue con el plan de vida: la Epopeya de Gilgamesh, el Tao Te Ching, el Libro de los muertos, el Talmud, el Corán, Las mil y una noches, el Quijote,
Las moradas, El capital, Trilce y los
que se le pasan a mi mente obstinada en recopilaciones de artículos, brevedades
simplonas y ensayos apurados: en edulcorantes y no en proteína.
***
Van cuatro cucarachas, americanas o alemanas, sabrá un
exterminador, que han escogido la colchoneta plegable, claro que una salió de
un tapete arrumado y, trayendo las cuentas, otra de una bolsa con martillos,
llaves fijas, alicates y pilas descargadas que asustó a la ratoncita, pues le
recorrió la mano que separaba lo útil del estorbo, como a mí se me meten por
las rejillas de la chancla y como una se me encaramó al talón, creyéndome libre
de las visitantes, y me hizo pegar un brinco, deshacer las colchonetas, las
sábanas que chupaban el frío de la noche en las baldosas, y ponerme la chancla
como se pone un guante: dos motas negras buscando las paredes y las esquinas;
si logran las esquinas, evaden la punta de mi filo y toca sacarlas con un palo
o prenderles fuego: ya sé a qué huele la chamusquina de cucaracha...
Las de esta casa a la que me pasé son alemanas y
proliferan por los alrededores del tubo del gas, por las canoas de los cables y
las maderas podridas; quité una repisa y hay unas bolitas: los huevitos: les
pasé fuego. También les paso candela a las del gas, que por ahí se van a otro
apartamento, y a las que se meten debajo de la cama. Apenas compre un
fumigador, cierro todo y me desaparezco unas horas para volver y recogerlas. El
día que la lavamos no había ni una; puede que los anteriores... Y así como
ellas se hacen las muertas poniendo la panza hacia arriba y deteniendo los piececitos,
yo apago las luces, me meto a la cama y me quedo contando, con los ojos
abiertos, los segundos en los que ellas van a salir de sus huecos de clavos...
¡y prendo la luz y empiezo a estripar cucarachas! El problema es que, a la
mañana siguiente, hay más moticas negras sobre la pared del cuarto, en el
lucero, en el tubo del gas, una familia entera que creará naciones, y en el
lavamanos...
Y termino de despertarme exterminándolas.
***
Dos relajados en el parque, a la hora de misa y de coger
turno de ocho:
—El cáncer la puso más hermosa... —el de una mujer de amigo que visitaban recién casados;
cuando la conocieron no les atraía: la cara no soltaba gracia ni al lado de
otras mujeres.
Y pasaron al de una niña de cinco años: el primer médico
no la diagnosticó y la devolvieron a la casa; la volvieron a llevar por dolerle
el estómago y el segundo médico le detectó el cáncer y mandó ahí mismo a
trasladarla en vuelo de Cocorná a Medellín.
—Uno sabe cuando se va a morir...
»Esa pelaíta hacía maldades como si fuera una persona
adulta: ella llegaba y hacía un daño y hacía lo posible para meter a la otra
persona; y si uno no entraba ella «No ah yo no fui, fue fulanito de tal», y juraba y recontrajuraba...
»¡Y plaga...!
—¡Ayayay...!
—Yo siempre he dicho: nosotros somos como los productos:
con fecha de vencimiento. Lo están terminando de empacar a usted y le estampan
la fecha...
»Uno sabe que la muere está ahí pero uno debe
acostumbrarse a la ausencia de la persona...
»¿Ya vendió el carro?
—Nada.
El interlocutor, absorto en las palomas dispersas, sin
crédulos que les rieguen maíces, se despide y deja al moreno de los crespos
mojados moverse para recostarse en el espaldar; seguro que ve a la esposa del
amigo, alba y atractiva, descomponerse bajo las oraciones y el humo de velas; y
a la diablilla que creció biche jalar las colas de los perros, quebrar platos y
correr a esconderse, regar las matas con esmalte... pero no aguanta el credo de
los rezanderos, la sola presencia de Bolívar, al menos abrazado por la bandera
y con sus frases de pedestal, con dos chorros, uno intentando serlo, soplándole
las glorias, enalteciéndolo aunque pase inadvertido a las practicantes de
enfermería que pasan, se tiran el cabello para atrás, se ajustan la lonchera al
hombro y se pulen, caminando, en un espejito.
***
«¡Dios dame paciencia pa no hacele un daño!»: L.
***
«¡Hay que mandala pa un psicológico!»: la niña que me vuelve a mí, oh este ver las canecas
rellenas del trasteo; es mi deber colgar las rayas, meter esto en lo otro,
guardar aquello, destapar la calculadora y desfigurar los gastos, leer con lupa
el volante del indio asesor comercial: la mona que se pasó de la casa en la que
estoy me lo mandó, sé que para descuentos en su cuenta, y él le dio la mano y
le preguntó su nombre, por poco y le besaba la mano, y entró a mi apartamentico
su escarapela del canal por suscripción, su camisa por dentro de la correa de
cuero, sus zapatillas elegantes y deportivas, su voz entre dientes apeñuscados
y su hablar con chasqueos propios de la garganta de un humeante: se le olía
lejos, nada similar al profesor en formación que llega de descanso con el olor
encima del perfume, los dedos amarillos, como para que se los engulla a
Charlotte Rampling, y ese olorcito perdido se paseó por la cercanía de beso con
que me habló de la cobertura de su empresa, cuarenta y cinco municipios y seis
departamentos incluyendo sus zonas urbanas y rurales, el listado de los canales,
infantil, deportes, entretenimiento, novelas, musicales, religiosos, películas
y series, noticias, documentales y nacionales, a los que puedo acceder, una
carpeta con fotos de aviones en pistas de Antioquia, y me muestra la carcasa
naranja, su distintivo, a la vez que me divide las megas y me recomienda la más
económica con posibilidades de crecer; ya han dominado toda la vereda y van
bajando; su sede es en las ceibas; su nariz es más grande y galana que la mía;
me dice los elementos a tener para pedir el servicio, copia de un recibo de
luz, fotocopia de la cédula y cincuenta mil, le digo que ahora no lo voy a
pedir y él quiere saber por qué: el recibo y los cincuenta; de todas formas
coge mi nombre, el segundo apellido no lo copió, y mi número: mañana mismo me
llama; está desde las nueve recorriendo; tiene una cita allí abajo; conoce la
zona por el restaurante de Omaira, la que no conoce los domingos; no dejaba de
pensar en un perfecto culebrero, de los que en La Candelaria hacen fortuna, en
un hombre de negocios sin ser dueño de ese negocio; un segundón recuperado de
una muy mala racha, de una bebediza de años, de un centro de rehabilitación y
con una familia que lo quiere mucho, que terminará sus días pescando clientes
que deseen internet y cable HD con disponibilidad para dos televisores; solo es
que llame a Emilio Lotero y él formaliza el contrato y vendrán en un plazo de
ocho días a instalarme el equipo; me dio pena ofrecerle agua porque le lavaría
su sequedad rastrera con vasos recorridos por cucarachas.
***
Los del internet van a pasar el módem de esta casa a la
de un costeño mulero y una blanca rizada con dos gatos, Chelsea y Mía, que
daban un olor al apartamento, a los pasillos, a la entrada más que todo, a
buena y cuantiosa mierda sin lavar. Y, como son las cosas, al irse dejaron todo
limpio: solo hubo que pasarle una barrida y una trapeada, trapo al baño, una
pintura y listo: es habitable.
Quedaron de venir temprano.
Apenas son las dos y cuarenta: la señora apretaba nalga
porque no me veía: me tocó irme a acompañar al fontanero del acueducto de la
vereda que mandó un parrafito a la hijueputa y, al yo escribirle, mandó mejor
siete segundos de hablando; también llené dos canecas de agua; me hice de
desayunar arepa y tinto; saqué a la perra, hice un amigo, o supe que lo tenía,
en El Ahorcadero, por el palo diabólico, rojo y tostado, gordo a la mitad y
flaco en los extremos, sin hojas pero parado, que pasaba el charquito para
defenderse de los jugueteos de mi perra; se escondía y saltaba para lamberme y
al final tuve que rechazarlo a empujones; y le regalé un bordón de caña, al
natural, a don Pompilio: se asombró y lo usó lo que me iba; ya está en su
nochero, haciéndose campo en los olvidos que él arruma.
Ahora salí, ya quitado el módem, a hacer una recarga, y,
en la espera, un reciclador joven, más que el del pelo en forma de laurel
quejumbroso, con una careta para soldar colgada al cuello con cordones,
recuperada, y un bebé metido de cabeza en su bolso, ¿recuperado también?, que
chillaba cuando él quería; este hombre le hacía la tarde a los viejos sentados
bajo unas escalas: le mostró a uno con mujer y nietos, pero sin señas de
haberlos tenido, un diccionario de consulta colegial, descuadernado, en las
páginas de genitales y de parejas: sobre las escalas había un mudo gemelo: el
señor se quedó viendo las hojas, pasándolas, volteando las erecciones
encornadas, los detalles de sátiros no circuncidados, las pelambres
oscureciendo las pieles de las entrepiernas y del cetro mayor, los rosales de
las mujeres y las rayas que señalan sus características, la mujer descansando
sobre un pecho trabajado y con un dedo en sus tetillas... y el mudo miraba
abajo y luego a sus escalas, pensando que nadie lo veía ver aquello, pero yo le
hice señas, me le reí, me llevé los dedos a los ojos y señalé al viejito mirón,
nos reímos, creo que los dos pensamos llevarnos los dedos a las orejas y darles
vuelta, hasta que me atendieron, dije el monto de la recarga, menos mal no
estaba caído el sistema, y repetí el número del celular; al irme miraba al mudo
desnucarse sobre el viejo, y al viejo abstraído, hace mucho se fue el de la
careta, el iniciador en el porno impreso, reconcentrarse e ilustrar los
rescoldos de su lascivia...
Y llego y Chelsea está en las escalas esperando que le
abra la casa que ya no le pertenece; le cedo la mano en cantero, sin nada: la
huele punteando su nariz con una yema y se va, paseando su grosor, con mis
dedos oponiéndose a su pelaje.
***
—Quiubo ¿hay trabajo?
—¡Ah si quiere trabajar...!
»Yo no me puedo poner de vago porque me va por beber.
—¿Sí...? Así no, así no...
—Sí... porque si no no me da por hacer nada...
—¿Es con agua o con aceite?
—No con agua.
—¿Y no se moja?
—No... Yo antes le metía pintura cara a esto... pero eso
se van y toca pintar... entonces yo dejé de ser güevón... ¡yo dejé de ser güevón...!
—Ah bueno... voy a ver que hay que hacer por ahi...
—Sí, vaya marque tarjeta...
***
Si José se hubiera callado, como su padre Jacob que, al
salir de Padan-aram, engañó a su suegro Labán «no diciéndole que se iba» (Gn 31.20), y eso que harto que tenía: mujeres, hijos y
animales, y no contase sus sueños, el del manojo de trigo derecho con otros
alrededor de él, y el sol y la luna y las estrellas, reverenciándolo, no
hubiese valido veinte monedas de plata ni, mucho más fuerte, hubiese sido
llamado, al sus hermanos verlo desde lejos llegar a Dotán, «¡Miren, ahí viene el de los sueños! Vengan, vamos a
matarlo; luego lo echaremos a un pozo y diremos que un animal salvaje se lo
comió. ¡Y vamos a ver qué pasa con sus sueños!» (Gn 37.19-20).
Pero tenía que hablar para cumplir lo escrito por Dios el
Señor.
Aunque, entrando a los supuestos, y sirviéndome José de, es
mil veces preferible callar y actuar en las tinieblas, no descubrirse, ejercer
presión en lo oscuro, andar sobre capas, emboscado, no ofrecer cuentas de
historia ni de labores a los vivos, porque todo se encamina a evitar que los
vivos se entrometan, y no ser insumo de chisme ni vigilia de mazamorreras. Que
las cosas se hagan, se cuajen sin que nadie se entere, sin gastar tiempo en
hablar de la cosa a otros, pues si no colaboran se habla en vano, pues ese
tiempo se dedicaría a mejorar el trabajo, a perfeccionar el objeto. Es
costumbre hermética, aun de católicas apostólicas romanas compradoras de
yerbateros, el no decir los planes para que las energías negativas no lo
arruinen.
Celebro que mi tradición no se basa solo en ellas.
***
—¡Señor usted sabía que el agua moja?
—¡Guau si no moja es poque no seca, mamahuevo!
***
Sistematización de experiencias: Ghiso en Jara: la
reflexividad propende saberes «vinculados a la experiencia», que es «inédita y fugaz», y desde ellos se parte a «un ejercicio crítico de construcción de conocimientos».
En autobiografía o autoficción; la vanidad: insumo para
los relatos.
Itagüí,
abril de 2024
___
Codex Sulpurista, Letrán, España, no. 7, junio de 2024.
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