En la ciclorruta de Envigado al Artista, por la fábrica
en demolición, merodeando una idea sobre los próximos escritos y la linealidad
del fondo, choco el pie contra nada, y doy traspiés hasta estabilizarme,
tirarme para atrás la jíquera, devolverme y no descubrir contra qué pude
tropezar que me haya hecho devolver saliva y pensamientos.
***
Voy con Lisi por Simón Bolívar ojeando dónde chupar
helado; me ubico por el colegio y el parque; y al pasar de una cera a otra,
Lisi se adelantó, un carro reversa y temo por mis pies y mi pelvis; doy un
brinco y me estiro a felicitar al bruto: nadie: no hay conductor ni ventanas
bajadas, y no estamos en pendiente...
***
Devuelvo a Sasha de sacarla, ella corre a esconderse en
su casita, cierro el portón y voy al baño y luego me guardo unas frutas. Llamo
a Sasha, no la veo, me bajo hasta su casita, abro la casa, miro debajo de todo
y no, no se ve... Vuelvo a cerrar, inserto en un espontáneo acertijo, y aparece
fuera del portón, meneando la cola, sacando la lengua.
***
En la curva de los antiguos fiesteros amansados por la
hegemonía de clase súrgeme que, por el afán, ese día todo para lo último, no me
puse las gafas. Toco el vidrio, reconozco el marco, medio me las quito y agradezco
ponérmelas al bañarme a la vez que me inquieta no haber diferenciado el antes y
el después, el cambio óptico, la precisión de la fórmula.
***
Un taxista manco apoya su único brazo en el techo de su
compañero. Da vuelta por una mujer. Y se sube, con el brazo que no tenía, la
manga protectora.
El Pedregal, mayo 30 de 2024
Umbral de la casa de papá.
Llegó y sacó a la perra, le insistí que orinó e hizo popó
conmigo, y lo vi subir las escalas de a dos, abrir el portón, subir pegado a la
caseta del parqueadero y, entonces, sostenido, dudando entrar o salir, viendo
lo ya visto, suena dentro, en la repisa debajo del televisor, las llaves,
círculo dentro de círculo, de papá, como si las hubiera descargado, ahora,
antes de salir con la perra; y ni el viento que, evitando la casa, corre por
encima.
El Pedregal, junio 5 de 2024
Chillido de águila poma, invisible, extendiéndose,
rebotando en las casuchas y en los tímpanos de los ociosos. Repite el chillido:
se busca en el cielo nublado, en el pedazo de verde, en la casa sobre la
enpijamada; nadie la ubica.
***
Transcribiendo a Ruth y a Olga, especialmente a Olga,
sobre la situación de los tubos, metidos sin permiso y a las malas por Josué y
Miguel, servidores de los evangélicos, en el diario, me surge la sensación de
ya haber transcrito estas cosas: «Mi hija le escribió a doña Ruth y doña Ruth dijo que no,
que ella no había...»
Saqué una raya y dibujé un trébol: «Has pasado por aquí».
El Pedregal, junio 12 de 2024
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