Destellos de la microinmensidad, Ítalo Rúas, 2024 |
¿A
quién le aprendo a olvidar? ¿Fluyo con el tiempo hasta que en un sillón o en una
panadería oculta eche cuentas y me impresione de lo que ha pasado? ¿Tener hijos
para darles la seña del olvido; para orientarlos y, ya que me respetan,
olvidarme en ellos? Pero entonces un hijo sería una memoria, pues adquiriere
nivel en cuanto avanza.
¿Crearía
nuevos hijos, con los cuales olvidaría a los viejos?
La
raíz del problema soy yo, eje de la memoria, y no las sierpes del tótem.
Podría
olvidar actualizándome con las noticias menos importantes y más lejanos del
mundo: así me alejaría.
Lo
natural es lo cercano: del cuerpo hacia fuera. La educación corrompe cuando no
sintoniza al estudiante con su entorno. El animal olfatea lo contiguo,
reconocidos los límites.
Despejarme
es ocupar la cabeza en alrededores imaginarios.
Si
hay casas museos es porque sus habitantes se fortificaron en el navío como si
fuera madre nutricia. De ella salieron a cumplir trabajos; de ella, escritos en
limpio. Hoy, lo dicta el hábito, se llenan sus interiores. Eso es memoria: un lugar
fijo, un portón.
Yo,
aunque lo tenga, no lo toco, por lejano.
Olvido
será la cláusula.
Exiliarme
en las analogías incomprensibles.
Mas
¿qué deseo olvidar? ¿Qué dirige mi empeño? Plantearme casi la desaparición, sin
motivo, es suicidarme, no sabiendo que lo hago. Tiene que haber móviles. Nadie
se anula por nada, sin testigos ni correos.
¿Es
válido afirmar que no sé?
Entonces
el olvido surte efecto: no sé qué deseo olvidar, pero tengo la intención de olvidar.
Un
comienzo favorable.
No
necesito saber ni exigirme en el recuerdo de qué olvido: actuaría en mi contra.
He de atiborrar mi consciencia de actualidades volátiles y así abstraerme de mi
entorno inmediato.
—Te
convertirás, procurándote olvido, en nadie: sin el entorno, ¿qué será de tus cepas?
—Las
raíces son memoria. ¿Es el precio a pagar? Que navegue el olvido y yo con él. Y
que ni ellos me recuerden; que usen mi método y no conciban la imprudencia de
llevarme por el mundo.
***
¿Y
si no tengo que olvidar? En ese caso, un aparente olvido se impone sobre otras
cosas. ¿Sobre cuáles?
¿Quién
distrae a la gata para robarle sus crías?
¿Me
estoy engañando?
Es
posible.
Desde
que sea abstracción, cualquier impulso es posible... incluso engañarme.
Siendo
tal, construyo viento y le revuelvo palabras: no hay gestas en los cuales
dormirme. Palpar no es un sentido. ¿Me haré juzgar siendo inexacto, fantasioso?
¿Cómo
demostrarme que sí tengo, o no, un olvido dirimible?
—¿Sientes
dolor por algo pasado?
—Creo
sentir algo pasado, pero no es ni dolor ni pasado.
—Solo
crees en cosas que te ponen a hablar de ellas.
El Pedregal, enero 25 de 2022
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Taches y Tachones, Ciudad de México, núm. 22, septiembre-octubre de 2024.
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