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Rafael Margalé |
Praeco
Sé
que habrá conocidos
del
lado de la muerte
que
nos anuncien
cómo
anda ella
por
su casa
***
Directriz
Fin del tiempo de almuerzo. «Puede irse: hoy tendremos jornada institucional en el
coliseo», le avisó su ficha en coordinación. Y enseguida,
faltando diez minutos para las dos: «¡Devuélvase! Nos cancelaron los periodistas. Clase
normal.»
«Clase normal...», repitió traicionada.
Los pondría a leer un documento en grupos, con
posibilidad de salir del salón —para
no decepcionarlos de mucho por lo coliseo—; luego les pediría responder unas preguntas —que prepararía mientras leyesen— y, para finalizar, compartirían los hallazgos en mesa
redonda.
Así no sentirían las cuatro horas, contando el descanso de
cuarenta minutos.
La profesora empacó su portátil, su termo, su coca y su
cartuchera en el bolso, abriendo espacio a las hojas multiplicadas de los
parciales. Se dispuso a almorzar en un santiamén, reposar un ratico y a pasar
la nota de los exámenes que pudiera. Mas prefirió ver una serie... Estaba que
la terminaba, y no la terminó... Antes de pararse, barrió los granos de arroz
con el canto de la mano. Se dirigió a los baños del bloque donde solo se va a
dos cosas: o a llorar o a defecar.
Ella, no obstante, iba a apartarse de la posible
presencia de sus alumnas. No repetiría lo que la otra semana: se cepillaba con
un cepillo viejo —que
notaron las que todo lo ven—
y, cuando escupía, las babas le colgaron de la boca, por lo cual se las tenía
que quitar con el palo del cepillo o con el dedo... Y sus queridas estudiantes,
ejemplos de recato, sostuvieron la risa hasta el oído fiero de sus camaradas...
¿Qué pudo hacer nuestra profe? Cepillarse, juagarse,
empacar sus pertenencias en la cartuchera y salir pateando la puerta y mirando
a dónde se dirigía, para no dar un traspie, ignorando a sus alumnos, asomados
desde la puerta del salón.
Y en el salón dio clase como si no hubiera sido ella la
que “babeaba gargajos”...
Pero en este baño nada de eso le pasaría: no vino a
cepillarse ni se expuso al espejo. Una vez adentro se metió en uno de los
retretes, cerró la puerta con el pasador y bajó la tapa y se sentó sobre ella.
Colgó el bolso del perchero y se pasó la mano por las comisuras sudorosas del
sobaco y de las llantas de la barriga. Se desabrochó la correa y se desparramó
en la incomodidad de loza que le tallaba la espalda.
Prendió el celular —no abrió las conversaciones— y vio la hora: dos en punto: la hora de su clase... Los
discípulos se deberían de reunir a la entrada del salón y no faltará el que
llame al de ayudas. Pero por muy adentro que estén, y en ausencia de la
profesora, darían pie a una repentina asamblea estudiantil: unos jurarían que
no es justo cancelar y reponer una clase tan rápido, y que la profe faltó por
eso; y otros dirían que “ella no se manda sola y que el horario es horario y es
trabajo”.
La profesora calculaba la miniasamblea, y se extraía la
carne de los dientes con la aspiración de la boca, su seda dental.
Cuando, sin olerlo ni presentirlo, alguien se manifestó:
un sonido de tubo destapado, de conducto por donde pasaba un chorro que forzaba
por abrirse a toda costa y que por fin pudo salir, un destaqueado intestino se
remolcó sobre el agua... “Vinieron a hacer del dos”... La profesora se quedó
quietísima, como si alguien irrumpiera en ese baño y pronunciara justo su
nombre y fuera tocando puerta por puerta... Entonces amortiguó su respirar, se
encorvó... y le bajó el volumen a sus ideas.
—¿Quién hay ahí? —preguntó la del descargue.
—...
—Responda. ¿Me puede dar papel? Es que... —solo tiene las medias...
La profesora se paró, corrió su cartuchera y otros
objetos y sacó el paquete de exámenes del grupo.
Y supo quién era la necesitada por su manilla de fique.
Volvió a sentarse.
Esperaba que la alumna, en el retrete contiguo, tuviera
la calma de leer, tras sus embarradas, los nombres marcados... y si la suerte
lo permitía, su nombre... su calificación:
—Termine y váyase, Gertru: hoy no pongo faltas: es
directriz.
***
Plato fuerte
El
lector se encorva, en función de sus prolongadas y anuales lecturas, de tal
modo que el libro lo reclama, lo absorbe como a un espagueti seco, y se cierra,
atragantado, con él.
___
I Concurso Literario Internacional 2023 «Orestes Pérez», Miami, Estados Unidos: MEI/MER Editorial y Fundación Académica Norteamericana de Literatura Internacional (FANLI), febrero de 2024
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