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Pasilla (VI)

Rut Treviño, 2024


Pasaron las horas absorbiendo frío de invierno para no abrir El burlador de Sevilla ni responder las entregas extemporáneas, cierre de semestre con las últimas materias de la carrera, ya un examen y las documentaciones del repositorio aguardando enviarse, con el nieto de Fernando III; ¿en qué se fue la mañana que prometía tantos trabajos? Esto se acabó, las encuestas de salud mental dan fe de la premura, y aún se sienten los residuos del séquito estudiantil, las capacitaciones que solo tienen cabida dos veces cada que al CNSC le da la gana de poner a concursar méritos y contratar a alumnos salientes a que les vigile la correcta ejecución de los puntos, las firmas de los delegados y toda esa carreta que madruga antes que el cambio de celador a comportarse según la orden del día.

Cómo sentarse a leer, «Mientras que los pescadores / van de regocijo y fiesta», visto El camaraman y anotado los precios y las universidades que ofrecen la maestría en Educación con énfasis en algo que motive a cancelar los desiertos del trabajo para estudiar un domingo como si fuera toda la semana de un aspirante a historiador, o hecha la búsqueda para informarle a las patronas que es posible nivelar las clases en Guayabal y los asientos virtuales, si nadie ofrece un puesto de promotor bibliotecario en las cercanías al Valle, o de librero sin experiencia en pagos electrónicos, que ubique las finanzas con los transportes y redima al acostado de gastarle lo que gane en pagar la carrera y los insumos que le dan la papa.

Alguien que me arranque el vientre y forje con estos bacalaos un detonador de cartuchos, una lámpara que resurja de los nocturnales de Persona y haga de un sonido experimental la combinación que regente los mares apocados de una bata insalubre. Por el momento, ya que las fauces del grillo culminan la estrofa dadaísta, esa es la queja ante las básculas que en otra generación cumplieron antes del tiempo de grados la hombría de rasurarse con pavimento y resquemor de avenida. Veo hacia adelante porque lo dejado atrás fue cojo y con deficiencia de micronutrientes que pudieron haberse desarrollado como hijos de contrabandista con puesto público y, siendo así, no envidiarían la tasa de bermudas y los desvaríos de un zángano petrolero con cigarrillos en la camisa que nunca habrá de fumar el muy cobarde que saluda a las flacas como si le fuesen a decir algo que el simple saludo y el apartarse de semejante roña incubada.

Las compañeras mandaron un dibujito, nuestros nombres firmados en el pupitre y la profesora al fondo, levantando los pechos operados en los tiempos donde se comía en fincas, piscinas y cabalgatas a la vereda de donde son los mayordomos, una cejona que estudia con lo que le da el surtido y un moreno que no se asoma si no lo llaman. Ese recuerdo va a durarnos hasta que cada uno haga su cena y la de otros, hasta que uno coja chivero y se pierda a las nueve entre agencias y sedes de tránsito en Santa Cruz; nuestra memoria no vigoriza los elementos que la compusieron, más bien les saca la matriz alentadora y renueva los bagazos del presente con la tentación de serenar las causas de su intermitencia.

Cumplimos con el deber.

Si ese fuera el último y no una de las manadas por vacunar, uno de los ritos que ha tronado y se mueve por los caudales hechos al muro, la rendija que martilló el fumador de la quijada en tres partes, a quien, a los meses de casarse, la rodilla se le partió por un peso que no mató al de las veintitrés primaveras. Súmense los porvenires mas no digan cuántos lleva el nevado ni a quién le cobran esa fiesta. Que pase el mundo llamándose heteronimia; que las muchachas muerdan la flor pateada; al amanecer le dedicaron un racimo de puños en el tronco entumido, y quienes toman fotos dormían en la captura que les daría la fiebre de un hotel y de una hembra sin las condenaciones que la moral cristiana tampoco despacha a amanecidos.

 

Un tema arable que no sea «el remedio pa los callos y las verrugas, el champú pal pelo, las pulgas y las garrapatas, y el cloro pal baño» que se ofrece a voces el lunes con inundaciones, deslizamientos y afectaciones en viviendas y enseres, unidades productivas y animales de corral en Chocó; será la negociante de tacones que le dijeron encontrarse en el metro pero no en cuál de las salidas, y a la hora le pregunta a un guía, le interrumpe la charla con una del aseo, si esta es la única entrada: la señora corre a alcanzar a la muchacha que hace media hora se había ido, con el paquete bajo el brazo, al Portón de Alcalá a recibir los mensajes de una cliente que me pidió ayuda, entregó el celular, de todos modos estaban dentro, vigilados y obstaculizados por torniquetes, la del fondo es su hija, una crespa mona fotógrafa que se salvó de ser pisada en una vuelta por un turibus metiéndose a la ventanilla bajada de un taxi, los gringos aplaudían, unos para detener al conductor y otros para celebrar la maniobra que podrían replicar en sus filmes, y ella, intentando convencer a la vendedora de que baje al metro porque necesita como pan pal desayuno esos tacones.

¿Y queda lejos? busco en el mapa y le señalo la línea azul en caso de tomar carro ¿Será que si cojo taxi me cobra más de quince mil?

Cuenta los billetes en su monedero, se da cuenta que apenas tiene diez, me mira y vuelve al celular, escucha los insultos de la plantada, me da una lección de humildad refiriéndose a la paciencia del vendedor con la venta, algo que ha aprendido en tantos años de negocios, porque es una comerciante: no mandó que le llevaran el domicilio a Caldas y no puede bajarse en el centro para regatear con los ecónomos de cachucha y riñonera. Entretanto, quiere saber a quién espero y, por solidaridad con su pérdida, «Dios sabe qué dar y qué no», hablamos de los vicios y me cuenta que ella cuidó el hijo de una bazuquera dos años: al niño le daban ansiedades, se retorcía como culebrita, y ellas pensaban que era un demonio, pero fueron a donde una farmacóloga, la más importante del departamento, y les dijo que era por el consumo de la mamá durante el embarazo y que, para bajarle los revuelques al niño, la mamá debía consumir y darle teta.

A los dos años, no sé quién le dijo dónde lo teníamos, vino y nos lo quitó.

 

El Pedregal, noviembre de 2024


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delatripa, "Tus libros preferido. Tus demonios", Matamoros, México, año 11, núm. 86, noviembre de 2024

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