Rut Treviño, 2024 |
Pasaron las horas absorbiendo frío de invierno para no
abrir El burlador de Sevilla ni
responder las entregas extemporáneas, cierre de semestre con las últimas
materias de la carrera, ya un examen y las documentaciones del repositorio
aguardando enviarse, con el nieto de Fernando III; ¿en qué se fue la mañana que
prometía tantos trabajos? Esto se acabó, las encuestas de salud mental dan fe
de la premura, y aún se sienten los residuos del séquito estudiantil, las
capacitaciones que solo tienen cabida dos veces cada que al CNSC le da la gana
de poner a concursar méritos y contratar a alumnos salientes a que les vigile
la correcta ejecución de los puntos, las firmas de los delegados y toda esa
carreta que madruga antes que el cambio de celador a comportarse según la orden
del día.
Cómo sentarse a leer, «Mientras que los pescadores / van de regocijo y fiesta», visto El
camaraman y anotado los precios y las universidades que ofrecen la maestría
en Educación con énfasis en algo que motive a cancelar los desiertos del
trabajo para estudiar un domingo como si fuera toda la semana de un aspirante a
historiador, o hecha la búsqueda para informarle a las patronas que es posible
nivelar las clases en Guayabal y los asientos virtuales, si nadie ofrece un
puesto de promotor bibliotecario en las cercanías al Valle, o de librero sin
experiencia en pagos electrónicos, que ubique las finanzas con los transportes
y redima al acostado de gastarle lo que gane en pagar la carrera y los insumos
que le dan la papa.
Alguien que me arranque el vientre y forje con estos
bacalaos un detonador de cartuchos, una lámpara que resurja de los nocturnales
de Persona y haga de un sonido experimental la combinación que regente los
mares apocados de una bata insalubre. Por el momento, ya que las fauces del
grillo culminan la estrofa dadaísta, esa es la queja ante las básculas que en
otra generación cumplieron antes del tiempo de grados la hombría de rasurarse
con pavimento y resquemor de avenida. Veo hacia adelante porque lo dejado atrás
fue cojo y con deficiencia de micronutrientes que pudieron haberse desarrollado
como hijos de contrabandista con puesto público y, siendo así, no envidiarían
la tasa de bermudas y los desvaríos de un zángano petrolero con cigarrillos en
la camisa que nunca habrá de fumar el muy cobarde que saluda a las flacas como
si le fuesen a decir algo que el simple saludo y el apartarse de semejante roña
incubada.
Las compañeras mandaron un dibujito, nuestros nombres
firmados en el pupitre y la profesora al fondo, levantando los pechos operados
en los tiempos donde se comía en fincas, piscinas y cabalgatas a la vereda de
donde son los mayordomos, una cejona que estudia con lo que le da el surtido y
un moreno que no se asoma si no lo llaman. Ese recuerdo va a durarnos hasta que
cada uno haga su cena y la de otros, hasta que uno coja chivero y se pierda a
las nueve entre agencias y sedes de tránsito en Santa Cruz; nuestra memoria no
vigoriza los elementos que la compusieron, más bien les saca la matriz
alentadora y renueva los bagazos del presente con la tentación de serenar las
causas de su intermitencia.
—Cumplimos con el deber.
Si ese fuera el último y no una de las manadas por
vacunar, uno de los ritos que ha tronado y se mueve por los caudales hechos al
muro, la rendija que martilló el fumador de la quijada en tres partes, a quien,
a los meses de casarse, la rodilla se le partió por un peso que no mató al de
las veintitrés primaveras. Súmense los porvenires mas no digan cuántos lleva el
nevado ni a quién le cobran esa fiesta. Que pase el mundo llamándose
heteronimia; que las muchachas muerdan la flor pateada; al amanecer le
dedicaron un racimo de puños en el tronco entumido, y quienes toman fotos
dormían en la captura que les daría la fiebre de un hotel y de una hembra sin
las condenaciones que la moral cristiana tampoco despacha a amanecidos.
Un tema arable que no sea «el remedio pa los callos y las verrugas, el champú pal
pelo, las pulgas y las garrapatas, y el cloro pal baño» que se ofrece a voces el lunes con inundaciones,
deslizamientos y afectaciones en viviendas y enseres, unidades productivas y
animales de corral en Chocó; será la negociante de tacones que le dijeron
encontrarse en el metro pero no en cuál de las salidas, y a la hora le pregunta
a un guía, le interrumpe la charla con una del aseo, si esta es la única
entrada: la señora corre a alcanzar a la muchacha que hace media hora se había
ido, con el paquete bajo el brazo, al Portón de Alcalá a recibir los mensajes
de una cliente que me pidió ayuda, entregó el celular, de todos modos estaban
dentro, vigilados y obstaculizados por torniquetes, la del fondo es su hija,
una crespa mona fotógrafa que se salvó de ser pisada en una vuelta por un
turibus metiéndose a la ventanilla bajada de un taxi, los gringos aplaudían,
unos para detener al conductor y otros para celebrar la maniobra que podrían
replicar en sus filmes, y ella, intentando convencer a la vendedora de que baje
al metro porque necesita como pan pal desayuno esos tacones.
—¿Y queda lejos? —busco en el mapa y le señalo la línea azul en caso de
tomar carro— ¿Será que
si cojo taxi me cobra más de quince mil?
Cuenta los billetes en su monedero, se da cuenta que
apenas tiene diez, me mira y vuelve al celular, escucha los insultos de la
plantada, me da una lección de humildad refiriéndose a la paciencia del
vendedor con la venta, algo que ha aprendido en tantos años de negocios, porque
es una comerciante: no mandó que le llevaran el domicilio a Caldas y no puede
bajarse en el centro para regatear con los ecónomos de cachucha y riñonera.
Entretanto, quiere saber a quién espero y, por solidaridad con su pérdida, «Dios sabe qué dar y qué no», hablamos de los vicios y me cuenta que ella cuidó el
hijo de una bazuquera dos años: al niño le daban ansiedades, se retorcía como
culebrita, y ellas pensaban que era un demonio, pero fueron a donde una
farmacóloga, la más importante del departamento, y les dijo que era por el
consumo de la mamá durante el embarazo y que, para bajarle los revuelques al
niño, la mamá debía consumir y darle teta.
—A los dos años, no sé quién le dijo dónde lo teníamos,
vino y nos lo quitó.
El
Pedregal, noviembre de 2024
___
delatripa, "Tus libros preferido. Tus demonios", Matamoros, México, año 11, núm. 86, noviembre de 2024
Comentarios
Publicar un comentario