Hombre cargando bulto, Diego Rivera, 1937 |
La cabeza ladeada, ¿por los costales llenos de tierra,
los bultos de cemento, las piedras de moler que vende como adornos a billares
(y reclama llevándoselas cuando no le suman al primer pago)?, el pantalón de
dril embombado por las botas, la camisa abierta los primeros botones, un bigote
desde los años en que tuvo los hijos y un dar de mano que extiende como si
buscara apoyarse, tomar por la punta de un pelo la bebida. Al caminar sin
nadie, habla solo, se lleva los dedos a la boca y se la delinea, se rasca el
cabello corto, de un amarillo pasado al sol, y se seca la cara con la tela
donde monta el bulto; es posible oír a lo lejos aparentes incoherencias que
interrumpe:
—¡Quiubo peinillero!
Sabe el apellido de todos los que vio nacer y de los
viejos que remodelan sus casas; a la nieta, cuando el papá la monta en el
tanque y sale con la esposa, y Gonzaga viene de la panadería, de invitar a
periquito con buñuelo al que le regaló un martillo y un azadón, la saluda de un
pico que muerde cachetes y la despide con el lloro comenzado, los pucheros que
se le borran al empezar la subida.
Una vez, en el chivero:
—¿Busté no volvió a cargar peinilla jerto que no?
Y, cuando me tiraron la carga de la finca, lo primero en
decirme fue:
—Dígale a la mamá que yo era muy amigo de su papito; y
que si necesita que le desyerben o cargar cualesquier cosa me avisa ¿sí? —habla,
además de rápido, como forzando, tosiendo la voz, secándose con la tela y
sonriendo un colmillo tras el bigote.
El
Pedregal, diciembre 16 de 2024
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Acuarela, Neuquén, Argentina: Editorial Atelier, núm. 12, diciembre de 2024
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