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Bashar Taleb (AFP), 2025 |
De pie las cantidades con su hatillo.
La carnicería dejó partes incólumes, no estancó los
retoños: unos ponen a rodar los tanques de agua vacíos sobre las rocas y los
demás o llevan en sus brazos la promesa o cargan el toldo que irá a definirles
la noche.
Esa «ráfaga secreta de pisadas» niega morir, se tonifica
con el retumbar humano, la viva compostura del alegre: manos alzadas, cuerpos
balanceándose en un sentido, en el de la bandera atraída por el viento que
sucumbe a la tentación de lanzarse en pos de las raíces. A desescombrar la
patria, a llenarla de quienes la liberen van los largos caminos transitados; ¿o
no, hombre de Jabalia, mujer de Rafah?
Porque no huyen, y colman el desastre, y desean rehacer sus
casas, en el avance contraponen la «memoria de su fuego», ese que arde aún, que
no se apaga porque no se han enterrado a los mártires, que anuncia el plato a
nacer del propio cultivo y no del robo tecnificado, a la memoria «intachable»
del repartidor de crímenes en nombre de una paz amañada, la paz que le luciría
a un diablo mejor disfrazado, al menos para vender entre la capilla de zonzos.
Colmen la carretera; tráiganle la valentía del regreso;
levántense, rodeen las llamaradas, el calor de bienvenida. Regresen al silbo
del viento que no hay fin para quienes ensalzan el espíritu, la oponen al
contingente destructor, a la mano cancerosa que, muriéndose, lleva consigo
pieles y cunas.
Adelante, a la patria, al reencuentro de los queridos, y
júrense que lo pasado es cadena detestable, cinto de unión que los afianza al
polvo que hoyaron escudos destartalados.
El Pedregal, febrero de 2025
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Entre Paréntesis, Santiago de Chile, núm. 122, febrero 16 de 2024
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