Alejandro Zapata Espinosa, 2022 |
Caminas despacio, teniéndote en las miradas de los escuchas, al atril;
prendes el celular, lo guardas, no es necesario, y, tomando el micrófono,
saludas a los profesores de la ciudad, reunidos para el encuentro de los talleres.
Y cantas:
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Sabemos que no te pertenece, y sabiéndolo
cantan los que se la saben.
La voz ocupa el techo y los rincones de la
biblioteca infantil; los muchachos, repasando sus versos en hojas fotocopiadas,
antes revisados por sus mejores amigas, también en el público, no prestan
atención; pero la cámara con la que grababa supo del llamado, las voces
reunidas, el momento de viveza arrebatado a la modorra y al protocolo.
Después fui a buscar de quién era la
canción, el poema: tuve para el resto de noche.
A los años, en el viaje al que no te había
registrado, al pueblo de las piernas congeladas y el cura que encontramos
atendiendo a una adolescente fuera de su despacho, la cantaste a la mezcla de
trovadores, ecologistas, eróticos y costumbreros. Y la respuesta, luego de que
contaras la última vez que habías tocado el parque en una salida de finca,
resonó en los bigotes y las bufandas. Supe acompañarlos, mirar alrededor,
fascinarme por las bocas moviéndose y los ojos centrados en el señor de boina
que se presentó como jardinero.
Esos dos cantares fueron suficientes genealogías
para fijar un recuerdo y atinarlo con una persona, un pasado diletante en
Urabá, el legisperito consultado por abogados nóveles en la tertulia detrás de
San José.
El
Pedregal, febrero 18 de 2025
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Acuarela, Neuquén, Argentina: Editorial Atelier, núm. 2, febrero de 2025
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