![]() |
Skylar Kang, 2020 |
Personajes:
Clara
Ricardo
Apartaestudio
con sala, cocina y pieza en un solo lugar. El colchón donde duermen, hace poco
se acostaron, Clara con solo un calzón menstral y Ricardo desnudo, está en el
piso. La cortina de la ventana, sobre el colchón, a un lado, está corrida pero
deja correr las tenues luces de la ciudad; encima de la cama, una foto sin
marco de la pareja. Hay un paquete de cigarrillos y un encendedor en el
nochero, y, alrededor, ropas tiradas.
Ricardo
(Bocabajo en el colchón, suspira).
–No puedo dormir. (Repite volviendo la
cabeza hacia Clara). ¿Ya se durmió?
Clara
(Bocarriba). –Ya casi.
Ricardo.
–Es que no puedo dormir. Conté hasta cinco.
Clara.
–Cuento otros mil cincos.
Ricardo.
–No soy capaz; dejo de dormir por concentrame (Se vuelve bocarriba como un oso acomodado). ¿Se acuerda de la otra
vez...?
Clara se restriega la cara y se apoya
en su estómago para alcanzar dos cigarrillos: uno para él y otro para ella, el
cual prende y, juntándolos en beso, da fuego a Ricardo.
Clara.
–Fume hasta que lo coja el sueño.
Ricardo.
-¿Y a usted qué la va a coger?
Clara.
–Silencio. ¿Quiere que le diga que se calle? Fume por favor, cállese la jeta,
piense en una tienda cerrada, en un orfanato a medianoche o en cualquier cosa,
pero callado.
Ricardo.
–Hay un problema.
Con el humo del cigarro exhala hacia
su miembro; Clara también exhala pero hacia arriba.
Clara.
–Aguántese hasta estos días que se me quite.
Ricardo.
–Usted sabe, y desde el comienzo se lo he dicho, que eso solo le importa a
quien no esté ganoso. A los amiguitos suyos que tienen cara de farmaceutas.
Clara
(Alzando las cejas y apoyándose contra la
pared). –¿Y cómo sabe el señor que a ellos tampoco les importa ruborizado?
Ricardo se mete en la cobija de
tigre, se mueve por las piernas de Clara, ella ve todo alzando un pedazo de
cobija y procede a besarle el cuello.
Clara.
–Vade retro cansón. Apláquese. Lávese
la cara y se duerme más bien. No voy a hacer nada, no le vuelvo a repetir. Hoy
no quiero porque me está goteando el aceite.
Ricardo.
–Y antier fue (Se acuesta contra la pared
y hace ademanes de vieja beta): «Hoy
no quiero porque llegué rendida».
Clara.
–Si es la verdad: me tocó todo el día de pie y andando como una loca por todo
lado. Pero como el señor acomoda dos o tres carros, que con eso se llena ese
parquiesucho, y ya se sienta a mandar a los otros a que acomoden las motos, no
le importa. Él quiere es llegar y tener el pandequeso servido.
Ricardo.
–Y nunca lo he tenido servido; parece que si no lo hago...
Clara
(Parándose, busca en el nochero un
calendario). –Ahora que habla de nunca, ¿a qué estamos hoy?
Ricardo.
–Ayer fue veinte: veintiuno de octubre del año en que me negaste aquello.
Clara.
–Ah bueno, menos mal.
Ricardo.
–Sí, no hay de qué preocuparse.
Clara prende la luz, se saca un
cigarrillo, se vuelve a recoger el cabello y ocupa su lugar en la cama. Se
quedan viendo las luces neón y de farolas que entran al cuarto, y la forma que
les delata el humo. Ricardo mira a Clara y le soba la cabeza. Ella no deja de
mirarlo; le exhala en la cara y coge una camisa, se la mide, la dobla y la tira
lejos. Ricardo se arranca con la mano un pelo del pecho y se lo regala a Clara.
Ricardo.
–De un pelo para otro pelo.
Clara.
–¡Esas bobadas...!
Ricardo.
–(Frunciendo el ceño y resoplando). –¡Recibilo!
Clara.
–¡Que no hombre, deje de fastidiar, duérmase mejor!
Ricardo.
–O lo recibe o ya sabe.
Clara.
–¿Ya sabe qué, bobo? ¡Por miedo que le tengo! (Lo mira de reojo medio extrañada; pero recupera la tranquilidad).
¡Ya pues, bote ese pelo, déjelo caer!
Ricardo.
(De un salto se arrodilla). –¿Te
quieres casar conmigo? Es tan grande que rodea el anular.
Clara.
–(Negando, asombrada de tanta estupidez,
con la cabeza). –¡Uy no!, de verdad que...
Ricardo.
–Bueno... (Se vuelve a meter y la acobija
hasta la cabeza), ya quedó lista así.
Clara.
–¡Oiga, no ve que prendo esto!
Ricardo.
–Como ahorita no me sirvió...
Ricardo saca un cigarrillo y lo
prende con el de Clara; como este ya se consume, le pasa otro que prende solo.
Clara.
–Usted dijo que no quería.
Ricardo.
–Ahora resulta que yo soy el que no quiero; así empiezan los embustes. (Misterioso.) Y por lo que veo, se mantienen...
Clara
(Exhalando a propósito). –Nos dañaste
el sueño ¿no?
Ricardo.
–Usted no duerme bocarriba señorita, que porque se le montan las brujas... Y si
se lo dañé muy de malas corazón, qué diera yo porque tenga dulces sueños...
Pero venga, ¿sí?
Clara
(Burlesca). –¿Sí? ¿Clarita sí?
¿Aquello sí Clara porque si no no duermo y me daña la noche? A dormir, ganoso;
cállese, duerma a ver.
Ricardo
(Sacándose el cigarrillo de la boca y,
viendo la mecha, la sopla). -Duérmete mi niña, dormíteme ya, que Clara está
goteando y no me lo quiere dar; será que le ha gustado un farmaceuta o un
chalán, porque ni recibió mi pelo ni me quiere hablar; ni mucho menos de esta
nota que no me quería mostrar.
Se demora más de lo esperado en sacar
la nota; se levanta, sube el colchón, la metió muy adentro, y la saca junto con
un calzoncillo; alza tanto el colchón que a tira a Clara que, mientras, se
confunde y se ofusca a tal punto que deja de fumar. Ricardo vuelve a su lado,
se pone contra la pared, termina el cigarrillo, lo tira, pone la nota al frente
de ambos, como si se asegurara de un billete o tuviera miopía.
Clara.
–¿Y eso qué es?
Ricardo.
–Lea, Clarita, que no es a mí a quien escriben.
Clara.
–Pues a mí tampoco.
Ricardo.
–¿No? Y yo bien malo para leer, yo bien bruto, bien agüebado, ¿cierto? Pero lea
usted, dele, mire que yo tengo que callar.
Clara
(Con evidentes señas de calor). –No
hay nada qué leer; nada.
Ricardo
(Sigue haciéndose el humorista). –¿Ah
no? Me va a tocar leer a mí, y yo bien sonso para estas cosas del intelepto. (Carraspea, traga saliva y se lleva la palma
al pecho). Dícese así, paredes: «Salgo
a las siete. Veamonos (Respeta la falta)
en el Colombo. Para la reina collar».
Y termina el comunicado, señora reina. ¿Manda vuesa merced mensaje en respondo?
¿O el silencio será la mayor gratitud para con aquel galán collares de rubí?
Que, si vemos, tiene una caligrafía de canciller (de formulista), pero no
firmó...
Clara
(Reponiéndose a medias). –¿Cuál galán
ni qué ocho cuartos! ¿Eso de quién es? ¡Eso no es mío hombre, quién sabe de
dónde sacó eso!
Ricardo.
–Ha de llamarse lord Kevin, o el bachiller Carlitos, o el licenciado Perdomo...
Ricardo saca dos cigarrillos, los
pone en ambas bocas, prende el papel y con su fuego les da mecha. Luego saca
debajo de la almohada una instantánea, donde Clara se besa con otro hombre, y
se la pone en el pecho.
Clara.
–¿Usted...?
Ricardo.
–Yo Ricardo: los amantes se besan a la entrada del Colombo; ella tirada contra
una columna y él con la mano inquisidora, agarrando carne que no todos prueban.
La debiéramos cambiar por esa (Alza la
mano), que ya pasó de moda y huele a viejo; o la ponemos contigua, para que
se note el antes y el después. (También
quema esta foto con el encendedor: las cenizas caen sobre la cobija. Y canta, mirando
de frente, congelado).
–«Cae el sol
Mis
hojeras hinchadas
Noches
desorbitadas
Por
culpa de tu amor
Cae
el sol
Es
la misma tragedia
Y
tú no la remedias
Porque
estarás en otros brazos no en los míos
Y
yo pasando pasando solo tanto frío...»
Clara (Expectando envalentonada, las fosas nasales
abiertas, su pantomima). –¿Y qué?
Ricardo. –Lo
mismo, mi amor: vámonos a dormir.
Pero antes acerca la boca a los oídos
de Clara y, con el cigarrillo aún prendido, se lo mete por el orificio auditivo
externo. Ella salta de la cama, se ladea del dolor, se rasca, abre la boca y va
a la cocina, con una mano tapándole la oreja, y mete la cabeza a la canilla.
Ricardo, con total orden, se dirige a la puerta, la abre y, con gestos de
guardia real que al comienzo no es visto, invita a la «reina»
a salir.
Clara.
–¡Ah...!
Ricardo.
–¡Pa fuera!
Clara.
–¿Cómo que pa fuera? ¿Pa dónde afuera; se embobó?
Ricardo
(Mirando al frente). –¡Eche para
afuera le dije! ¡La veo! ¡Apúrese que ya se hizo tarde, tengo que dormir!
Clara.
–¡Oigan a este, se irá usted porque yo no!
Ricardo.
–Pues se va a ir es usted.
Clara
(Buscando algún utensilio; coge un tenedor).
Venga sáqueme si es tan guapo.
Ricardo
(Meciéndose como un simio). –¡Ahí
voy!
En tres zancadas Ricardo está
lanzándole la cobija, como una piragua, alzándosela al hombro, abriendo la
ventana y, cogiendo el paquete de cigarrillos, tirándose con ella. Se le
alcanza a escuchar: «¡Pa
que no peliemos pues!».
En el cuarto quedó abierto el grifo, las cortinas ondean y la luz del cuarto
desciende, mientras vagos colores rojos de neón se filtran por la ventana.
Telón
El Pedregal, octubre de 2024
___
Cuarto puesto en el Certamen Internacional para Países de Habla Hispana Cenital, Usina Cultural Tucumán, Tucumán, Argentina, 2025. Cenital, Tucumán, Argentina: Editorial Cultural Tucumán, abril de 2025
Comentarios
Publicar un comentario