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Iván Cáceres o el sueño performático (I)

Cortesía de Iván Cáceres


Alejandro Zapata entrevistó al artista contemporáneo Iván Cáceres (La Paz, Bolivia, 1976), partícipe de la exposición Latinoamérica: arte y ciudadanías críticas; conversaron sobre los fundamentos de su obra, es decir sobre los sueños, la psicoarquitectura y la máquina que le sugiere Medellín.

 

1. ¿De qué sueño eres rehén?

 

A veces me he preguntado desde cuándo soy un rehén, y a pesar de que el tiempo ha transcurrido, me he dado cuenta de que es precisamente la palabra el «medio», es decir, soy un medio: los sueños han hecho de mí un rehén para transmitir lo que ellos quieren mostrar. En ciertas ocasiones llega un momento agotador: aparece un sueño, aparecen dos, tres, cuatro, y así sucesivamente todos los días. En las mañanas los empiezo a registrar, nacen con una mancha, nacen con un boceto, tan rápido, tan rápido que duran dos o cuatro segundos, máximo seis, y con el tiempo se han hecho muy elaborados. Y estas formas de información que uno recibe, son precisamente las que me hacen un rehén, un medio; me han hecho un medio y a la vez un rehén. Todos los días, al empezar la jornada, solo puedo pensar en ese sueño que he tenido en la noche anterior, y solo estoy pensando en materializarlo de algún modo; y lo que hago es empezar a recoger cosas en la calle, al caminar, y si algún material se parece a eso que he soñado... A veces los encuentro, a veces no, pero casi siempre los encuentro; y es ese instante en el cual debo hacerlo; es rápido: materializar, construir... Sea lo que fuese, ¿no? Sea lo que fuese y lo que se parezca a ese sueño, a esa mancha que se ve en la mente. Llega el tiempo en el cual es materializado y prácticamente es a la semana; y cuando lo materializo es cuando empiezan a alejarse y es como un adiós a cada uno de ellos; pero es un adiós de alivio, más que todo en la mente. Y llega de nuevo la noche, y en ese instante aparece otro, otro y otro, cada día. Y así sucesivamente es esta forma de tránsito de los sueños a partir de un medio como yo mismo, o de mi mente, hace que sea muy agotador. En definitiva, es una especie de forma de vivir, porque ya, en todo este tiempo, me ha llegado a gustar ser un rehén.

 

2. ¿Cada sueño es un mundo en creación, y la totalidad de los sueños un universo personal?

 

Cuando uno cierra los ojos y ya cae esa pesadez del sueño, esa pesadez de los párpados, y empiezas a encontrar ese alivio, esa desconexión con este mundo material, y en ese mismo instante en el cual uno es absorbido por estas conexiones, yo les llamo «puertas» o «bolsas», «bolsas de silencio»; uno entra en estas bolsas de silencio (voy a graficar algo más o menos cómo son las bolsas de silencio): es una especie de túnel en el cual hay una especie de embudos, embudos gigantes los cuales se asemejan a puertas circulares, ¿no?, pero estas puertas circulares llevan una especie de bolsa a manera de estómago, si se podría decir, gelatinoso, meloso... Y uno va recorriendo ese túnel en el cual hay muchas bolsas, y cuando uno empieza a entrar a uno de ellos, es precisamente a un mundo de alguno de los sueños. Y cuando uno empieza a entrar a una de esas bolsas de sueño, o puertas, ingresa, se arrastra, entra, y de pronto dura como unos tres, cuatro segundos y se abren, y entras a mundos ya construidos, o sea, eso ya está ahí, existen cosas ahí, y es por eso que, cuando uno ingresa, lo primero que uno hace es precisamente darse cuenta de quién es uno... Y me refiero a «¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy acá?» Y en el mismo instante en que te haces preguntas tan personales como esas, de un yo, te das cuenta de que, una vez saliendo de esa puerta, no tienes cuerpo. Yo hago el ejercicio primario de hacer que mis ojos vean mi cuerpo: «Sí tengo cuerpo, sí tengo pies, sí tengo brazos, sí tengo una cabeza». En ese mismo instante uno se desdobla y se mira frente a frente y se ve si es una persona o algo, y en la mayoría de las veces ni siquiera soy yo, ni siquiera soy yo... Tal vez soy un punto, una especie de elemento que flota, que no tiene pies ni brazos, ni rostro, entonces en cada una de estas bolsas de silencio a las cuales pude ingresar, me veo diferente: son mis otros yo, a lo que llamarían «alter ego». Pero creo que, en cada uno de estos circuitos de bolsas, la forma de existir de tus yo son diferentes. Por lo cual, son, y hay una variedad infinita de mundos personales de sueño; pero pareciera que el sueño es como algo muy vago, muy efímero, pero no lo es; son lugares de los cuales uno ni siquiera quiere alejarse; uno quiere quedarse, no volver a este mundo material; pero hay otros a los cuales no se debe entrar.

 

3. ¿Qué pensarían los sueños de ti?

 

Me hiciste recordar una obra: Soy el sueño de otro. Voy a hacer como una especie de recordatorio porque siempre me afectó este sueño: yo tenía una obsesión hace mucho tiempo, quince años, en el cual había soñado con una anciana: la anciana siempre aparecía de blanco, ya sea donde estuviese durmiendo. La anciana siempre se aparecía parada y no hablaba, y de pronto aparecía en un lugar, en una especie de camino en forma de zigzag, y ella levantaba su mano y la extendía como diciéndome que fuera con ella, y caminábamos juntos pero nunca decía nada, y en el camino aparecía una niña, y más allá otra, y durante todo ese tiempo las dos niñas siempre aparecían en los sueños junto a ella; y siempre me llevaban a montañas, siempre; nunca supe, bueno, no sabía por qué pasaba esto, porque pasaba muy seguido, y durante todos los años que he podido soñar con esto, siempre había como una especie de capítulo, que avanzaba más y más el camino: me recogía la anciana con las dos niñas de blanco y siempre me llevaban subiendo, me hacían subir y siempre señalaban casi a la punta de las montañas. Pasaron unos seis años desde los sueños cuando se me activaron las ganas de ir a diferentes montañas, las cuales tuvieran una cueva porque siempre me mostraban una cueva: escalé casi la mayoría de las montañas de La Paz buscando esta cueva intuitivamente. Y te lo resumo: en una de ellas sí la encontré: la montaña se llama Mururata, está cerca de La Paz, es una montaña que no tiene pico, pero es alta, y fui, escalé, llegué y la divisé. Yo había ido como a las cinco de la mañana, caminé cuatro horas, llegué hasta un muro gigantesco en el cual (bueno yo no conocía la montaña, fui solo a casi cinco mil trescientos metros de altura) encontré caminos (yo les digo «caminos» porque son como una especie de recorridos que la gente no va por ahí, pero uno intuye que es un camino). Subí, subí siguiendo mi intuición, llegué, pero me encontré con un muro gigante, pero delante estaba la cueva. Entonces ya eran como las cuatro de la tarde y a las cuatro de la tarde había que salir de esa montaña porque ya empieza a nevar, es un nevado, empieza a nevar y el frío es intenso y bueno, me perdí, me perdí al bajar, porque ya había visto y estaba como conforme, pero al bajar me pescó la noche como a las siete u ocho de la noche, no sabía por dónde estaba yendo, y hay unos elementos que les llaman allá en las montañas “apachetas”, son unos cúmulos de piedras, o son marcaciones de los campesinos así milenarios, o indígenas milenarios, o habitantes milenarios, que colocaban señales para que uno no se pierda. Estas apachetas están extendidas por todas las montañas y son muy extrañas. Era muy oscuro y de pronto se aparece una anciana que era una pastora de ovejas (no superaba el uno veinte de estatura), ella hablaba quechua y aimara (yo no entiendo muy bien el quechua, pero el aimara sí, un poco) y ella pasteaba ovejas, y en su idioma me estaba como riñendo y me decía «Vente a mi lado» y «¿Qué estás haciendo acá solo?» Y prácticamente me invitó a dormir en esa apacheta, en ese cúmulo de piedras en plena montaña porque no hay casas, no hay gente por ahí; y me prestó sus mantas y junto a sus ovejas solo esperamos a que amaneciera. Y eran las diez de la noche, las doce, la una, las tres de la mañana, las cuatro; hacía un frío tremendo y ya empezaba a amanecer a las cuatro y media, cinco; despierto y, bueno, la anciana ya no estaba. Y como un instinto empiezo a correr porque ya estaba con un poco de luz, y ahí me lastimo el pie, la adrenalina me hace que siga corriendo así lastimado y, eso, me pareció algo de mucha condensación de sueños: pasé de que alguien me hablara en los sueños y de pronto se materializara en la realidad. Y de algún modo, la anciana me protegió en esa montaña. Y a partir de eso no es igual ahora: me di cuenta que la montaña me soñó y me estaba dando órdenes; me decía que yo succionara los sueños de las personas, o de los habitantes, de los animales, las piedras, las plantas que habitan en sus faldas y que yo debía succionar los sueños porque ella necesitaba alimento. Entonces concluí que la montaña era un ser vivo el cual había que alimentar, y yo fui un medio para realizar esa operación. Materialicé la obra en ese sentido y desde ese momento, después de quince años, casi quince años, me dejó de hacer sueño la anciana con las dos niñas (ahora sí me hace sueño, solo ella, ya no las niñas, de vez en cuando me viene a visitar, pero ya no con mucha frecuencia). Y esa es una parte cerrada que la atesoro bastante bien y me hace detonar tu pregunta «¿Qué pensarían los sueños de ti?» Yo diría ¿qué piensa la montaña de mí?, tal vez, y tal vez le he respondido, le he respondido prácticamente con darle esos sueños de esos seres.

 

Fragmento del videoarte Soy el sueño de otro (Iván Cáceres, 2019-2020)


4. ¿Qué seres-otros o máquinas de los sueños te sugiere Medellín?

 

Durante el poco tiempo que he estado en Medellín, sí ha sido muy raro el poder dormir, pero sí se sueña bastante, pero fue extraño también. Hay una energía muy contenida, pienso, siento, y sentí mucho de eso donde hay mucha vegetación, por ejemplo. Me refiero a las laderas de la ciudad. De pronto solo soñaba con una especie de cigarro gigante (bueno estoy haciendo como una alegoría), es una especie de tubo gigante en medio de la ciudad: te estoy hablando de dos kilómetros; es un cigarro enorme aplastando la ciudad, y viviéndola. Pero rozando siempre estos árboles que tienen allá, entonces este elemento a manera de cigarro, o sea es una especie de tubo gigante, está aplastando la gente, pero en el buen sentido; la gente le toca, alza las manos y empieza a tocar, y empieza a estar bien, en cierta manera, pero a otros los aplasta, es decir, despierta, les aplasta tanto que son succionados, pero de nuevo regresados. Son interesante los sueños que tuve, y prácticamente ha sido como esta cosa gigante que aplasta a Medellín; y bueno, que todavía me lo hace sueño porque no lo he materializado, pero sí he estado boceteándolo, y de a poco me ha estado abandonando, pero sé que el próximo año voy a realizar algo por allá y al fin voy a poder saber qué realmente es.

 

5. En Meter mano al diablo para que se venda mi mercancía estudias los rituales de venta popular, la atracción de los espíritus golpeando los productos con un paño. ¿Cómo se entremezclan los aspectos locales del espacio que habitas (la urbanidad-ruralidad boliviana) y la transfiguración onírica (las máscaras, la duplicación de los seres)?

 

Esta forma de materialización fue súper interesante porque, en realidad, es un juego de jergas; el título real es el siguiente (el título que está ahí, que mencionas, es un título para que se entienda en cualquier contexto, pero el título real es): llaukarando al tío para que se venda los bisnes. Precisamente la traducción sería Meter mano al diablo para que se venda mi mercancía: es una jerga muy del hampa, muy de calle urbana en la ciudad del Alto y en la ciudad de La Paz, donde todavía se convive la cultura viva, donde todavía convive lo indígena con lo moderno, y se lleva muy bien: tú ves a un quechua, aimara, a un guaraní conversando muy bien con un citadino, entonces hay una magia increíble, un cambio de energías tan interesante que muchos decían que «¿Cómo puedo superarlo con obras sabiendo que hay esto todo el tiempo?» En esta obra, por ejemplo, todas las señoras de comercio sacuden o golpean con un trapo sus productos para que se vendan. En realidad, están invocando a esos seres del sueño para que digan a la gente que pasa: «Oye, cómprale, cómprale este producto», y eso lo relacionan con diablo. Entonces esta obra nace con una acción performática donde estaba yo recorriendo un lugar en el cual hay estos elementos que se llaman, de nuevo, las apachetas; las apachetas son lugares en los cuales hay (son como lugares o situaciones), claro, donde uno se puede guiar para no perderse pero también son lugares energéticos muy potentes, y en uno de estos lugares, en La Paz, le llaman La Curva del Diablo; esta Curva del Diablo en realidad es La Curva de la Serpiente; en aimara sería katari, katari es «la serpiente»; entonces es un lugar en el cual tú puedes pedir a esta serpiente o al diablo un deseo, y en estos lugares hacen rituales con animales, hacen ofrendas, inclusive se han llegado a hacer ofrendas con humanos, son lugares muy fuertes y muy pesados también, entonces la mayoría de los comerciantes van a este lugar para pedir que les vaya bien en los asuntos de negocio, pero también en el amor y en otras formas de convivencia y para vivir en este mundo, y es así, toda esta pluralidad de elementos como rituales convive todo el tiempo, todavía en la ciudad de La Paz. Y hay cosas muy fuertes que son permitidas pero que también son ocultadas, pero aceptadas al mismo tiempo, y son aceptadas en el buen sentido de que, bueno, es una especie de herencia ya deformada también del colonialismo, etcétera, pero aún vigentes que la urbanidad y la ruralidad la absorben y la transmiten a su modo. La obra es precisamente cuando yo llego a este lugar donde, La Curva del Diablo, es una roca en la cual echan mucha cerveza, azúcar, velas negras, blancas, etcétera, mucha miel, entonces yo hago una performance y me visto de una chola, y esta chola empieza a agarrar un trapo y arrastra por todo el bosque que hay por allá, y me dejo poseer por aquello. También hay muchos seres que también la conforman; entre cholos, cholas, indios, pero también citadinos, y es por eso que tenemos danzas como estas, y la gente empieza a crear rostros, múltiples adoraciones a tantos seres del lado oscuro como seres del lado más de energía pura, y ahí emergen estos seres, y bueno, nos dejamos poseer de las montañas también, y es muy potente aquello.


Fragmento del videoarte llaukarando al tío para que se venda los bisnes (Iván Cáceres, 2011)


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Papel, Medellín, Colombia, núm. 15, marzo 22 de 2025. Mención especial del jurado, Laboratorio Internacional Escribir sobre Arte, Papel y Bellas Artes, Medellín, Colombia, diciembre de 2024

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