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Philosophy, Salvator Rosa, circa 1645 |
A L.
Calladito, echando los apuros, me dejo llevar en la
canoa, temeroso de que un hueso desacomodado te asuste, pero las uñas de la
lluvia departen en los lomos del rancho este por donde se desliza la tierra
aguada, donde la pezuña y la bota fondean, ahí estaré para cuando la radio te acuerde
que me he ido, yo, menos que una hoja, que esos a los que miras sobre el
hombro, diosecilla, mucho menos que el sitio guardado para nos, ese donde
Salvator Rosa pone su mano derecha en “O cállate o di algo mejor que el
silencio”, más que todo para esa boca entrenada para derrumbarlo a uno, hilo
quemado con los pelos de la nariz, los filosos que no te importa si los ven o
le molestan a nadie, porque más abres y bueno, tú, la encargada de esgrimir los
vocablos, el río de blasfemias sabrá que tiene interlocutores en ese momento,
digo, en el que me lleve lejos del pedazo de calle donde me abrazo a las
rodillas, a un palo que sirve de soporte y luego se estaca, y “Queden en
silencio los labios mentirosos, / que hablan con burla y desprecio, / y ofenden
al hombre honrado”, los tuyos y los míos, pero tú sigues en cantaleta, refugio
de los sordos y de las canastas pisadas, tóxico de liebres y de este caparazón,
este toque a la maleza por conjunto que deberá apretujarse con las basuritas que
una malla les niega seguir por todo lo largo de lo estrecho, que tendrán tu orgullo
resguardado, en piadosa concentración, y así podrá entenderse, al menos por un
cuarto de hora, el sirirí y los pasos de arriba, la antena que cae por un golpe
de palo, una queja de mimada al ausente, y con ello verás el limbo en sus
capitolios, la hamaca donde rezuma el cuerpo de tu ahogado con cuyo líquido falseas
tu voz, eliminas las espigas y presentas a la audiencia los tótems, los grillos
de tiempo completo, y, en un raudal, veré cómo el lazo con que detienes las
ondas dan a saber, como anillos, el lejano goce del tumulto.
El
Pedregal, abril 5 de 2025
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