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Te gustan los estudios de caso, profesora. Yo te escribí uno que es, en
resumidas cuentas, la historia de nuestro amor.
Llegaste a casa y te zambulliste
en la hamaca del patio: inician las vacaciones de Semana Santa y, con ellas,
nuestros viajes. Yo aún no salgo del colegio, pero unas páginas en el interior
de la hamaca, escritas con juicio, te ponen a leerme:
Y el amor...
Sabíamos tanto de nosotros como de las cirugías bariátricas, si es que sabíamos
de ese tipo de cirugías. Yo me concentré en ti y averiguaba lo que del azar me
atraía al entendimiento. Atender las clases, las exposiciones, era verte. Ya es
otro tambor el que toca: damos clases y organizamos exposiciones. Pero me sigo
cuestionando: entramos al amor ¡de qué manera! Si a mis diez años y póngale me
hubiera dicho mi destino un brujo, un camandulero o un mercachifle, no le
creería. ¿Es ese el motivo por el cual nadie le dice a nadie qué sucederá con
su persona? Ahora que lo analizo, y si yo tuviera ese poder, y me informase en
las reuniones de adivinos que los
clientes no creen en “nuestros” estudios, capacidades, carismas o dones, le
crearía a una personalidad importante un destino ajeno al suyo y haría caer a
quienes lo rodean bajo nuestro poder.
He una alucinación
propia de Betancourt de Liska,
quien recomienda a los arquitectos promover construcciones ovaladas, sin
esquinas agudas, por el bien psíquico de los habitantes.
¿Cómo se pasa del anonimato al apego?
¿Los meses juntos entran en los cálculos predeterminados, establecidos, de
enamorarse y entregarse a la quimera futura, al hogar y a las cuentas pagadas
de antemano, muy de antemano? No
podemos excluir la posibilidad de que algo, así como nos unió en un segundo,
nos separe con igual rapidez... En una palabra: vivos, no excluyamos ninguna posibilidad; y «Hay que resistir
siempre. Nunca se es vencido del todo» (André Maurois). Mientras las
posibilidades nos amaguen y aprieten la suerte, nos reconcilien y nos hagan
pelear, nos separen y nos junten, creamos el uno en el otro, y critiquémonos
desde nuestras posiciones de lucha. Sin reglas, o con parámetros definidos,
revolquemos lo preconcebido: seamos dialéctica, mujer; lo que es lo mismo que
decir: seamos.
La invisible unión nos acompaña
mientras aprendemos a andar solos. Cuando nos suelte de la mano, lo preferible
es no sentir que nos liberó; lo preferible es mantenerla, desconocedores de su
retirada. Ya nos metimos en esto... Hay escapatoria como hay prolongación.
Decidamos, cada uno, ¡sin mentirse!, el sendero a tomar. Aún estamos biches,
pero si nos adelantamos al tiempo, no nos cogerá desprevenidos; tendremos
herramientas para abordarlo: tus decisiones y las mías.
Saltas de la hamaca, pues ya tomé asiento frente a mi escritorio, a
reclamarme por la oscuridad y las insinuaciones escritas:
—¿Me querés dejar de a poquito? ¿Eso decís?
Pero yo estoy redactando las páginas que encontraste al llegar.
Ratificas leyendo desde la parte donde meto a Betancourt de Liska,
digresión que no te molesta por conocer mis descuidos anecdóticos. Vas por las
hojas que tiraste al piso, las tomas, y, poniéndote a la par con mi escritura,
se te ocurre, ¡oh relámpago cerebral!, dictarme, como si traspasaras lo escrito
en una cartilla a la mente de tus estudiantes y, de su mente, al cuaderno de
notas, modificando la versión impresa:
De Liska nos asegura un porvenir
adecuado a los deseos matrimoniales. Casémonos, profesora. Es lo que ambos
deseamos (yo con más intensidad). Me dispongo a hacerte una mujer dichosa en
los lujos de mi salario, que no es oro ni un giro público. Vamos, mujer, a limpiarnos
del colegio en una playa. La deuda la pago yo, tu hombre, tu Sancochito, tu esposo.
Morir amándonos es la única posibilidad que tenemos. El sendero a tomar no es
más que uno. ¿Sabes cuál es? (Te doy una pista: nosotros). ¿Quién duda de su
compañera? Tú no dudas de mí: eres atenta, responsable, gloriosa, divina,
¡superior! (¡Desde nuestros inicios lo tenía claro!). ¿Me servirás como yo te
sirvo hasta nuestra vejez de profesores con problemas mentales y afónicos? Si
me regañaras y fueras cruel conmigo, bendeciría tu afonismo; pero te quiero
escuchar siempre, en todo momento. Así será.
Cuando averigüé, volviendo en mí, atontado, por lo de «¿Me querés
dejar...?», que me pareció un regaño de hace una centuria, me pediste que me
acostara en la hamaca. Ubiqué unas hojas recién escritas. Las leí mientras, al
parecer, me recompensabas por mi fidelidad planeando un viaje, o cumpliendo la
orden que te di de planearlo, de una semana con el fin de «limpiarnos del
colegio» y sellar nuestro amor.
Yarumito, febrero de 2023
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Le.Tra.S., «Literatura, diversidad y educación», vol. 9, núm. 2. Bayamón, Puerto Rico: Universidad Ana G. Méndez (UAGM), abril de 2025
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