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Madre campesina, David Alfaro Siqueiros, 1962 |
El
ejemplo nos ha zafado: de mirar a lontananza perdimos la forma en la que nos
entendía. Y con el tiempo y las discusiones la orfandad nos tiene de primeras.
Pero no hemos perdido tanto como para desafiar la carga, como para entregarnos
a una noche de ligeros relámpagos en la cerviz. Hará falta una recompensa,
mínima, por lo que hemos dejado a un lado, esas cargas tenues que suelen
llamarse paciencia y anhelo. Demos, así no tengamos cómo, un paso adelante por
cuando la gloria no humillaba los recuerdos y no nos hacía creer que valíamos
para alcanzarla, indignos, embuchando de ilusiones lo intangible. Con la paz
que se acerca, ahora sí, nos daremos la mano y diremos madre e hijo al igual
que luz, portones, mañanas claras y terco aguacero. Porque hemos de airear la
displicencia y entendernos como dos trocitos carentes de conjunto, dos figuras
parcas mandadas a retocar los deslices cometidos, limpiando el sebo que otros
fingieron regar a nuestro honor.
El Pedregal, mayo 8 de 2025
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Paradigma, México, mayo 10 de 2025
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