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Alexis Peña, 2025 |
Clientes
Les ofrecí mis servicios, a pesar de que no cargaran
bolsas —la costumbre—, pero la de sesenta años, con pestañas postizas y de un
negro carbón que palidecía su blancura de sebo, me miró de reojo y se le cayó
una pestaña de tanto parpadear; el señor de cincuenta, con un audífono
inalámbrico, no me vio pero se sacó el audífono para limpiarlo haciéndose una
raya de aceite en la sudadera; y la última señora —de sesenta y algo— con el
ombligo tierrudo, se agachó a coger una de las monedas de mil que pegué con
pegaloca en la entrada.
San Pío X,
diciembre 9 de 2023
***
El resumero
Un primo decidió trasladar las síntesis finales de Reyes
y de Crónicas a sus contemporáneos de estirpe. Llenó un cuaderno de colegio con
las personas que le referenciaban, y, el día de reposo, nos lo dio a leer.
Lo colocó en el atrio y
dijo: «De esta forma el resumero de la familia los englobó a todos: “El resto
de la historia de Amparo y de todo lo que hizo, y del rancho de guadua y los
pasteles que cocinó, está por escribirse porque no ha muerto, y si muere la
reemplazará su hija Yaniris”». Eso con la viva; pero con el tío muerto: «”Legado
de Arley en Concordia: en el año veinte del legado de Euclides en Puerto Nare, Arley,
hijo de Humberto, vivió en Concordia noventa y siete años. Sus hechos fueron
malos a los ojos del Señor, pero no tanto como los de su padre y su madre, incestuosos,
ya que él no practicó el convertirse en racimo que su padre le había
enseñado. No obstante, cometió los mismos pecados de juntarse con primas, con
lo cual hizo pecar su sangre”».
Y así nos recordó a los
antiguos...
El Pedregal, abril
4 de 2025
***
Cima del departamento
Trancón en el volado con Bellavista a la izquierda. Los
automóviles, avanzando tan despacio que mejor sería dejarlos e irse, guardan en
su interior silleterías vacías y humos de la cárcel: o la bombardearon, o le
sincronizaron explosivos o hubo levantamiento y apenas suenan los tambores para
soltarse. Las ventanas, chorreando agua como baba en el mentón, y las torres,
destruidas, con una bandera en hilachas, y el armatoste se exhiben como un púgil
vencido en su esquina, adentrándose en la muerte... Las motos pasan, se arruman
y caen al volado, metros de niebla y viento para dar la idea de solidez que los
otros objetan. Los dos que íbamos en mi carro nos bajamos, cerramos sin seguro,
¿quién se va a aprovechar de nada?, y caminamos a la vera de la fila viendo a
la cárcel, escuchando uno que otro grito entre el crepitar y los disparos, y a
la vuelta que se pegaba a la montaña, y a los cerros azules y verdes. Vamos una
mujer, un niño y yo, y nos siguen en mula un sombrerero y su hija y otros; al
comienzo, o al final, está una viejecita encorvada que barre con azadón el lodo
que atora los carros; lo tira hacia el voladero y nos ve desde su clavícula:
allá a lo hondo no hay camino, pero si no le creemos... Dice que en la cárcel
estaríamos mejor por esta noche, más cómodos y en manos seguras, que será
eterna.
El del caballo se
sigue...
El Pedregal,
abril 4 de 2025
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Micros. Revista de Minificción de la República Dominicana e Hispanoamérica, Sabana Perdida, República Dominicana: Editorial Letra Erguida, año 3, núm. 10, junio de 2025
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