Leo Castrum, 2022 Llegó el que faltaba. Nos encerramos en el cuarto, juntamos las carpetas y servimos los pocillos. El encargado anda alrededor de la mesa, toca los espaldares. Veo a la principal morderse la uña y hacer círculos en un cuaderno ajeno. «¿Hablamos o cada uno pa su casa?», decidió. «Pues hablen: los escucho», respondió uno sin mirarnos. Se supone que debíamos cuadrar lo que haríamos con el cuerpo. Y cómo tener ese cuerpo y a quiénes elegiríamos para la misión. Pero nadie escuchaba, aunque planteáramos soluciones al asunto; ni yo, el de más interés. Las sombras, regadas por la luz, era lo único que se movía; y los círculos llenaban las hojas del cuaderno; y los pasos en la sala, y la gente rascándose la cabeza. «Digamos que lo tenemos. Luego lo tiramos, perdemos contacto uno con otro y nunca se habla...» El problema, es verdad, no residía en separarnos para siempre; tan solo nos conocíamos de pocas noches y muy cortas; el problema es cómo deshacernos del cuerpo que no hemos...