delatripa El peso de las escuelas, de las fábricas y de los bancos recae en los celadores, en sus chaquetas infladas, en su puesto, en sus radios, en sus armas cogiendo frío, en sus estuches evadiendo calor; la luz, solo hay luz en su cabina de seguridad; los pasillos, las zonas de comida, las oficinas, el centro de reuniones y la mesa ejecutiva están a oscuras, los ojos no los abren, las linternas se resisten a asistir; en unos hombres, en unas mujeres cuyas casas no dependen sino de un perro inofensivo, un niño durmiente o una anciana goterosa; tienen una noche para dar pasadas que tienen por objetivo circular la sangre en sus piernas, en mover las hojas del calendario y decidir qué turno les tocó para el día del nacimiento. Los parapentes, las fotocopiadoras, los riscos y las grutas descansan; el transporte se reduce para los menudeados pasajeros, en su mayoría acompañados de maquillaje y de sudor de habitación barata, sudor no lavado, glamuroso; el conductor, alguien a quien el t